Oswald Spengler, el gran historiador alemán, escribiendo en 1917, señala que las civilizaciones tienen una historia cíclica y estacional. Algo así como la evolución de las plantas en un año calendario. ([i]) Es decir, una planta nace y se desarrolla en primavera, continúa hacia la madurez con el verano, entra en el otoño y finalmente muere en el fin del invierno.
El largo periodo donde la planta nace y luego se desarrolla, hasta abandonar la adolescencia y la juventud, es el periodo de inicio de la vida y ella comienza con la germinación de la semilla, el nacimiento de la planta y luego su desarrollo. Este primer periodo de primavera pasa por la niñez, por la adolescencia y luego entra en la vida adulta. Este es el periodo del verano, la planta transforma las flores en frutos y llena con ellos su entorno. Luego en el otoño los frutos maduran, caen al suelo y la planta reposa satisfecha. Con la llegada del invierno y el frío intenso, la planta se cubre de nieve, eventualmente se congela y finalmente muere. La semilla que queda en el suelo asegura la supervivencia de la especie.
En pocas palabras, para Spengler, el ciclo civilizacional de la raza humana se caracteriza por empezar por una infancia y juventud de la civilización (primavera), luego esta civilización pasa por un periodo de expansión y maduración (verano), posteriormente continúa su marcha para entrar en un largo periodo de consolidación (otoño) y, finalmente, la civilización envejece, se corrompe y muere en el invierno. Es necesario clarificar que la muerte de la civilización humana, no es el frio del invierno, como lo es en algunas especies vegetales. La muerte de la vieja civilización es siempre una larga cadena de causas y efectos provocada por acontecimientos trascendentales. Tales como cuando los humanos pierden su fe religiosa y a causa de esto se corrompen totalmente. Todos, desesperadamente buscan la riqueza y el lucro. La elite se enriquece enormemente y las masas se empobrecen escandalosamente. Con toda esta desigualdad social, los ricos se apoderan del Estado y la democracia desaparece. El Estado se transforma en un Estado fallido. En otras palabras, sólo entrega bienes y servicios a la elite y desprecia y oprime cruelmente a la inmensa mayoría.
Con estas condiciones terribles, se desata una exitosa revolución popular. Esta revolución invariablemente termina por ser controlada por un individuo todopoderoso que da nacimiento al gobierno totalitario. El césar es así un soberano absoluto que trata de enderezar las extremadamente torcidas raíces, tronco y ramas del árbol corrupto. En la mayoría de los casos históricos, un césar no es suficiente y se necesita una cadena o sucesión de reyes absolutos para tratar de alcanzar la paz, la estabilidad y la prosperidad perdida. En conclusión, el cesarismo es el fin de la democracia (que se define como el gobierno de muchos pero para el beneficio de todos, o sea para el bien común). De esta forma se da inicio al gobierno de uno, es decir un sólo gobernante que en casos excepcionales gobierna para el beneficio de la mayoría. Pero este buen gobierno normalmente cae en el gobierno de uno pero solo para el beneficio de sí mismo y de su clase social (tiranía). Es así como la buena monarquía se transforma en una escandalosa tiranía y es esa forma de gobierno la que termina de matar a la vieja civilización. ([ii])
Spengler escribiendo en 1917, tristemente señala, que la civilización occidental, formada por los países de la Europa occidental, Estados Unidos y las ex colonias británicas, hacía ya 200 años que habían entrado en su estación invernal. Este periodo invernal se inició para occidente en el año 1800, y probablemente terminará en el año 2000. ([iii]) Spengler señala que el invierno de la civilización occidental se inició con el cesarismo totalitario de Napoleón a fines del siglo XVIII. Desde esa fecha en adelante, gran parte de la civilización occidental, perdió sus valores y creencias religiosas y ello determinó que principios y valores de la ética cristiana gradualmente se extinguieran en occidente. Esta falta de ética produjo una elite inmensamente rica, pero también inmensamente injusta. La riqueza y el ingreso se concentraron en manos de capitalistas corruptos. Señala también, que a comienzos del siglo XIX, occidente se embarcó en unas guerras de conquista global y en cien años logró esclavizar al resto del planeta. Cuando a las clases dirigentes (financistas) se les acabaron los territorios por conquistar, su espíritu enloquecido por el lucro, el odio y la ambición sin control, los llevó a volver las fuerzas expansivas hacia adentro de su propia civilización y esta fue la causa principal de la gran guerra en 1914. Señala que aunque Europa no se destruyera con la gran guerra, era sólo cuestión de tiempo para que la civilización occidental se auto elimine y de esta forma cometa suicidio civilizacional. Argumenta que esta catástrofe probablemente va a ocurrir a comienzos del siglo XXI.
Con lúcida capacidad de profeta, Spengler señala en las páginas finales de su famoso libro, que todas las fuerzas políticas, luchando por el poder, a comienzos del siglo XX, están irremediablemente corruptas. Los banqueros y financistas dominan todo el planeta. Los políticos son sirvientes del capital y son todos ladrones a sueldo. La clase económica dominante ha sido tan astuta que se ha comprado no sólo a los políticos de derecha sino también a los de izquierda. Incluso los partidos comunistas europeos, eran financiados secretamente por los amos del capital. De esta forma la clase capitalista dominante, había podido crear un sistema espurio e ilegal y que solo era una democracia de nombre. Las leyes eran corruptas y todas favorables a la oligarquía. Los gobiernos de todo tipo y de ideología, eran invariablemente, sirvientes y lacayos del dinero. La pequeña clase financista tenía un estándar de vida que los reyes del Medioevo y de la antigüedad, jamás habrían podido imaginar. Mientras las grandes mayorías se ahogaban en un pantano de pobreza e ignorancia. La corrupción, el desenfreno, el derroche, la injusticia y la falta generalizada de libertad, igualdad y fraternidad, habían terminado por producir una sociedad con cáncer terminal. En esta corrupta sociedad, todos eran enemigos de todos y no había cohesión social ni espíritu de comunidad alguno. El ser humano, nunca antes se había sentido tan solo y abandonado dentro de una inmensa y amorfa masa de individuos consumistas y corruptos.
Junto a este gigantesco caos e injusticia social, las ideas y partidos políticos no significaban nada. La cultura y el arte se habían arrinconado y escondido en los escasos oasis que todavía sobrevivían. En conclusión, para Spengler, occidente era una bomba de tiempo lista para explotar. Haciendo una comparación histórica señala que un periodo muy similar al que él discutía, se vivió en los últimos años de la gloriosa república romana. Cuando los romanos dejaron de ser los ciudadanos honestos, cometidos, vigilantes y vigorosos de los siglos anteriores; entonces se inició la tragedia y esta selló la suerte de Roma. En muy pocos años, el caos político, creció a niveles incontrolables y de esta podredumbre surgió un legendario líder que con mano y brazo de acero, castigó sin piedad a sus conciudadanos. Este Líder fue César, que dio comienzo a la era imperial y al cesarismo romano. Los emperadores después de César fueron casi todos corruptos y así en menos de medio milenio, la civilización romana fue totalmente destruida. César dio origen al cesarismo y esta es la etapa final de todas las civilizaciones. En otras palabras el invierno civilizacional, es siempre cesarista.
Spengler agrega además, que el cesarismo es un fenómeno, que se ha producido en todas las civilizaciones que el planeta ha tenido en los últimos diez mil años. Cuando la civilización entra en su estación de invierno, y ahí comienza la decadencia, que a veces dura varios siglos como el caso de Roma, y otras veces dura muy pocos años, no más de un par de décadas. La floreciente, culta y rica sociedad se desploma en el caos e invariablemente muere para ser luego sepultada en el polvo de la historia. Es necesario señalar que César fue el hombre más rico de su época, y pudo consolidar su poder sobre Roma, gracias al sumamente inteligente uso de su dinero. Se señala textualmente “pero la conquista y explotación de Galia -que por eso mismo acometió- hizo de él el hombre más rico del mundo. En este momento, ya propiamente, estaba ganada la batalla de Farsalia. Pues César conquistó esos millones de millones para tomar poder y como Cecil Rhodes, y no por afición a la riqueza, como Verres, y, en el fondo, como Craso, gran financiero con afición política. Comprendió César que sobre el suelo de una corrupta gran democracia los derechos constitucionales no son nada sin dinero y lo son todo con dinero.” ([iv])
La civilización occidental actual, viviendo en la segunda década del siglo XXI es una civilización con gravísimos problemas existenciales. Las ricas elites ya no pueden controlar todos los hilos del poder y uno por uno, los gobernantes neoliberales, son reemplazados por gobernantes que llegan al poder empujados por una enorme ola de ciudadanos que se han cansado de la aplastante desigualdad y de la extrema injusticia que ha producido en occidente el globalismo neoliberal. Es así como el año pasado, el Reino Unido salió de la Comunidad Europea y Donald Trump Ganó las elecciones en los Estados Unidos. Otros líderes populistas ya cuentan como cosa cierta, que cada uno de los otros países que conforman la civilización occidental, caerán en manos del nacionalismo, el populismo y el cesarismo. El pánico cunde entre las corruptas elites occidentales y las grandes masas de esta civilización aún no son capaces de comprender el gigantesco cambio que se está produciendo frente a sus ojos. Hay muchos pensadores ilustres que ya están anunciando el fin de la civilización occidental.
Entre estos pensadores están sabios contemporáneos como Paul Kennedy ([v]). Samuel P. Huntigton ([vi]); y, particularmente, Niall Ferguson. ([vii]) No obstante, desafortunadamente, pocos se alarman con este problema y toman medidas preventivas. La catástrofe se viene encima y la mayoría se queda impávida. Pareciera que el ciudadano occidental no se da cuenta de lo que sucede a su alrededor. La inmensa mayoría sigue con sus vidas, ignorando el fenómeno que muy pronto cambiará su destino para siempre. Pareciera que el invierno de la civilización occidental, con su aplastante frío, ha adormecido a las grandes mayorías y así ellos morirán sin darse cuenta. Tal vez este sea el castigo divino que los dioses tienen reservado para una sociedad que en menos de cinco siglos, esclavizó cruelmente y explotó brutalmente a todo el planeta.
Para terminar este breve trabajo, desearía incluir aquí algunos párrafos de las últimas tres páginas de la obra de Spengler. “no menos titánica, es empero, la acometida del dinero a la fuerza espiritual. La industria está adherida a la tierra; tiene su sitio señalado, y las fuentes de materia prima surgen del suelo en determinados puntos. Sólo la alta finanza es libre por completo, inaprensible. Los bancos y con ellos las bolsas, desde 1789 han ido respondiendo a las necesidades de crédito que siente en proporción creciente la industria; con lo cual se han constituido en fuerzas sustantivas y pretenden ser, como siempre el dinero en toda civilización, la única fuerza. La vieja lucha entre la economía productora y la economía conquistadora se eleva hasta convertirse ahora en una silenciosa y gigantesca lucha de los espíritus en el suelo de las urbes cosmopolitas. Es la lucha desesperada entre el pensamiento técnico, que quiere ser libre, y el pensamiento financiero. Esta tremenda lucha entre un pequeño número de hombres de raza y de acero, con enorme talento. Lucha de la que nada ve ni entiende el sencillo ciudadano de la urbe, debe considerarse desde lejos, esto es, en un sentido histórico universal; y entonces la lucha de interés entre empresarios y el socialismo obrero queda reducida a mezquina insignificancia. El movimiento obrero es lo que quieren que sean sus jefes, y el odio contra los representantes del trabajo industrial directivo lo ha puesto hace tiempo al servicio de la bolsa. El comunismo práctico con su ‘lucha de clases’ -frase ya hoy anticuada y falsa- no es sino un buen servidor del gran capital, que sabe utilizarlo muy bien en su provecho.
“La dictadura del dinero progresa y se acerca a un punto máximo natural, en la civilización fáustica como en cualquier otra. Y ahora sucede algo que sólo puede comprender quien haya penetrado en la esencia del dinero. Si este fuera algo tangible, su existencia sería eterna. Pero como es sólo una forma de pensamiento, ha de extinguirse tan pronto como haya sido pensado hasta sus últimos confines del mundo económico y ha de extinguirse por falta de materia. El dinero invadió la vida del campo y movilizó el suelo; ha transformado en negocio toda especie de oficio, invade hoy, victorioso, la industria para convertir a su presa y botín el trabajo productivo de empresarios, ingenieros y obreros. La máquina, con su séquito humano, la soberana del siglo, está en peligro de sucumbir a un poder más fuerte. Pero, llegado a este punto, el dinero se halla al término de sus éxitos, y comienza la última lucha, en que la civilización recibe su forma definitiva: la lucha entre el dinero y la sangre.
“El advenimiento del cesarismo quiebra la dictadura del dinero y de su arma política, la democracia. Tras un largo triunfo de la economía urbana y sus intereses, sobre la fuerza morfogenética política, revélase al cabo más fuerte el aspecto político de la vida. La espada vence al dinero; la voluntad de dominio vence a la voluntad de botín. Si llamamos capitalismo a esos poderes del dinero (a ellos pertenece también la política interesada de los partidos obreros, que no pretenden superar los valores del dinero, sino poseerlo) y socialismo a la voluntad de dar vida a una poderosa organización político-económica, por encima de todos los intereses de clase, a la voluntad de construir un sistema de noble cuidado y de deber, que mantenga ‘en forma’ el conjunto para la lucha decisiva de la historia, entonces esa lucha es, al mismo tiempo, la contienda entre el dinero y el derecho. Los poderes privados de la economía quieren vía franca para su conquista de grandes fortunas: que no haya legislación que les estorbe la marcha. Quieren hacer las leyes en su propio interés, y para ello utilizan la herramienta por ellos creada: la democracia y el partido pagado. El derecho, para contener esta agresión, necesita una tradición distinguida, necesita la ambición de fuertes estirpes, ambición que no halla su recompensa en el amontonamiento de riquezas, sino en las tareas del auténtico gobierno, allende todo provecho de dinero.
“Un poder sólo puede ser derrocado por otro poder y no por un principio. No hay, empero, otro poder que pueda oponerse al dinero, si no es el de la sangre. Sólo la sangre superará y anulará el dinero. La vida es lo primero y lo último, el torrente cósmico en forma microcósmica. La vida es el hecho, dentro del mundo como historia. Ante el ritmo irresistible de generaciones en sucesión desaparece, en último término, todo lo que la conciencia despierta edifica en sus mundos espirituales. En la historia trátase de la vida, y siempre de la vida, de la raza, del triunfo para la voluntad del poderío; pero no se trata de verdades, de invenciones o de dinero. La historia universal es el tribunal del mundo: ha dado siempre la razón a la vida más fuerte, más plena, más segura de sí misma; ha conferido siempre esta vida derecho a la existencia, sin importarle que ello sea justo para la conciencia. Siempre ha sacrificado la verdad y la justicia al poder, a la raza, y siempre ha condenado a muerte a aquellos hombres y aquellos pueblos para quienes la verdad era más importante que la acción y la justicia más esencial que la fuerza. Así termina el espectáculo de una gran cultura, ese mundo maravilloso de deidades, artes, pensamientos, batallas, ciudades, resumiendo los hechos primordiales de la eterna sangre, que es idéntica a las fluctuaciones cósmicas en sus eternos ciclos. La conciencia vigilante, clara, rica en figuras múltiples, se sumerge de nuevo en el silencioso servicio de la existencia, como nos enseñan las épocas del imperialismo chino y romano. El tiempo vence al espacio. El tiempo es quien, con su marcha irrevocable, inyecta el azar efímero de la cultura en el azar del hombre, que es una forma en que el azar de la vida fluye durante un tiempo, mientras en el mundo luminoso de nuestros ojos, allá lejísimo, se abren los horizontes de la historia planetaria y de la historia estelar.
“Para nosotros, empero, a quienes un sino ha colocado en esta cultura y en este momento de su evolución; para nosotros que presenciamos las últimas victorias del dinero y sentimos llegar al sucesor -el cesarismo- con su paso lento, pero irresistible; para nosotros, queda circunscrita en un estrecho círculo la dirección de nuestra voluntad y de nuestra necesidad, sin la que no vale la pena de vivir. No somos libres de conseguir esto o aquello, sino de hacer lo necesario o no hacer nada. Los problemas que plantea la necesidad histórica se resuelven siempre con el individuo o contra él.” ([viii])
F. Duque Ph.D.
Cientista Político
Puerto Montt
03 de febrero de 2017
[i]Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente, Bosquejo y Morfología de la Historia Universal; cuatro tomos editorial Calpe, Madrid, 1925.
[ii]Idem. Tomo 1, pg. 46
[iii]Idem.
[iv]Ob. Cit, tomo IV, pág. 287-288
[v]Paul Kennedy, The Rise and Fall of the Great Powers; Vintage book, New York, 1989.
[vi]Samuel P. Huntington, El Choque de Civilizaciones; Ed. Paidós, Buenos Aires, 1997; Samuel P. Huntington; Who are We?, Simon & Schuster, New York, 2004;
[vii]Niall Ferguson, Civilización. Occidente y el Resto, Editorial Debate, Santiago, 2014
[viii]Spengler, ob.cit. tomo IV pág. 352-354