Noviembre 16, 2024

Los demócratas están jugando con fuego al echarle la culpa a Rusia

A dos meses de la derrota electoral de Hillary Clinton, el mensaje más representativo de los congresistas demócratas es “echarle la culpa a Rusia”. Los líderes del partido han redoblado la apuesta por una estrategia que no les dió buenos resultados durante la campaña presidencial: tratar de atar el Kremlin al cuello de Donald Trump.

 

 

Con más interés en las tribunas de los medios de prensa que en dialogar directamente con los votantes afectados por la crisis económica del Rust Belt* y de otras regiones que le dieron la presidencia a Trump, los jerarcas demócratas prefieren usar a Vladimir Putin como chivo expiatorio que analizar por qué perdieron contacto con la clase trabajadora. Mientras tanto, la creciente retórica incendiaria contra Rusia es extremadamente peligrosa. Podría conducir a una confrontación militar entre dos países que poseen miles de armas nucleares.

El jueves pasado en la audiencia del Comité del Senado sobre Servicios Armados, Jack Reed, congresista demócrata por el estado de Rhode Island, denunció “el rechazo de Rusia al orden internacional post-Guerra Fría y las acciones agresivas contra sus vecinos”, y condenó a “un régimen cuyos valores e intereses son incompatibles con los nuestros”. Este tipo de oratoria enorgullecería a gente como John Foster Dulles o Barry Goldwater**.

Como muchos otros senadores del comité, Reed parece muy entusiasmado con otra Guerra Fría mientras dispara acusaciones de agresiones cibernéticas. “Además de robar información del Comité Nacional Demócrata (DNC, según sus siglas en inglés) y de la campaña de Clinton, y seleccionando qué parte sería filtrada a los medios, el gobierno ruso también ha creado y difundido noticias falsas y conspiraciones a través del vasto mundo de los medios sociales”, dijo Reed.

El gobierno ruso podría haber hackeado el DNC y los correos del equipo de campaña de Clinton, y podría haberle dado esos correos a WikiLeaks. Pero esas son solo suposiciones.

Durante el fin de semana, Robert Parry, ex reportero de Associated Press y Newsweek, hizo un análisis coherente del tan publicitado informe de la oficina de James Clapper, Director Nacional de Inteligencia. Parry resumió los ejes centrales del informe de 25 páginas señalando que este “no presenta ninguna prueba de que Rusia haya entregado correos hackeados del Comité Nacional Demócrata ni de John Podesta, jefe de campaña de Hillary Clinton”.

Parry agregó: “El informe del Director Nacional de Inteligencia consiste en un compendio de razones para sospechar de que Rusia haya sido la fuente de información -elaborado en torno al argumento de que Rusia tenía un motivo para hacerlo por desdén contra la candidata demócrata Clinton y por la posibilidad de entablar una relación más amistosa con el candidato republicano Donald Trump. Pero el caso, tal cual como fue presentado, es parcial y carece de toda prueba real”.

A pesar de que la repetición textual de las acusaciones oficiales del informe del 6 de enero ha sido la característica dominante de los artículos periodísticos, las debilidades principales del informe ya han empezado a salir a la luz en los medios hegemónicos. Por ejemplo, en un artículo publicado el sábado en The New York Times, Scott Shane afirmó en el noveno párrafo: “Lo que falta en el informe es justamente lo que muchos estadounidenses esperaban con ansiedad: evidencia contundente que respalde las acusaciones de las agencias de que el gobierno de Rusia orquestó un ataque contra las elecciones”.

Pero los legisladores demócratas no tienen ningún interés en dudas ni salvedades; ellos piensan que la cuestión del hackeo ruso es un arma política victoriosa. No les preocupa si es o no la verdad. Ciertamente que es una manera conveniente de evadir el ejemplo aleccionador que podrían haber extraído de las últimas elecciones sobre la falta de credibilidad del Partido Demócrata y de su supuesto papel como defensor de los intereses de los trabajadores.

Al mismo tiempo, el entusiasmo por batir los tambores de guerra contra Putin se está convirtiendo rápidamente en una parte esencial de la identidad pública del Partido Demócrata en este nuevo año. Y -de manera insidiosa- el partido apostaría en el largo término a una mayor demonización del gobierno ruso.

La realidad es lúgubre y potencialmente catastrófica, más allá de lo que podamos imaginar. Al promover una mayor polarización con el Kremlin, los legisladores demócratas están intensificando la posibilidad de una confrontación militar con Rusia. Al aliarse con senadores republicanos como John McCain y Lindsey Graham para ejercer presión bipartidaria a favor del militarismo, los demócratas podrían desencadenar una estampida del gobierno de Trump con resultados imprevisibles.

Esta estrategia de los demócratas ya fue puesta en marcha. Calificarla de irresponsable es poco. Se trata de una locura que podría desencadenar un holocausto nuclear.

Norman Solomon es co-fundador del grupo de activismo online RootsAction.org que cuenta con 750.000 miembros. Es director ejecutivo del Institute for Public Accuracy.

Notas de la traductora:

* Rust Belt (Cinturón Oxidado) es un área del Noreste y Medioeste de Estados Unidos que sufre un proceso de desindustialización desde los ochenta. El desempleo, el empobrecimiento y la decadencia económica se fueron intensificando hasta la actualidad. El término Rust Belt evoca las fábricas abandonadas, y surge en contraposición al apodo original de Steel Belt, o Cinturón de Acero, en referencia a la otrora pujante actividad industrial que había en dicha área.

* John Foster Dulles es una figura representativa de la Guerra Fría y el anticomunismo. Fue Secretario de Estado de Eisenhower de 1953 a 1959.  Barry Goldwater fue un senador republicano que promovió políticas anticomunistas y antisindicalistas.

Fuente: http://thehill.com/blogs/pundits-blog/foreign-policy/313295-democrats-are-playing-with-fire-on-russia

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

 

Traducción de Silvia Arana

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