Diciembre 3, 2024

España, el camino hacia la irrelevancia política y cultural

La pérdida de referentes y la banalidad en el quehacer político son dos ingredientes para convertir un país en irrelevante. España transita en esa dirección. Vive anclada en su gran imperio de ultramar, en la leyenda rosa o negra. Así, en medio de una crisis de desigualdad y exclusión social, en Cataluña un sector de la izquierda parlamentaria solicita retirar la estatua de Cristóbal Colón (sic).

 

 

Culturalmente, tras el golpe de Estado de 1936, la guerra civil y el advenimiento de la dictadura franquista la inteligencia fue sepultada bajo una losa de mediocres. El exilio, el éxodo de intelectuales, el cierre de universidades y la expulsión de los maestros de las escuelas despejó el camino. La transición, muerto el dictador, apuntaló cimientos, remozó y puso al día el ideario modernizador de los gobiernos tecnócratas del Opus Dei. Bien dijo Manuel Fraga Iribarne, ex ministro de Franco y fundador del Partido Popular: Sólo se reforma aquello que debe perdurar.

Para ejemplarizar el desapego actual a la cultura, que habita en el inconsciente colectivo de la élite política que gobierna España, bien sobrevive la frase del general Millán Astray, fundador de la legión, alzado en armas junto con Franco, el 12 de octubre de 1936, pronunciada con motivo de la celebración del día de la raza, nada menos que en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en presencia del rector, Miguel de Unamuno: ¡Muera la inteligencia, viva la muerte! Unamuno, sorprendido, contratacó: … este es el templo de la inteligencia. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitarías algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil que penséis en España.

Hoy, los actores son otros y la tragedia se ha trasformado en farsa. Asistimos a una bacanal de cretinismo político. Las discusiones son irrelevantes, los referentes teóricos provienen de comics, series de televisión, etcétera. Los personajes de ficción cobran vida en las instituciones. A falta de mejores mimbres se recurre al símil deportivo. Atletas, clubes de futbol y entrenadores sirven para encuadrar el debate político.

España ha transformado la política en chascarrillo, un anecdotario de ocurrencias. Entrados en este maremágnum, expresiones como España va bien, de José María Aznar; “España milita en la champions league de la economía mundial”, del ex presidente del gobierno Rodríguez Zapatero; las declaraciones de Mariano Rajoy subrayando que su primera lectura lo constituye “el periódico deportivo Marcar”, o la descalificación de Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy, en la sesión de investidura, al compararlo con un actor de serie B: Usted es el chicle de MacGiver, sirve para todo, son parte del acervo cultural de esta España irrelevante.

La ironía, la confrontación dialéctica y la pedagogía argumental han desaparecido del escenario parlamentario y de los periodistas, más pendientes de informar de la crónica rosa que de facilitar elementos para el debate. La cultura política se disuelve en frases de marketing. Muchas discusiones son emponzoñadas por políticos transformados en tertulianos. Se insultan, interrumpen y gritan transitando hacia la descalificación personal, aludiendo a la obesidad, las verrugas, el peinado, etcétera. Instalados en la demagogia, se atrincheran en la anécdota. Se debate sobre la distribución de asientos en el hemiciclo del parlamento, unos considerados nobles y otros el gallinero, o se ofrece el despacho para amancebarse en medio del discurso de investidura, además de besarse o llevar los hijos.

¿Y para cuándo el debate de la política de defensa, exterior, empleo, educación, sanidad, hidrográfica, energética o la reforma electoral, la constitución y lucha contra la corrupción? Ah, de eso sólo declaraciones genéricas, con las cuales no se puede estar en desacuerdo. ¡No más corrupción! ¡Stop desahucios! ¡Fin de la pobreza energética! ¡Educación pública de calidad! ¡No al calentamiento global! ¡Vivienda para todos!

La crisis del PSOE sirve de ejemplo. Los medios de comunicación emprendieron una campaña descalificatoria contra el hoy ex secretario general del PSOE Pedro Sánchez. Felipe González abrió el fuego amigo, dijo sentirse traicionado por Sánchez, habló de ingobernabilidad y sentido de Estado, ¿Cuál? El suyo, desde luego. Apoyar a Rajoy y facilitar un gobierno del Partido Popular, por ser el partido más votado. En este rifirrafe hubo insultos, vítores, llantos y lágrimas de cocodrilo, pero no explicaciones; el resultado: favorecer un gobierno en minoría con garantías para la troika y las trasnacionales.

Mientras se apela a la patria, los medios de comunicación proponen debates de alto nivel cultural: ¿La paella debe llevar chorizo? La tortilla de patatas, ¿con o sin cebolla? ¿Cristiano Ronaldo o Messi? ¿Iglesias o Errejón? ¿Toros sí, toros no? Este popurrí sin pies ni cabeza es aderezado con interminables tuits, salpimentado con miles o cientos de miles de seguidores tecleando el consabido me gusta o no me gusta. Chistes fáciles, anécdotas y performances sustituyen el debate político. Podemos, la nueva formación emergente, parece transitar a la irrelevancia, sus dirigentes se empeñan en hacerlo posible. Pablo Iglesias es hoy el político peor valorado. Su debate interno se concreta en sumar sensibilidades o crear miedo, pasar del sí se puede a crear, crear, poder popular.

Como colofón, Felipe González y Juan Luis Cebrián se negaron a dar su conferencia en la Universidad Autónoma de Madrid. Cientos de alumnos le recordaron su pasado, sus censuras, sus exclusiones, sus responsabilidades. Hubo adjetivos, no insultos ni descalificaciones, pero la prensa ha salido en su defensa con mentiras y criminalizando a los estudiantes, culpando a Podemos, trasformado en el saco de arena, donde descargan su agresividad el nacional-catolicismo, el PSOE, la derecha españolista y cuanto personaje de la farándula existe. Todos contra ellos y ellos en la inopia. Así, España transita hacia la irrelevancia política en pro de una sociedad de idiotas sociales.

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