Diciembre 4, 2024

Rafael Garay: ¿enfermo o encantador de serpientes?

La vida sería  muy monótona y plana si no surgieran, de tiempo en tiempo, grandes mesías, ilusionistas, encantadores de serpientes y seres capaces de hacer milagros. ¿Qué sería de las religiones monoteístas sin salvadores y sin milagreros?

 

 

De las innumerables historias de encantadores de serpientes elijamos tres bien significativas de predecesores del “genial” Rafael Garay: Contemporáneo de la época de Jesús y sus apóstoles existía Simón el Mago, un samaritano que pretendía ser el salvador de la humanidad, llamado padre del agnosticismo, y pretendía demostrar su poder sobrenatural a través de los milagros. Famosa fue su rivalidad con San Pedro: Simón el Mago quiso demostrar que podía volar, pero Pedro solicitó la intervención divina para que cayera de su pedestal y perdiera su prestigio de hombre poderoso.

Otro de los casos tuvo lugar en la época del Renacimiento, a fines del siglo XV:  el monje Giacomo Savonarola, después de múltiples autoflagelaciones y ayunos, decidió combatir la depravación en que se encontraba la Florencia de Lorenzo el Magnífico y, para demostrar su poder, anunció la muerte del líder de los Medici, Carlos VIII de Francia, y del depravado Papa Urbano; el presagio se cumplió logrando el predicador dominico miles de adeptos, que iban a escuchar sus sermones a la Catedral del Duomo, en Florencia.

Carlos VIII, rey de Francia, decidió invadir Milán y, de pasada, Florencia, trayendo por medio de sus tropas la sífilis – en esa época se discutía esa enfermedad era de origen francés o milanés -. Savonarola otra vez apareció en la historia salvando a Florencia al proponerle al rey francés la invasión al  Estado pontificio; el papa de entonces, Rodrigo Borgia, con el nombre de Alejandro VI, Papa corrupto, a quien se le acusaba de tener prácticas sexuales incestuosas  con su hija Lucrecia; este Papa se convirtió en el peor enemigo del monje dominico: primero, quiso cooptarlo enviando como mensajero a su hijo César – por esa época Cardenal – para ofrecerle el Capelo al rebelde Savonarola que, por supuesto, no lo aceptó.

Savonarola gobernó durante un corto tiempo, haciendo de Florencia un república teocrática, autoritaria, donde estaban prohibidas las depravaciones; las mujeres debían llevar un  velo y usar trajes hasta los tobillos; los homosexuales eran sometidos a la hoguera y loa festivales eran reemplazados por la quema de cuadros de pintores famosos que representaban, por ejemplo, desnudos de mujeres, libros “impíos”, entre ellos El  Decameron, joyas y otros artículos de lujo, que este cura tirano encontraba pecaminosos. Organizó un ejército de niños que vigilaba las costumbres y azotaba a los pecadores, así como encargados de pedir la limosna e, incluso, quitar el dinero a los avaros ricos. Para probar su comunicación permanente y directa con Dios, este monje quiso mostrar que podía atravesar una barrera de fuego sin sufrir daño alguno, pero como fracasó en su intento al desistir de realizar tan osada hazaña, el pueblo perdió confianza en él, incluso, aplaudiendo el momento en que el Papa Alejandro VI ordenó ahorcarlo, en la Plaza de la Signoria. En el momento en que incineraban su cadáver, apareció una ráfaga de viento e hizo creer a las beatas que el dominico Savonarola aún contaba con el favor de Dios, – en la Plaza de la Signoria aún está marcado el lugar donde fue quemado Savonarola -. Nicolás  Maquiavelo, en El Príncipe, se refiere a Savonarola como el “profeta desarmado”, sosteniendo que ningún profeta sin armas podría triunfar y que siempre estaría condenado a la derrota.

En Chile, en 1876, gobernaba el país Aníbal Pinto, que sufría la mayor crisis económica de la historia de Chile – como hoy, el ministro de Hacienda de la época, decía el equivalente a no “no hay un  puto peso”. Aparecieron en Santiago un alsaciano, de nombre Alfredo Paraff, y su socio, Francisco Roger, quienes sostenían poseer la fórmula química de convertir los escombros en oro – algo así como lo que hacían los alquimistas en la Edad Media. El gobierno, como también muchos particulares, creyó en la fórmula mágica que salvaría al erario fiscal del despeñadero y, de paso, convertiría en millonarios a muchos ingenuos, que tenían su fe puesta en el alsaciano. Llegó a tal colmo el fanatismo que se inventó un baile de moda, la polka de Paraff. El milagro no llegó nunca, pero Chile se hizo rico gracias al salitre, conquistado en la llamada Guerra del Pacífico.

A estos tres célebres casos de “milagro” o estafa podemos agregar las muchas burbujas  en las Bolsas de Comercio. En el caso chileno, en 1913, comprando títulos bolivianos de minas no descubiertas aún, los oligarcas chilenos, en un solo viaje de tres horas Santiago-Valparaíso, se convertían en millonarios antes de llegar a la estación de Quillota, donde se vendían los mejores sándwiches de palta. (Baste leer la novela La Casa Vieja, de Luis Orrego Luco para conocer el retrato de estos nuevos ricos, gracias a la especulación bursátil.

El caso de Rafael Garay, posible encantador de serpientes o bien, enfermo terminal, no tiene nada que envidiar a los personajes, cuyas hazañas hemos relatado antes: como Simón El Mago, o el químico alsaciano que convertía los escombros en oro, Garay ha sido un personaje televisivo, con gran poder de convicción, carisma e inteligencia y tan buen profesor que era capaz de explicar a letrados y menos letrados los misterios y milagros de esa ciencia esotérica, la economía. De una infancia de carencias materiales, en las poblaciones de Concepción, saltó a la fama como gurú del mundo financiero.

Garay mostraba muchos títulos académicos, hoy puestos en cuestión, pero tenía la habilidad, a diferencia de los demás economistas, de vulgarizar la economía y, de esta manera, “entrar” en los hogares no sólo de los ricos y capas medias, sino también de sectores populares. Siempre tenía la fórmula perfecta para multiplicar los panes y hacer llover del cielo el maná, como también el milagro de convertir el agua en vino. Por desgracia, se truncó el sueño y, como Simón, Savonarola y Paraff, de mago milagrero pasó a la categoría de presunto estafador. Ojalá no tenga la mala suerte de Simón y Savonarola y  más bien siga el camino de Paraff, quien fue condenado por la justicia chilena a la pena de cinco años y un día remitidos y con libertad vigilada.

Rafael Garay muestra que la naturaleza humana no puede ser más codiciosa, brutal y tonta. Como bien decía el maestro Maquiavelo, “por dinero, los hombres son capaces de vender o asesinar a su padre”, pues mientras exista la codicia y el deseo de ganar dinero fácil, siempre tendremos a Rafaeles Garay entre nosotros.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

26/09/2016        

               

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *