Diciembre 11, 2024

Los historiadores conservadores son tan mentirosos como los políticos

La mayor parte de la enseñanza en historia que “recibimos” en la enseñanza primaria y secundaria es una continua repetición que incluye innumerables falsedades, difundidas, especialmente, por historiadores conservadores, entre ellos Francisco Antonio Encina, Sergio Villalobos, Gonzalo Vial Correa, entre otros.

 

Para qué hablar de los manuales escolares sobre la materia: los más viejos estudiamos en los textos de Francisco Frías Valenzuela, que se limitaban a relatar hechos y repetir interpretaciones y opiniones subjetivas y, a veces, tendenciosas de los historiadores mencionados; hoy, por desgracia, algunos profesores repiten las mismas tonterías y falacias de hace cincuenta años.

Creer que la historiografía es objetiva  y que sólo debe limitarse al relato de los hechos es un error, pues también es importante la interpretación, que debe estar precedida por la investigación profunda de los hechos. En historia, la objetividad no existe, y la postura ideológica y la visión del mundo del historiador es fundamental, y el pasado siempre debe ser  visto desde el presente, y las fuentes, sometidas a un proceso crítico permanente.

El 12 de febrero recordamos tres aniversarios históricos: la Fundación de Santiago, (1541), la Batalla de Chacabuco, (1817) y la proclamación de la Independencia de Chile, (1818) – supuestamente firmada en Talca, cuando en la realidad fue en Concepción -.

Los historiadores se copian unos a otros, sin que por este hecho sean acusados de plagiarios: Francisco Antonio Encina, por ejemplo, en sus veinte volúmenes sobre Historia de Chile, calcó párrafos completos de la obras de Diego Barros Arana, José Toribio Medina, Nicolás Palacios y de Alberto Edwards – las principales tesis de Encina pertenecen a Alberto Edwards quien, a su vez, las tomó del filósofo de la historia, el alemán Osvaldo Spengler, autor de La Decadencia de Occidente, tema de candente actualidad.

La visión que los currículos escolares han transmitido, de generación en generación, son falacias: Pedro de Valdivia, con mucha falta de criterio, se ocurrió fundar la Ciudad de Santiago cerca de un río, que inundaba el área en casi todos los inviernos y amenazaba su destrucción con continuos terremotos – ahora que están de moda los incendios, recordemos que Santiago fue quemado por el cacique mapuche, Michimalonco, en la primera confrontación entre españoles e indígenas -, y hasta ahora estamos padeciendo del mal criterio del fundador de Santiago.

El fundador de Santiago se divertía en enviar cartas  llenas de mentiras al emperador Carlos V sobre Chile las bondades de Chile; por ejemplo, en el Cerro Huelén, hoy Santa Lucía, podemos leer:

“Para que haga saber a los mercaderes y gentes que si quisiesen venir a avecinar que vengan; porque esta tierra es tal que para vivir en ella y perpetuarse, no la hay mejor en el mundo, dígalo porque es un llana, sanísima, de mucho contento; tiene cuatro meses de invierno y no más ellos sino es cuando hace cuarto de luna que llueve un día o dos todos los demás hacen tan lindos soles que no hay para qué allegarse al fuego, el verano es tan templado y con tan deliciosos aires que todo el día se puede el hombre andar al sol y no le es inoportuno. Es la más abundante de pastos y sementeras y para darle todo género de ganado y plantas que se puede pintar mucha e muy linda madera para hacer casas infinidad  otra de leña para servicio de ellas y las minas riquísimas de oro y toda la tierra está llena  de ello y donde quieran si quisieren sacarlo allí hallarán qué sembrar y con qué edificar. Y agua, leña y yerba para sus ganados, que parece la crió Dios a posta para ponerlo en el todo a la mano”. (Carta del 4 de septiembre de 1545).

(Hay que reconocer que Pedro de Valdivia se adelantó al calentamiento global, pues ahora no tenemos invierno, ni siquiera cuatro meses y, además, casi nunca llueve; claro que a nadie se le ocurriría tomar el sol a 36º de temperatura).

La Independencia de Chile se la debemos, en gran parte, a los argentinos y el verdadero héroe es José de San Martín. O´Higgins no era un militar, sino un agricultor, hijo de un virrey del Perú; en la mayoría de las batallas cometió más errores que aciertos dada su inexperiencia militar, (ver el Sitio en Rancagua, que lo llevó a la derrota y al exilio, en Mendoza; es verdad que era valiente, pero no buen militar. Después de la batalla de Maipú los chilenos proclamaron a José de San Martín como director supremo, pero este líder estaba interesado en la independencia del Perú, y Chile era solamente una escala, por lo tanto, dejó en su lugar a Bernardo O´Higgins, que pertenecía a la  misma logia lautarina, cuyos miembros eran, en su mayoría, argentinos.

O´Higgins fue un dictador y cargo en su conciencia la orden de fusilamiento de Luis y Juan José Carrera,  en Mendoza; el asesinato del guerrillero Manuel Rodríguez, en Til Til;  posteriormente, el fusilamiento de José Miguel Carrera, el 4 de septiembre de 1821, también en Mendoza. O´Higgins añadió a esta crueldad el cobro de los gastos de fusilamiento al padre de los tres hermanos Carrera, don Ignacio.

O´Higgins tuvo una caterva de hijos, producto de violaciones  de mujeres indígenas; era muy mal padre, pero sí buen hijo y hermano. La famosa abdicación al mando no fue ningún gesto generoso, pues de todas maneras, el dictador iba a ser derrocado por el ejército, al mando del general Ramón Freire.

La independencia de los países de América Latina es un mito, pues todas las Juntas de gobierno, en 1810, detentaban el poder en nombre del degenerado rey, Fernando VII, en ese tiempo, “prisionero” de Napoleón, protagonizando los actos de servilismo más indigno al querer relacionar su familia con el tirano francés. Fernando VII es el rey más felón de la historia española. Las guerras de la independencia tienen el carácter de civiles: hay soldados españoles en ambos bandos; por lo demás, los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar estuvieron tentados de entregar los países liberados a reyes europeos, tal cual lo pensara antes el Conde de Aranda, ministro de Carlos III, ante el peligro de que las colonias latinoamericanas se independizaran.

Otra de las mentiras respecto a los héroes se refiere a Diego Portales, quien no ha sido nunca el fundador de “la república en forma”, vocablo utilizado por Spengler y atribuido por Alberto a Diego Portales. La verdad es que este comerciante sólo le gustaba el dinero y despreciaba la Constitución y las leyes; para él, sólo había buenos y malos, los primeros, los conservadores, los segundos, los liberales, a quienes había que enviar a la cárcel, pues eran enemigos del orden; era tan cruel que decía: “si su padre conspirara, lo fusilaría”.

A Portales, como a Piñera, le interesaba la política y el poder del Estado para proteger y acrecentar sus negocios, y ambos invirtieron capitales en Perú; Portales, que se aprovechó en Chile por el estanco y el tabaco, un monopolio en que fracasó rotundamente, culpando a los “pipiolos” de su quiebra, y en el Perú tenía una cantidad de negocios que luego quebraron. Aun cuando no hay ninguna prueba, no hay que ser muy sagaz para pensar que la guerra contra la Confederación Perú-boliviana, podría tener alguna relación con los negociados de Portales. Los negocios de la familia Piñera con Exalmar podrían tener alguna relación con los acuerdos de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Como los vencedores han escrito la historia, nunca vamos a saber la verdad de estos dos personajes.

El historiador Gabriel Salazar define el fusilamiento de Diego Portales como un “tiranicidio”, desmintiendo la visión apologética de la muerte de tan funesto personaje de nuestra historia.

Es un hecho que los héroes, en su mayoría, son construcciones subjetivas, que no tienen nada que ver con la verdad, más bien corresponden a mitos.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo) 13  02  2017

           

       

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