En la cosmogonía de los economistas no hay nada más aterrador que la perspectiva de la crisis y el estancamiento secular. Ambos se acompañan de la pérdida del paradigma sobre estabilización y crecimiento que desde hace décadas orientó el trabajo de los economistas.
En la actualidad, como huérfanos desorientados, los economistas cercanos a la corriente dominante en teoría macroeconómica siguen buscando señales de que su paradigma no ha muerto. Recuerdan los pasajes del Paraíso perdido de John Milton en los que un Adán desamparado implora perdón pero su expulsión del paraíso es decretada. Así los economistas convencionales vagan sin rumbo, tratando de rescatar el paradigma perdido.
En el poema de Milton, el arcángel Miguel lleva a Adán a una colina desde donde contempla el porvenir que aguarda a la humanidad. Hoy desde una colina similar, los economistas observan consternados el desolador panorama del estancamiento secular. Ante su vista se suceden desempleo, pobreza, desigualdad, finanzas públicas desequilibradas y una política monetaria sumida en el desconcierto.
El viejo paradigma de estos economistas de la corriente neoclásica está basado en la creencia de que la política macroeconómica puede controlar los vaivenes de los ciclos económicos y la volatilidad de los mercados financieros. Sin duda la crisis de 2008 hizo añicos ese sueño y la fantasía de la estabilidad macroeconómica. Pero muy pocos economistas fueron capaces de leer las señales anteriores a la crisis sobre el gran diluvio del estancamiento secular.
Y sin embargo, esas señales eran bastante claras. En los últimos 30 años la tasa de crecimiento de la economía mundial disminuyó de manera constante. Entre 1973 y 2015 la tasa de crecimiento del PIB mundial pasó de 6.4 a 2.4 por ciento. Es decir, antes del frenazo que sufre la tasa de crecimiento del PIB mundial por la crisis de 2008 ya se observaba una tendencia decreciente durante más de tres décadas.
Otro indicador es el comportamiento de la tasa de interés real. Durante el periodo 1975-2015 la tasa de interés real para activos libres de riesgo fue disminuyendo brutalmente y pasó de un nivel cercano a 4 por ciento a niveles negativos cercanos a –1.2 por ciento. Los cálculos pueden variar ligeramente, pero cuando se observa una tendencia de esta magnitud a lo largo de un periodo de 30 o 40 años no se puede evitar pensar que aquí están en juego algunas fuerzas económicas seculares muy poderosas.
El problema es que frente a estas fuerzas del tiempo largo los economistas convencionales no pueden ofrecer un remedio en materia de política macroeconómica. Por ejemplo, los modelos macroeconómicos que utilizan los bancos centrales en la mayoría de los países son incapaces de sugerir medidas para afrontar un problema secular como el del estancamiento de largo aliento. Esos modelos dinámicos estocásticos de equilibro general (DSGE por sus siglas en inglés) sólo permiten en el mejor de los casos pensar en problemas acotados en el tiempo corto, como en algún episodio cíclico o un incidente de volatilidad en los mercados. Pero el marco analítico de esos modelos y sus metas sobre inflación no hace posible el concebir problemas como un desplome constante de la oferta o una deficiencia crónica de la demanda agregada. Es decir, además de tener todas las deficiencias para el tratamiento de problemas de corto plazo (agentes representativos y condiciones artificiales de estabilidad) los modelos DSGE son incapaces de dar cabida al tratamiento de problemas estructurales de largo plazo.
Frente a un escenario de estancamiento de largo plazo la política macroeconómica convencional permanece muda. Es que desde hace décadas su objeto no ha sido el control del nivel general del producto agregado. Y además, hoy los economistas convencionales no saben cómo articular una política fiscal expansiva con una política monetaria no convencional de tasas de interés muy bajas o incluso en terreno negativo. Tampoco tienen algo que ofrecer frente al problema de la desigualdad en la distribución del ingreso que tantos problemas macroeconómicos conlleva.
La teoría y política macroeconómica convencional tienen graves deficiencias, incluyendo sus anacrónicas hipótesis sobre el papel del sector bancario (como simple intermediario) y la presencia de agentes representativos (desacreditados teóricamente desde 1974). Así que ¿cómo pedirles que den el salto conceptual que les permita incorporar cosas como la evolución de la tasa de ganancia, el nivel general de salarios y la evolución del endeudamiento? Éstas son las preguntas centrales en una discusión sobre las tendencias futuras del capitalismo, pero tienen que ver con el espinoso tema de la distribución del ingreso y eso es algo que la teoría convencional prefiere ignorar.
La hipótesis del estancamiento secular invita a pensar en formas novedosas de política macroeconómica. También impone la necesidad de reflexionar sobre la necesidad de transformaciones económicas radicales porque el paradigma perdido de los neoclásicos jamás será recuperado.
Twitter: @anadaloficial