El pánico del sistema ha tenido expresiones que han ido desde un franco terror, escondido detrás de la pataleta DC, hasta las extrañas cuentas alegres que saca la presidenta: en su opinión, lejos de haber perdido, ganaron.
Luego del resultado de las elecciones en que un tercio de la gente no se interesó por la ofertas del duopolio, queda claro qué es aquello que de verdad asusta a los sinvergüenzas que se aferran al poder, aprovechando la despolitización, la credulidad y por sobre todo, el temor de la gente.
Habrá que sumar a esta triada la irresponsabilidad de la izquierda por no haber sabido dar pie con bola en un cuarto de siglo. Y en algunos casos, por haberse rendido para disfrutar de las ofertas en contante y sonante que trae consigo el ministerio, la municipalidad o el congreso.
Perder los espacios que durante todo este tiempo han creído con sobrada razón como propios, es el temor más grande que puede sufrir un miembro de la casta dirigente.
Queda demostrado que las marchas, los desfiles, las pancartas y los puños alzados, por sí solos, no tienen ninguna importancia para los frescos de raja. A lo sumo, uno que otro patán se aprovechará del momento para fotografiarse entre la chusma y para hacer declaraciones tan rimbombantes como carentes de todo sustento real.
La lección de Valparaíso no comenzó el día en que se leyeron los cómputos y se daba como ganador a Jorge Sharp.
Lo realmente importante estuvo en el proceso que los movimientos políticos y sociales del puerto llevaron a cabo durante mucho tiempo, hasta coincidir en que el mejor recurso de la acción política contemporánea era impulsar la participación de la gente, pedir su opinión. Respetarla. Confiar en ella. No intentar siquiera suplantar sus propias decisiones.
Todo lo contrario de lo que ha hecho hasta el hastío la izquierda triturada, anómica y anémica, en la que el que logra juntar a tres o a cuatro discípulos, levanta sus ideas, las únicas verdaderas, y peor aún, a su líder preclaro y lúcido, por cierto, también el único y verdadero. Así se ha pavimentado el camino: de derrota en derrota, hasta el fracaso final.
Pero quien ha humillado sistemáticamente a la gente, y la ha manipulado hasta el cansancio, ha sido la Concertación, ahora la travestida Nueva Mayoría por la intercesión del Partido Comunista.
Y, peor aún, le ha dado con el mocho del hacha. Ha soltado en su contra a la represión tal como lo hizo la tiranía. Ha regateado la chaucha a la gente que se descresta para vivir. Les ha pauperizado la salud y la educación. La cultura del extractivismo ha hecho mierda sus pueblos mediante la polución que secretan sus ingenios energéticos, sus minas y plantas industriales. Les ha envenenado el suelo y el agua. Y, para el final de sus vidas, la cultura neoliberal le ofrece al viejo y a la vieja el dolor de tener que vivir sus últimos años con una pensión de miseria.
A Bachelet y sus adláteres, la gente le ha importado un soberano rábano.
Por eso resulta no solo necesario sino impostergable que la izquierda sea capaz de imponer un camino que tenga en cuenta aquello que efectivamente amenaza al sistema. Lo que le hace daño. Lo que les impone un miedo que no pueden reprimir.
Las votaciones son un recurso de las luchas del pueblo cuando son concebidas de la manera correcta. Cuando la gente decide sus candidatos, sus programas, sus métodos y lo que hay que hacer de almuerzo.
No cuando es tratada como cosa o como objeto del aprovechamiento de los más vivos o de quienes se creen por sobre de los más humildes y modestos. O de los que se asumen líderes a propósito de frescuras y chamullos como si la opinión de las personas no contara.
Resulta absolutamente necesario aprender la lección.
Se va configurando un estado tal, en que la izquierda necesita impulsar un proceso que considere múltiples expresiones de lucha, que sea capaz de ir combinando las causas populares de manera que se vayan articulando desde el nivel local, todos quienes compartan un proyecto colectivo que reúna las peleas del barrio, con las de mayor complejidad, hasta llegar a las de naturaleza político electoral.
Un proceso multifacético, amplio y no restringido a la creación mecánica y burocrática de nuevos partidos políticos, sino que apunte a la construcción de propuestas locales y proyectos alternativos, entendiendo que la cuestión de la política es el poder y que este, desde la perspectiva del pueblo, se articula desde abajo hacia arriba.
Y luego, llevar esas peleas al campo la política y con esa fuerza social desplegada, disputarle uno a uno sus sillones: los consejo municipales y alcaldías, las diputaciones y senaturías y por cierto, en breve, disputarles también La Moneda.
Haríamos bien en poner en práctica una consigna muy nueva: Todo el poder a los soviets*!
*Consejo, asamblea.