Diciembre 1, 2024

El femicidio continúa

Pese a los inmensos esfuerzos que se han hecho a nivel mundial por terminar con el femicidio, el fenómeno continúa e incluso en algunos países aumenta. Actualmente, la población femenina mundial es de 3.660 millones, un 49,6% del total de los habitantes del planeta y 143 de los 195 países existentes garantizan la igualdad entre mujeres y hombres en sus constituciones. Sin embargo, un 50% del total de los crímenes contra mujeres pueden aún calificarse como femicidio. Una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia física o sexual, en la mayoría de los casos de parte de sus parejas. En 29 de los 143 países, que garantizan la igualdad de género, el hombre es designado cabeza de familia por ley. Pese a las políticas de apoyo a la mujer impulsadas por los gobiernos y las campañas educativas, la CEPAL ha constatado que la violencia contra las mujeres continúa golpeando a nuestra región de manera dramática. De esta forma, durante 2011 se registraron 466 muertes de mujeres ocasionadas por sus parejas, o ex parejas, en 12 países de la región, entre los que Chile ocupa el cuarto lugar en el ranking del número de casos de este tipo de delito, con 40. En 2016 ya va un número mayor a 40. Chile solo es superado por República Dominicana, con 127, Colombia, con 105 y Perú con 61 casos.

 

 

Pensando no muy académicamente la primera causa de esto es que la mayoría de los hombres son más grandes y fuertes físicamente. Si las mujeres midiéramos 2m. y pesáramos 100 kilos, la cosa cambiaría. Pero, poniéndonos serios, es necesario estudiar las razones profundas y, a primera vista, es fácil concluir que hay una ideología impuesta en el mundo, desde el surgimiento de la familia nuclear, que trae consigo la idea de que los hombres son superiores y que, por lo tanto, tienen todos los derechos sobre “sus” mujeres.

 

La familia nuclear

Lewis Morgan investigando la sociedad primitiva[1], demostró que el machismo y la monogamia nacen con la propiedad privada. Antes de esta, la sociedad vivía en comunidades matriarcales, se permitía el ejercicio libre de uniones, separaciones, la poliandria y la poligamia. La madre definía la consanguineidad y el parentesco, reafirmándose la certeza ya ancestral de que la mujer es la que da la vida, la única capaz del amamantamiento y por tanto de la sobrevivencia del ser humano.

 

El hombre primitivo, incapaz de procrear, cuando pasó de la caza y de la guerra a la labranza, comenzó a valorizar la importancia de la mano de obra familiar  y, por tanto, de la propiedad de la prole. Al disminuir las guerras, disminuían los enemigos vencidos que pasaban a esclavos de los vencedores y se necesitaba mano de obra en los campos. Al ser dueño de la fuerza física y las armas, le fue fácil imponer la monoandria, porque la monogamia nunca le interesó, y la vida en pareja para apropiarse de los frutos de sus mujeres. Así, se terminan las uniones libres.

 

Desde ese momento, solo el hombre puede romper lazos y repudiar a su mujer, reservándose el derecho a la infidelidad conyugal. El Código de Napoleón lo concede expresamente “mientras no tenga a la concubina en el domicilio conyugal”. Si la mujer recordaba las antiguas prácticas sexuales y quería revivirlas, era sancionada o castigada como nunca antes ocurrió en la historia.

El género dominante

Marx afirmaba que la ideología de una sociedad era la ideología de la clase dominante. Jamás habló del género dominante. Notable que un crítico social como él no dedicara un minuto a ese análisis. Más aún cuando su amigo Federico Engels descubría que la familia nuclear nacía con la propiedad privada. A Marx no le convenía desarrollar este pensamiento, porque era el rey en una casa llena de mujeres, donde explotó hasta el fin de sus días a su hija Eleanora, su secretaria, la que le mecanografiaba sus escritos. A la que le prohibió casarse con el novio que amaba y por el que ella se suicidó cuando este se casara con otra.

 

Tampoco sus seguidores, que supuestamente representaban el pensamiento más avanzado de la época, se preocuparon del género. El marxismo-leninismo, pensamiento supuestamente revolucionario, en todas sus experiencias prácticas ratificó el Código Napoleónico, rompiendo con el socialismo utópico que fue explícito sobre los derechos sexuales de la mujer. August Bebel escribía en 1867: “En la ejecución del amor será libre igual que el hombre. Enamorará o se dejará enamorar y cerrará el vínculo no por otras causas que las de su inclinación… En este aspecto, el socialismo no creará nada nuevo, no hará sino restablecer en un estado cultural superior y bajo nuevas formas sociales, lo que era generalmente válido antes que la propiedad privada dominase la sociedad… La satisfacción del instinto sexual es asunto personal de cada uno; lo mismo que la satisfacción de cualquier otro instinto natural”.

 

Y, olvidándose a Bebel, hemos tenido que vivir con la ideología del género dominante aceptando su cultura y un conocimiento trasmitido a través de generaciones, que acumula los errores, subjetividades y caprichos del pensador de turno. Lo más suave es el lenguaje. Cargamos con que la palabra histeria venga de útero, ya que supuestamente no existe el hombre histérico. Que se comente hasta el agotamiento acerca de los supuestos problemas que nos trae la menopausia, sin que se escriba ni una letra, al alcance de las mayorías, sobre el impacto de la andropausia en los varones. Que se diga que somos tontas, conflictivas o feas cuando llegamos a viejas y que tengamos que aceptar, cuando un varón nos honra al elegirnos, que sienta que nos compró y que, por tanto, nos posee, junto al derecho a golpearnos si no cumplimos con sus expectativas. Que las guapas que triunfan profesionalmente lo logren porque se acuestan con el Jefe y las feas, porque son unas amargadas a las que no les queda más que estudiar y trabajar.

 

Una de las ideas de Freud

Volviendo a los grandes pensadores de la humanidad, hemos aceptado ideas absurdas como la incorporada por Freud, por nadie jamás discutida, acerca de “la envidia al pene”.

 

La verdad es que he convivido íntimamente con mujeres, hice mi educación en un internado, estuve presa, tengo tres nietas mujeres y grandes amigas y nunca he escuchado, ni visto, el menor atisbo de envidia al pene. Me dirán que estoy haciendo un análisis casuístico, incluso corro el riesgo de que mis amigos varones no me publiquen esta vez, pero ni en infinidad de páginas escritas por mujeres he leído nunca nada acerca de este complejo que según el señor Freud condicionaría seriamente nuestro comportamiento.

 

Por el contrario, creo que son los hombres quienes rinden culto al pene. Desde pequeñitos se lo tocan y examinan, un poquito más grandes lo muestran con orgullo y ya en la adolescencia es el principal juguete y símbolo que comparten con sus amigos. Para las mujeres que no tenemos hermanos, La ciudad y los perros fue una revelación. Leer allí las competencias de los adolescentes protagonistas por el tamaño de este, por la distancia que logran con el orín o el semen y el disfrute de introducir el pene en gallinas u otros animales, a ninguna mujer conocida que yo haya sabido, nos produjo envidia. Cuando más una enorme sorpresa.

 

Es claro que el género dominante siente adoración por el pene y especialmente por el pene erecto. De ahí el éxito del indio pícaro que se ha construido en todos los tamaños y que ha sido recibido por los varones con el mismo deleite que el viagra. Viendo esto, es muy difícil no imaginar que los varones, a lo menos una vez en su vida, no hayan pensado en la suerte femenina de contar con un clítoris siempre dispuesto.

 

Es más fácil creer que son los varones los que odian partes del cuerpo femenino, en lo que sorprendentemente Freud nunca pensó. Para el varón de las cavernas no podía pasar inadvertido que una parte del grupo con el que compartía la cueva, de repente produjera una criatura. Más aún, que ese mismo ser, aparentemente igual a él, pudiera amamantar a dicha criatura con su propio cuerpo. A mí me parece que ese acto monumental debe haber causado mucha más envidia que un pedazo de carne inanimada que es lo que uno les ve a los niñitos al jugar con ellos al doctor entre los 4 y 7 años.

 

La incapacidad del hombre de dar a luz es la base de muchas formas de maltrato existentes posteriormente en la familia patriarcal. Pero, aunque en este aspecto me equivoque, es claro que el macho está preocupado en muchas formas y/o molesto por partes del cuerpo femenino, sea porque quiere moldearnos a sus gustos, sea porque quiere solo dañarnos.

 

Es así, como hasta los años 50 en China, los hombres exigían a la mujer que elegirían por esposa una forma de caminar y que se les movieran las nalgas de determinada manera al dar pasos cortos con pies pequeños. Las que mantenían los pies grandes no encontrarían un buen marido y tendrían que dedicarse al trabajo pesado en el campo. Por ello, las madres, cuando sus hijas cumplían siete años se encerraban con ellas, les quebraban los dedos de los pies, doblándoselos. A veces lo hacían pateándoselos en el suelo y las mantenían caminando por días sobre las heridas hasta que dejaban de sangrar. Las uñas se les enterraban en la parte superior de las plantas de los pies y los huesos se les soldaban solos. Una gran mayoría moría por gangrena o por no resistir el dolor. Pero era necesario para dar gusto al varón.

 

Hasta hoy existen crueldades similares, como la ablación practicada por musulmanes, muchas regiones del África e incluso tribus en lugares de América Latina. Los varones de esas sociedades no aceptan que sus mujeres pierdan el himen o que hayan tenido placer sexual, incluso masturbándose, por lo tanto exigen un tratamiento que en la mayoría de los casos está a cargo de las abuelas. Cuando la niñita cumple cierta edad la abuela le debe cortar el clítoris, extirpar los labios menores y parte de los mayores de la vulva. Así se impide el placer. Debe coser los labios de la vulva de manera de tapar la entrada de la vagina para proteger el himen, quedando abierta solo la parte de los labios que deja salir el orín y la menstruación. Las cosen con alambre, hilo de pescar o un pegamiento casero. En Colombia lo practican las tribus EMBERA-chami, le llaman curación y se encuentran en Choco, Risaralda, Cauca y Nariño. Las niñas que sobreviven al dolor y la gangrena quedan severamente dañadas sicológicamente.

 

Hacia fines de los 90 en el Congo, productor del 80% del coltan del mundo (mezcla de columbia y tantalita), mineral imprescindible en la industria digital, multinacionales han armado ejércitos en Ruanda y Uganda para robarlo, como antes ocurrió con los diamantes. En los reportajes sobre esta guerra, aparentemente ya terminada, los soldados manifiestan explícitamente que la violación de las mujeres del enemigo les da fuerza en la lucha y en especial si lo hacen con sus bayonetas. Los esposos expulsan de sus casas a las violadas, embarazadas o heridas por el enemigo, por no soportar la vergüenza y las dejan abandonadas a su suerte en los montes. Más que envidia al pene, esto me suena a odio al útero. Ese que puede procrear.

 

Un femicidio de nuevo tipo

Volviendo a nuestra sociedad, occidental y cristiana, donde “estas cosas no ocurren”, se debe reconocer que el femicidio no disminuye, pese a las campañas y a la legislación contra este. Incluso en sociedades tradicionalmente protectoras de hijos y familia, como la argentina, se ven a diario casos tan brutales, como el ex esposo que quemó vivos a su mujer con seis hijos y su nueva pareja.

 

Los celos, el alcohol y las drogas gatillan la violencia, pero la esencia de la violencia actual proviene de nuevas causas, además de las históricas y ancestrales. El desarrollo intelectual y profesional de la mujer no es compatible con la sociedad patriarcal. Hoy, cuando se acepta el matrimonio igualitario, la virginidad no es obligatoria, el cuerpo desnudo no es tabú, las madres solteras no son despreciadas y se desarrolla un profundo proceso liberador sexual entre las generaciones jóvenes, el dominio y la represión del macho se mantienen en la pareja.

 

En los últimos treinta años en Chile, la mujer ha comenzado a cumplir un papel en el mantenimiento del hogar, pudiendo combinar la obtención de ingresos con el cuidado de los hijos, los niños con capacidades especiales, enfermos y discapacitados de la familia. La mujer campesina ha pasado de ser inquilina a temporera agrícola o agroindustrial. El trabajo de las obreras de la manufactura ha sido reemplazado por las importaciones asiáticas y por el trabajo individual a destajo en el hogar. El servicio doméstico es más libre, gran parte concentrado en empresas de aseo. Prácticamente desapareció el trabajo doméstico puertas adentro y han aparecido una serie de trabajos temporales, desde la venta de ropa usada en ferias callejeras al teletrabajo. Ello, junto a la presencia incalculable de las múltiples tarjetas de crédito entregadas a sola firma, ha llevado a un número importante de mujeres de sectores populares a no depender del marido proveedor. Más aún, con la precariedad en el trabajo y los bajos salarios, cada vez son más necesarios los ingresos de la mujer para financiar a la familia.

 

Pero, este cambio en las condiciones materiales de la mujer, solo ha llevado a que muchos hombres se sientan disminuidos en su papel. Desaparece el macho protector, cuando ya no existe el proveedor único, especialmente en los sectores de bajos ingresos. Muchos de ellos dejan el peso de la familia en las esposas para sentirse más libres para dedicarse a los vicios y la infidelidad. A otros niveles sociales, las mujeres, aunque en algunos casos reciban menores salarios, se destacan por su eficiencia y pueden fácilmente competir con los hombres. La mujer no solo ha logrado la libertad sexual, sino que cada vez es más libre e independiente, especialmente por ser capaz de sostener a su familia sola. Eso es insoportable para el macho que antes llegaba a la casa exigiendo que se le atendiera por ser quien traía la plata.

 

Desaparece familia nuclear

Debido a ello, ha surgido un nuevo tipo de familia extendida. En sectores populares surge un grupo familiar cada vez más generalizado, que es el conformado por una Jefa de Hogar sola, con un número importante de hijos de distintas parejas, que puede incluir nietos de las hijas mayores también con diferentes parejas ausentes. Programas como el de La Jueza muestran hasta el cansancio los casos de hombres que se desentienden de sus hijos material y emocionalmente.

 

Estas nuevas realidades no solo causan femicidios, sino que muestran diversos síntomas de que el matrimonio patriarcal y la familia nuclear están en crisis. Las uniones son cada vez más tardías e incluso muchas jovencitas congelan sus óvulos para tener hijos cuando ya estén maduras.

 

Es raro que un matrimonio permanezca unido hasta la muerte, confirmando lo que diversos filósofos sostienen acerca de que el amor y la pasión en las parejas no dura más de cinco años. El culto al pene, acerca del cual Freud acusaba a las mujeres, se hace ostentoso en ancianos de la tercera edad que se juegan la vida por una erección, rindiendo culto a las mujeres jóvenes e impregnándose de viagra. La discusión que han impuesto los jóvenes sobre el respeto a la diversidad, el matrimonio igualitario, el mismo ponceo que adolescentes en Chile inauguraron en los parques públicos por un tiempo, nos muestran el surgimiento de nuevas formas de atracción sexual.

 

Todos estos elementos hacen evidente que el matrimonio patriarcal no se adapta a las nuevas realidades. Quizás las formas actuales de convivencia sean menos solidarias, más individualistas que las que proporcionaba el matrimonio y la familia nuclear, pero también es claro que hay mayor libertad para la mujer y para cientos de jóvenes homosexuales que debían esconderse para no ser agredidos o asesinados.

 

No tenemos que sufrir por defender instituciones ya caducas. Si esta libertad se combinara con mayor comprensión y respeto por el otro, se podrían estar generando las condiciones para el surgimiento de un nuevo tipo de familia y organización social. Una mezcla conformada por las Jefas de Familia que acogen a sus hijas mayores con sus nietos, con las constituidas por parejas gay o bisexuales que quieran colaborar en la crianza de los hijos de amigos o hermanos. Familias donde desapareciera el macho agresor y prepotente y los hombres pudieran desarrollar su parte femenina reprimida por los mitos de la sociedad patriarcal. Donde se compartiera, en igualdad de condiciones, el trabajo doméstico, el presupuesto familiar y el cuidado de los hijos.

 

En un futuro no muy lejano, el matrimonio actual lleno de violencia, represión e infelicidad dará lugar, como dice el sociólogo nicaragüense Orlando Núñez, a Comunidades Andróginas, donde formas de amor más avanzadas y plenamente solidarias con la diversidad, compartan las necesidades reales del ser humano y donde las mujeres seamos nuevamente respetadas.

 

 

 

 


[1]Engels, Federico, “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, 1884

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