Diciembre 14, 2024

Insultos que sacan roncha

Hay insultos que debido a su ambigüedad, nadie entiende. Hasta el más docto titubea si se enfrenta a un oprobio desconocido.  La utilización de palabrotas desconocidas pierde fuerza, si queremos injuriar. Incluso, el arte de ofender posee reglas. Si queremos denostar a alguien, se aconseja el uso de pocas palabras, cuyo significado deben conocer hasta los niños. Nada de discursos tediosos. La brevedad, posee un alcance demoledor.

 

 

Ahora, decir a alguien, hijo de puta, tiene connotación indirecta. Ofensiva, desde luego, capaz de enardecer al ermitaño. Bien lo sabe el diputado que mentó así a un banquero  y ahora, piensa que se le espesó la lengua. Quería decir hijo de diputado. Mientras tanto, aquella prensa de cutis sensible, olor a naftalina, alerta a ver escándalos hasta en la manera de mirar, inventó HDP. Sigla que podría ser marca de condón o de agrupación política.  

Alrededor de cien palabras, o acaso más, son sinónimos de prostituta. Supera a ladrón, asesino y dictador, que rememora a un personajillo muy conocido de nuestra reciente historia. Estas mujeres enseñaron a nuestra generación, y a las anteriores, los secretos del amor carnal y lo hicieron con dignidad de maestras.

Se cree que ramera, vendría a ser el vocablo con más sinónimos. Incluyamos aquí los menos utilizados en literatura o en el lenguaje coloquial: pelandusca, lumia, pelleja, peliforra, lea, capulina, hetaira, gato…

En infinidad de novelas chilenas, hace algunos años, los escritores ponían puta y los editores, horror de los horrores, urgidos colocaban p. Se censuraban asimismo, y el lector se sentía menoscabado. Los editores temían que la crítica oficial, poderosa cómplice de la Santa Inquisición y la beatería política, los acusara de difundir groserías. Incluso, se asustaban si el novelista utilizaba: concubina, lesbiana, masturbarse y fornicar, aunque a ellos en el colegio de curas, les enseñaron a no fornicar.

Cuando el hombre ejerce la prostitución, protege a las rameras o vive a sus expensas, se les tilda de gigoló, puto, rufián, proxeneta, chulo, por sólo incluir aquí las expresiones conocidas. Las desconocidas, las desconozco.

Si examinamos cada unos de estos vocablos, se puede encontrar cierta ambigüedad en el significado. Aquí ha metido la mano el censor clerical, con el objeto de diluir la función pecaminosa del hombre, si ejerce el comercio sexual. Porque es labor sólo de mujeres, practicar la profesión más antigua del mundo.

Nadie le va a decir a alguien, hijo de chulo o de proxeneta. Quizá el ofendido, más bien sienta orgullo de tener un padre mujeriego, vividor, aunque haya espoleado a las mujeres.

Si queremos insultar a alguien, también es usual hacer gestos con las manos o sacar la lengua, como lo hacen los niños. 

No es nuestra labor recomendar insultos y cómo usarlos en determinadas circunstancias. Arme usted su propia provisión de palabrotas. Consulte libros, enciclopedias o al prodigioso Internet. Se sorprenderá al encontrar más términos, que si quisiera alabar a alguien. Si usted imputa —no es sinónimo de lo que usted cree—  de sinvergüenza a quien estafa, haciendo creer a las personas que si invierten en su empresa se harán ricos, se sentirá feliz. Vendría a ser un elogio.  

   

 

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