Estamos en medio de la transición hacia el nuevo escenario global que se instalará a partir del 20 de enero de 2017. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, junto a un equipo de republicanos fundamentalistas blancos, decanta las declaraciones de campaña y las traspasa como futuras decisiones hacia la nueva administración. Trump, y en eso hay ya bastante coincidencia entre los centenares de observadores y analistas, dará un golpe de timón por lo menos a la economía global, aún cuando no conocemos ni las dimensiones ni las reales consecuencias del movimiento.
Sólo con estas transformaciones en la esfera económica, porque las restantes, como la geopolítica y armamentista están todavía en la trastienda y oscuridad -aunque ya conocemos algo de su pensamiento sobre “la mentira” del cambio climático y el islamismo-, los efectos sobre el modelo global serán extensos y también profundos. La globalización financiera y comercial, la desregulación de los mercados, los tratados de libre comercio y, en especial, la profundización de ellos, tendrían sus días contados.
Trump es el resultado, la consecuencia, el fantasma que emerge luego del colapso bajo su propio peso del proceso de integración y globalización neoliberal, que ya había fracasado de manera rotunda y perversa con la insoportable continuidad de los anteriores gobiernos estadounidenses, tanto republicanos como demócratas. Ese proyecto, infinitamente hipócrita y cruel, de falsa inclusión y respeto por los derechos humanos de los pueblos y las minorías ha saltado en miles de pedazos como las bombas sobre las ciudades sirias que dejan decenas de miles de muertos y millones de refugiados que huyen desesperados a Europa. La crisis humanitaria no pudo haber llegado con Barack Obama a peores niveles en épocas de guerras no declaradas.
Un parangón similar hallamos en los efectos sociales y laborales del modelo neoliberal global. El proyecto de apertura comercial, de eliminación de aranceles, de consumo de masas, de desregulación económica en todas sus facetas, ha conducido a uno de los momentos del capitalismo contemporáneo con mayores niveles de contradicción. Las décadas neoliberales, que de paso se han caracterizado por un aumento sin precedentes de la producción industrial y sus nefastos efectos climáticos, ha llevado a las sociedades a desequilibrios inéditos en la distribución de la riqueza, con niveles de concentración propios de sociedades feudales. Un uno por ciento multimillonario se apropia de la generación de riquezas del resto de la población, que pierde día a día poder adquisitivo como otrora derechos sociales y laborales.
Este fracaso en la inclusión y en el desarrollo ha conducido al actual desastre. Un fenómeno global, perceptible con claridad por quienes tienen la voluntad y honestidad de observar y escuchar, aunque esté minimizado y rechazado por las elites políticas y económicas. Un fenómeno que en Chile no sólo ha lanzado potentes imágenes y señales, sino que ha creado abiertas tensiones entre la ciudadanía y las elites controladoras, expresadas desde un repudio generalizado a la política hasta protestas periódicas y multitudes indignadas en las calles.
DEMOCRATAS Y SOCIALDEMOCRATAS EN LA PICOTA
Tras el triunfo de Trump en Estados Unidos numerosos analistas, como Naomi Klein o Noam Chomsky, han apuntado hacia las políticas neoliberales de los últimos gobiernos demócratas como causa de la derrota de Hillary Clinton. Se generó un descontento en su momento alertado por el senador Bernie Sanders, pero finalmente absorbido por la campaña de Donald Trump. El malestar, la indignación contra el modelo neoliberal, escribió Klein en The Guardianla segunda semana de noviembre, ha sido la causa que ha dado inicio a un proceso que necesariamente tendrá que apuntar hacia otro rumbo. Aun cuando la magnitud de este cambio no lo conocemos, sí podemos afirmar que al ser impulsado desde el corazón del imperio, tendrá sensibles efectos en el resto del mundo. Klein, junto con lamentar el apoyo del Partido Demócrata a Clinton para bajar a Sanders, deplora doblemente el triunfo de Trump y llama a la creación, con carácter de urgencia, de organizaciones sociales y políticas sobre la base de un verdadero ideario de Izquierda.
Lo que tenemos ante nosotros es la instalación de un nuevo escenario que altera las reglas del juego neoliberal instalado desde los años 80 del siglo XX. La cantidad de perdedores de este paradigma han sido tantos y sus pérdidas tan grandes, que es difícil que vuelva a levantarse.
Los cambios serán mundiales y caerán con especial fuerza en Chile, una de las naciones en el mundo que desde sus orígenes desarrolló de manera extrema y totalitaria, con sesgos cuasi sacros, el modelo neoliberal. Chile es una ejemplo, incluso extremado, del paradigma de mercado levantado por los neoliberales desde la década de los 80. Bien sabemos que es el gran experimento de los discípulos de Milton Friedman, el que fue desarrollado con características extremistas y con pasmosa continuidad y profundidad durante las décadas siguientes.
El electorado estadounidense ha votado a Trump por sus propuestas para cambiar este modelo que tantas vidas e ilusiones ha dejado en el camino. Si así es en Estados Unidos, con un sistema de mercado incluso menos extremo que en Chile, no existe por estas latitudes ningún motivo de peso para razonar que aquí los efectos del modelo neoliberal han sido diferentes. Las consecuencias no sólo se expresan en las ascendentes protestas callejeras desde mediados de la década pasada, sino desde la década actual en un rechazo inédito e histórico hacia toda la clase política y las elites.
Resulta una enorme paradoja ver que hoy, en plena crisis de representatividad, y a menos de un año de las próximas elecciones presidenciales, no exista un discurso serio que relacione el profundo trance político, social y económico con la institucionalidad de mercado instalada durante la dictadura y profundizada por los gobiernos de las elites. De manera opuesta, y pese a la fuerza que han adquirido los movimientos sociales y laborales, el gran torrente discursivo, por cierto amplificado por el duopolio de la prensa escrita y los otros medios funcionales al establishment, no hace otra cosa que mirar hacia las políticas de las décadas pasadas como insumo que proyectar hacia el futuro. Un error de proporciones, que conlleva el riesgo no sólo de convertir en crónica la crisis, sino conducir al país a un colapso institucional mayor.
CHILE, EN CURSO DE COLISION
El sociólogo Carlos Huneeus escribió una columna en El Mostrador en la que da cuenta de la fractura entre la actual institucionalidad globalizadora y la ciudadanía. “Los terremotos políticos no son imprevistos y no vienen de fuerzas externas; hay indicadores que los anticipan, pero los dirigentes desconocen los problemas e ignoran los estudios que dan cuenta de fracturas existentes en la sociedad”, afirma en un texto titulado “Trump, el Brexit y los nostálgicos de los 90 en Chile”.
“¿Está Chile libre de recibir esta ola mundial, con una rebelión de los ‘perdedores’ de la globalización?” se pregunta. “En Chile, políticos y economistas de la Concertación vieron con entusiasmo la política ‘progresista’ de los demócratas y optaron más por la continuidad que por la reforma del ‘modelo’ neoliberal impuesto por la dictadura. Esta definición estratégica fue reafirmada por el presidente Lagos, que tuvo una cercana vinculación con los grandes empresarios, especialmente a través del CEP, y desarrolló -con un empuje similar al del Blair- ‘la asociación público-privada’”.
Estudios y señales han venido advirtiendo, ya desde la época del gobierno de Ricardo Lagos, que el modelo neoliberal y aquella relación público-privada vía concesiones y entrega de la economía a las grandes corporaciones, estaba haciendo agua desde varios rincones. Un fenómeno creciente que tuvo su quiebre al saltar a la luz pública las redes entre la casta política y los controladores de la economía.
El “progresismo” del que habla Huneeus está muerto. Y ni hablar de los puristas neoliberales representados en Chile por la ultraderecha de Chile Vamos. Ha quedado demostrado de manera palmaria con las políticas reformistas de la Nueva Mayoría, todas incapaces en su afán conciliador con los centros de dominación del poder económico de modificar la raíz de unas instituciones que tienen la base en el mismo Estado bajo la Constitución Política de la dictadura.
POLITICA Y NEGOCIOS
El proceso de liberalización económica ha acumulado demasiados errores para que pueda ser recompuesto. Chile tiene una distribución de la riqueza más bestial, incluso, que Estados Unidos, un desequilibrio destacado por el economista Thomas Piketty cuando estuvo aquí en 2015 y que puso a Chile -donde el uno por ciento se apropia del 35 por ciento de la riqueza-, como la nación más desigual del mundo.
El regreso a la arena política de los ex presidentes Ricardo Lagos y Sebastián Piñera atenta contra el curso de la historia. Ambas presencias se levantan como representantes del modelo de mercado globalizador en un país que clama precisamente por su erradicación. Ambas, también con agravantes, son expresiones de los aspectos más oscuros del modelo, aquellos que están en el filo de la legalidad. Por un lado Piñera, que ha hecho desde los inicios en los años 80 su fortuna con estas prácticas; en tanto Lagos, empantanado durante su gobierno en concesiones turbias y en pagos ilegales a funcionarios de su administración.
El caso Bancard, que vincula a la principal empresa financiera de Piñera con inversiones en una pesquera peruana durante los años de su presidencia, confirma al ex presidente no sólo como un representante y un gran beneficiado del modelo neoliberal globalizador, sino como uno de sus expresiones más corruptas. Con esta inversión Piñera demuestra su incontinencia ante la ambición mercantil durante sus años como presidente, se salta por encima los compromisos del fideicomiso ciego y le suma el agravante de hacerlo durante un litigio con el país vecino en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Lagos sigue en su misma tendencia, aquella que vincula negocios turbios bajo la lógica pública-privada. El Líbero ha denunciado que el Minsal quiere adjudicar la construcción del hospital de Marga Marga, que cobra un sobreprecio de 22 mil millones de pesos, a la empresa española OHL, cuyo presidente en Chile es Roberto Durán, cuñado de Ricardo Lagos Escobar.
En ambos casos no sólo podemos ver un evidente retroceso ante las señales que levanta el curso actual de la historia, sino que esta defensa es también una burda manera de mantener los privilegios propios y de sus redes.
PAUL WALDER
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 865, 25 de noviembre 2016.