Días atrás envié un correo, replicando la tarjeta de navidad dirigida a Anita desde Dawson en Diciembre de 1973, cuyo dorso fue suscrito por mis compañeros de cautiverio. El colega Raúl Peñaloza escudriñó las firmas de los porteños, ubicando entre otros al abogado Luis Vega, que al momento del golpe se desempeñaba como Intendente de Valparaíso y Aconcagua.
Lucho fue un compañero de trayectoria poco conocida, y creo conveniente recordar algunos de los episodios que compartimos en calidad de prisioneros de guerra.
Fue detenido en Valparaíso el mismo 11 de Septiembre de 1973 y recluido en el buque escuela Esmeralda, junto a otros compañeros, todos los cuales fueron golpeados y torturados brutalmente por personal de la Armada y por militantes de Patria y Libertad, convocados a bordo para sumarse a este concierto de vejámenes.
En su libro “La caía de Allende. Anatomía de un golpe de Estado”, Lucho relata lo siguiente:
“Me amarraron las manos a la espalda y cada uno de los diez dedos. A golpes me condujeron a las duchas, a las cuales les habían sacado la parte de la salida del agua, y caía un chorro tremendo de agua de mar a presión. Parecía una cave existencialista. Me arrancaron a viva fuerza una cadena gruesa de oro que tenía en el cuello y llevaba soldada. Hasta hoy tengo las señales que me dejaron al arrancármela. El chorro de agua partía el cráneo, y el agua entraba por los ojos, nariz, boca y oídos. Y uno sentía que se ahogaba, que reventaba, que ensordecía. Nos sacaron y nos arrojaron de bruces al suelo donde procedieron a patearnos y golpearnos a los seis hombres y una dama que ahí estábamos. Toda esa noche permanecimos tirados en el suelo, golpeados y cada cinco minutos llevados al agua. Durante unas 72 horas estuvimos sin dormir, comiendo
como perros, con las manos atadas y en escudillas que colocaban en el suelo”
El día 23 de Septiembre Luis Vega fue trasladado a Isla Dawson junto a otros seis compañeros, uniéndose al grupo de altos funcionarios de gobierno, que habíamos arribado desde Santiago cinco días antes.
Las huellas de la tortura eran visibles en los cuerpos de los porteños recién llegados a la Isla, con moretones desde el cuello a los tobillos. Sergio Vúskovic quedó, entre otras dolencias, con su dentadura totalmente aflojada.
Nosotros los presos provenientes de Santiago habíamos sido prontuariados con la letra S, que en el lenguaje de la Armada corresponde a Sierra. Yo, por ejemplo, pasé a ser S 31. Al arribar los porteños, se les asignó la letra V (Vela en lenguaje de la marina). Vega fue registrado como V2.
La barraca Tupahue donde habíamos sido internado 32 de nosotros ya estaba totalmente abarrotada. Para dar cabida a los porteños el comandante del campo introdujo 3 literas de tres pisos. Lucho Vega quedó ubicado en la primera fila del tercer nivel, sobre el flaco José Tohá y Aníbal Palma. Sólo podía permanecer acostado, ya que al sentarse, su cabeza chocaba contra el cielo de la barraca.
Poco a poco, los porteños comenzaron a adaptarse al régimen de vida y de trabajo forzado al que estábamos sometidos. Lucho era francamente vivaracho y se las arregló para eludir las tareas más pesadas. Debido a los fuertes vientos habituales en la zona, se rajó la carpa militar que nos servía como comedor, y Lucho se ofreció rápidamente a zurcirla aduciendo su pericia como costurero. Se las arregló astutamente para extender la costura por unas dos semanas tal como lo relata en su libro:“Cuando debido al fuerte viento la carpa militar que era nuestro comedor se rompió. Un “entrepuente” me dijo si sería capaz de coserla. Expresé que sí, que era mi especialidad, y que necesitaba un ayudante. Así, durante un tiempo, con Adolfo Silva cosimos carpas. En las noches, con un pedazo de “gillete” le hacíamos pequeños cortes, y al otro día, gracias al viento, estaba nuevamente rota”.
Cuando descubrimos en la Isla la existencia de una iglesia abandonada, yo propuse dedicar nuestro trabajo a su restauración, iniciativa aceptada por el comandante. Para hacer el proyecto de arquitectura, era indispensable realizar previamente un levantamiento del templo, lo cual requería la presencia de tres personas. Lucho Vega se ofreció como voluntario para acompañarme en el levantamiento y junto al sargento a cargo de nuestra custodia se hicieron cargo de la huincha de medir, uno a cada extremo, mientras yo tomaba notas en el cuaderno colegial proporcionado por el comandante del campo.
Fue increíble como Lucho se apasionó con esta tarea, preocupado que no se me escapara ninguna medida.
Al día siguiente, permaneció junto a mí, mientras dibujaba el proyecto sobre un par de hojas de papel de envolver. Cuando lo vio terminado, le solicité que ambos firmáramos el plano, propuesta que lo conmovió y firmó pidiendo dejar constancia que el había colaborado a esta tarea en calidad de alarife. Así
quedó consignado, como pueden observarlo al extremo inferior izquierdo del plano.
Cuando pusimos manos a la obra en la restauración de la Iglesia, Lucho Vega junto a Orlando Letelier asumieron la tarea de pintar el alero de la Iglesia, como puede verse en mi dibujo, donde aparece encaramado en el caballito que construimos para acceder hasta dicho alero. En un bolso que cuelga de su cuello dejó estampado su identidad en el campo: V2.
En Mayo de 1974 fuimos trasladados desde Dawson a Santiago y distribuidos en diferentes centros de reclusión hasta volver a reunirnos dos meses más tarde en Ritoque, uno de los balnearios populares construidos durante el gobierno de Allende, que los militares blindaron y cercaron habilitándolo como campo de concentración.
Aquí, Lucho Vega pasó a ser nuestro delegado. Su condición de abogado resultó fundamental para la elaboración de poderes y otros documentos legales, requeridos por los presos en la eventualidad de ser puestos en libertad o expulsados de Chile.
Lucho pudo recuperar en Ritoque su afición por la pipa, como se observa en el retrato que le hice, reproducido más tarde en un diario de Israel.
El 20 de Diciembre de 1974, Lucho fue notificado en Ritoque que sería llevado al día siguiente a casa de su madre en Valparaíso. Se trataba de algo inusitado, que originó toda suerte de conjeturas entre nosotros.
Efectivamente, Lucho fue conducido en un vehículo de la FACH, escoltado por otros dos con un fuerte contingente armado. Al llegar lo esperaban en la puerta del domicilio, su madre, hermanos y su esposa, quién le manifestó acongojada:
“Ayer me avisaron de Israel que falleció nuestro hijo Dieguito”.
Podrán imaginarse el impacto en Lucho que regresó deshecho a nuestro campo, sin entender las causas de tamaña desgracia, sobretodo, porque sólo dos meses antes, su hijo había contraído matrimonio en Israel, situación que los presos festejamos con un saludo ilustrado por mi que le enviamos suscrito por todos nosotros.
Poco después nos enteramos que el hijo se había suicidado, sin saber las causas de tan dramática decisión, quizás originada como secuela de su participación en las guerras sostenidas por Israel en defensa de la creación del Estado.
Lucho Vega salió expulsado de Chile en 1976 y se exilió en Israel, donde fue un destacado participante del movimiento de solidaridad con Chile. Falleció en ese país, el 29 de Marzo de 2001.
Miguel Lawner