Noviembre 24, 2024

Cuando un pueblo enérgico viril llora

Esa es Cuba que llora la partida de Fidel. Y ese es Fidel que vivirá para siempre.

La revolución cubana ha tenido enemigos formidables que jamás pudieron con ella, y  en más de medio siglo de acoso han hecho lo posible por asfixiarla. Más de seiscientas veces intentaron matar a su Jefe. Y no pudieron, como él mismo dijo.

 

 

Su sola existencia fue un triunfo permanente.

Y, cosa rara, tanto esos enemigos más enconados, como sus amigos al ultranza, han cometido el mismo pecado: confundir lo que les gustaría con lo que muestra la porfiada realidad.

De manera que los enemigos de la revolución no trepidan en afirmar, sin que tremole su voz, que en la isla los muertos flotan en el Caribe y los menesterosos no dicen esta boca es mía para no provocar a las hordas de criminales que pululan por las calles armados de kalshnikov y con ceñidas camisas verde olivo.

Ante semejante tontera no cabe sino la resignación del silencio guardado para casos de emergencia, cuando ninguna imagen, cifra, ejemplo, estadística o experiencia puede modificar un ápice la vulgaridad de la repetición vergonzosa de esos dichos enanos, torpes, esgrimidas por personas de apariencia normal.

Y no mucho más lejos desfilan los compañeros, amigos de la isla y de todo lo cubano, que hablan con el toque bravo del habanero, fuman sus tabacos al modo asere, bailan cual si fueran nacidos en Baracoa y echan coños como el más guapo de los que pululan por El Vedado.

Para no pocos de estos, Cuba es la epitome de la perfección revolucionaria, y el lugar en el cual cada crítica es un ataque y cada rezongo es un actitud contra. Y donde todo es fantasmalmente perfecto.

Y en medio de esos extremos graciosos, sin decir mucho ni hacer tanta alharaca, late la vida de los millones de desposeídos que se han visto influidos por lo que debe ser el más bello producto exportable de la revolución: esa gigante capacidad de compartir lo poco que tienen con el que no tiene nada.

Así sea una medicina, la formación de un médico, de un profesor o de un soldado. Como así fuere un cubano cayendo en combate en otras tierras que consideró suyas hasta el martirio.  

Poco o nada se habla de los cubanos que a esta hora combaten la muerte, la miseria, la enfermedad, la ignorancia en tierras a las que no llega nada ni nadie.

Mientras las potencias abotagadas nadan en una opulencia enceguecida al extremo de no ver como se desmoronan a pasos agigantados en su fracaso, ese pueblo acosado, atacado, pobre, que vive cada día como si fuera el primero y cada noche como si fuera la última, se desvive por quienes más sufren y comparte lo casi nada que tienen con los pueblos más castigados por la avaricia de los poderosos.

Y lo hacen en silencio. Sin prensa ni titulares, sin aspavientos ni comunicados. Sin esperar nada a cambio. Salvo, el derecho de llevar de vuelta a sus combatientes cuando caen en algún suelo que consideraron también suyo.

Por eso quienes mejor entienden el misterio mayor de la revolución cubana, son los pobres del mundo. Que son los que en perfecta armonía con sus sentires más profundos, hoy lloran al jefe.

Al Comandante en Jefe de los pobres del mundo.

Fidel es el caso de un Cristo de este tiempo, rodeado de bandidos  y prostitutas, de perseguidos y rebeldes. Este es el caso de un Cristo que resucitó tantas veces como las que lo mataron y volvieron a matar. Y que volverá a resucitar tantas veces como sea invocado por sus apóstoles que lo seguirán como a un redentor sin cruz y con fusil.

La Revolución Cubana es misteriosamente incomprensible para muchos. Algo que no se puede entender en términos de moneda de curso legal ni en calidad de artículos suntuarios. Y que hace que muchos no sepan bien como pararse ni qué hacer con las manos cuando se les interpela por esta cosa rara.  

Esta es la gente que siente esa sensación extraña cuando, más que entregar su sentir por la muerte de Fidel, se ven en obligación de explicar ese sentimiento, diseccionando su aparente admiración por él, con sus conceptos de democracia, libertad de prensa, cuando no de Derechos Humanos, persecuciones y represión.

Si no son capaces de entender lo que sienten los verdaderos compañeros de Fidel, los pobres, los humillados, los abandonados de todo y de todos, los miserables que mueren sin saber que nacieron, mejor sería no tratar de fingir una mueca de dolor.

Convengamos que no tienen ninguna obligación.

Y si descubren una sensación de ambigüedad que no les permite expresar con todas sus letras lo que sienten, piensen que quizás hacen un esfuerzo inconsciente por mejor diferenciarse de los hijos de puta, y ese es ya otro problema.

Para los que ven con el corazón no es cosa rara el mar humano que se lanza a la plaza de la Revolución para, por un segundo postrero, decir su sentir y mostrar su pena por la caída de un Hombre con hache grande. Ni lo son las increíbles muestras de pesar que cruzan el planeta.

Si no pudieron matarlo en más de medio siglo de atentados, ahora que se ha hecho eterno en el corazón de los que lo sintieron como un compañero, si se ha distribuido en las moléculas heroicas de su pueblo, ahora que ascendió al mito del guerrero más grande del siglo, solo cabrá honrar su memoria en todo los combates que sus soldados  habrán de enfrentar mientras en el mundo haya quienes sufran y otros que vivan de esos sufrimientos.

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