Diciembre 9, 2024

Telescopio: Fidel en cuatro tiempos

Hace unos días había intercambiado algunas impresiones sobre Fidel Castro con algunos ex compañeros del Liceo Manuel de Salas, donde estudié ya hace muchos años. Recordábamos las discusiones en el patio: no cuando los “barbudos”—como entonces se les conocía—derrocaron a Batista en 1959, los liceanos en ese tiempo aun éramos muy jóvenes, pero eso sí, recordábamos lo que fue la invasión de abril de 1961 y las reacciones ante ese hecho.

 

 

 

“Fidel se ha asilado en México” nos decía burlonamente un compañero de curso con saña anticomunista. ¿Podía ser? Los jóvenes de hoy tienen la ventaja de poder verificar todo en el Internet en cosa de segundos, en ese tiempo en cambio sólo estaba la radio y nadie llevaba consigo una radio a transistores. La noticia era falsa por cierto (esto de las noticias falsas no es un fenómeno nuevo). En Santiago aun no había televisión por lo que tuvimos que esperar a los días siguientes para ver imágenes de la batalla en los diarios, Fidel en uno de los carros militares, y luego la larga fila de los mercenarios que habían hecho el viaje desde Miami sólo para terminar prisioneros. Curiosamente, John Kennedy que había dado apoyo logístico y financiero a la invasión, lejos de perder popularidad luego de este fracaso, incluso la aumentó.  El psicólogo social Elliot Aronson en su libro The Social Animal interpreta este hecho como una afirmación en el público estadounidense, de que su presidente, hasta entonces rodeado de un aura casi mágica (recuérdese las alusiones al mítico Camelot), era también humano y capaz de fracasar. Buena excusa en todo caso, lo cierto es que vista desde el otro lado, fue una gran victoria para Cuba y para la conducción política y militar de Fidel Castro.

 

Así fue ese, el primer tiempo de Fidel para nuestra conciencia de adolescentes: como personaje todavía no provisto de todas sus significaciones políticas en un mundo dividido en dos campos antagónicos y en el cual, como jóvenes rebeldes, estábamos en proceso de escoger el lado más vilipendiado por los grandes medios de comunicación e incluso por varios de nuestros propios maestros y familiares. Lo mismo que Fidel en Cuba estaba dispuesto a hacer.

 

Una año más tarde vendría la crisis de los misiles soviéticos, que como sabemos culmina con la salida de esos proyectiles de Cuba pero a cambio, el compromiso de Estados Unidos de no invadir ni ayudar a terceros en una invasión a Cuba. Una sabia movida diplomática al fin de cuentas. (Sobre los misiles también cabe una explicación para los jóvenes: los “progresos” de la tecnología militar eventualmente hicieron innecesario que los soviéticos tuvieran cohetes en Cuba para atacar a EE.UU. o que los estadounidenses los tuvieran en Turquía para atacar a la URSS; en los años 70 la nueva tecnología de los misiles balísticos intercontinentales permitiría a ambas potencias destruirse mutuamente lanzando cohetes desde la “comodidad” de sus propios territorios).

 

El segundo tiempo de Fidel en nuestra propia experiencia, transcurre cuando ya estamos plenamente incorporados a la militancia, es el Fidel de las grandes manifestaciones en la Plaza de la Revolución, el que a nuestra distancia en los patios del Pedagógico imaginábamos dando las necesarias orientaciones para un proceso que veíamos venir como un apocalipsis para todo el continente: la época de la gesta liberadora ya está a la vuelta de la esquina.

 

Pero hay también tropiezos en esta marcha: el no cumplimiento de la meta de los 10 millones de tonelada en la zafra de azúcar, pero sobre todo,  la más dramática de todas, el anuncio que Fidel hace en 1967 admitiendo que su compañero de armas, el ‘Che’ Guevara ha muerto en Bolivia.

 

Fidel y Cuba siguen siendo fundamentales elementos en la formulación de nuestras propias estrategias. No es que se intentara copiar ingenuamente el modelo de la insurrección cubana como a veces se ha dicho caricaturizando el debate de ese tiempo, sino más bien se asimilaba la enseñanza de que una revolución no era posible sin que los sectores afectados por ella reaccionaran tratando de ahogarla en sangre, había por lo tanto, que estar consciente de eso que se estimaba era como un axioma y las interrogantes que a su vez esto abría: ¿deberemos prepararnos para una lucha armada? Unos cuantos decidieron tomar ese camino en la práctica, hubo esos compañeros que entonces fueron a combatir a Bolivia. Otros, se preparaban para una eventual rebelión armada en Chile mismo.

 

El Fidel del tercer tiempo es el que situamos ya en pleno período de la Unidad Popular, esos días maravillosos que nos hacen decir a la gente de nuestra generación—sin pudor alguno—que fueron los días más felices de nuestra vida: los días de esperanzas y de lucha, de reafirmación y de proclamación de nuestros sueños a todo pulmón. Fidel dando sus discursos en la Universidad Técnica del Estados, en el Estadio Nacional, visitando los más diversos lugares del país ante una derecha histérica y atónita que alegaba (y hasta hoy lo saca a colación) que “nunca un jefe de estado o gobierno hace una visita de 23 días”.  Seguramente, pero es que Fidel no era el jefe de estado o gobierno al que estábamos acostumbrados: el de los besamanos herencia de una añeja tradición cortesana, el de las visitas de cortesía a algún hospital o escuela previamente decorado y desinfectado, sino el revolucionario que quiso ver en terreno cómo era la vida de mineros y pescadores, de la gente en las poblaciones, sin maquillajes. Por cierto, para la derecha no podía sino ser un visitante molesto y seguramente sus representantes tenían puestas escobas al revés detrás de sus puertas para que el huésped se fuera luego.  

Ese es asimismo el Fidel que en el Estadio Nacional, cuando la gente se ha puesto a saltar al grito de “¡El que no salta es momio!” parece un poco sorprendido por el insólito espectáculo y cuando alguien le explica lo que sucede, se pone a saltar también…

 

Es este Fidel también el que cuando la tragedia se desata sobre Chile tras el golpe de estado y la muerte de Salvador Allende, será el primero en expresar su indignación contra la furia fascistoide que azota al pueblo chileno. La solidaridad del pueblo cubano será remarcable en todos los sentidos.

 

Y el Fidel de nuestro tiempo número cuatro corresponde a nuestro período de madurez, en tanto que para Fidel es también el momento de su gradual salida del primer plano como gobernante.

 

La última vez que lo vería, incluso más cerca que como lo había visto en Chile, fue en 2000, cuando Fidel viajó a Montreal para el funeral de quien había sido su amigo, el ex primer ministro de Canadá Pierre Elliott Trudeau. La amistad entre los dos se había iniciado en la década de los 70 cuando Trudeau, desafiando a Washington y en un gesto de independencia que lo honra, hizo una visita de estado a Cuba donde fue afectuosamente recibido por Fidel. En el año 2000, el líder cubano fue uno de los dignatarios que portaría el féretro de Trudeau a la salida de la Basílica de Notre Dame, en el casco histórico de Montreal. (Como dato curioso, esta era la segunda visita de Fidel a Montreal, en 1959 luego de un viaje a Nueva York y Boston, el entonces joven revolucionario había respondido favorablemente una invitación de la Cámara Junior de Montreal que había hecho una campaña para donar juguetes a los niños cubanos, los directivos de la campaña hicieron la invitación pero sin que creyeran que Fidel respondería positivamente, esa primera visita de sólo poco más de un día despertó gran entusiasmo y también fue un dolor de cabeza para los encargados de su seguridad ya que según reportajes de la prensa de entonces, Fidel gozaba de interactuar con la gente y ya en ese tiempo, los gangsters de Nueva York querían asesinarlo por el cierre de los casinos que ellos controlaban).

 

Luego de su retiro, seguiríamos de vez en cuando sus esporádicas apariciones reportadas por la televisión. También teníamos la ocasión de leer sus Reflexiones. Fidel, lúcido como siempre aportaba ahora su visión sobre los nuevos tópicos de la vida contemporánea: el medio ambiente en especial, pero también los temas de la paz mundial y ciertamente, el de las relaciones de su país con Estados Unidos.

 

Y así se fue el Comandante, así también en estos cuatro tiempos de la vida de tantos de nosotros: desde la curiosidad despertada en nuestra adolescencia con rasgos de héroe y aventurero luchando contra los malos, aun extendiendo un poco los paradigmas de nuestros héroes de historietas y películas; pasando por el tiempo en que nos hacemos militantes y admiradores del ejemplo de Fidel y su pueblo; yendo al tiempo en que nuestros sueños y los que encarnaba la Revolución Cubana parecían fundirse en un ensueño que tendría un rudo y brutal despertar, finalmente al tiempo de nuestro propio peregrinar por otras tierras y donde lo volvemos encontrar en una faceta diferente, como el humanista que viene a rendir homenaje a un amigo, porque él era también un “amigo sincero” como el del poema de José Martí.

 

 

 

 

 

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