Diciembre 7, 2024

Rol de la democracia Cristiana en la gestación, consumación y afianzamiento del golpe militar de 1973

Manuel Acuña, en su libro Rol de la Democracia Cristiana en la gestación, consumación y afianzamiento del Golpe Militar de 1973, nos entrega un análisis profundo y documentado sobre el papel de la Democracia Cristiana en la destrucción del sistema democrático chileno, a partir de 1973.

 

 

 

Personalmente, pienso que el Chile republicano no se ha recuperado hasta nuestros días: en efecto, la famosa transición a la democracia no ha sido más que la prolongación, bajo formas más versallescas, de la hegemonía plutocrática instaurada por Augusto Pinochet, bajo el poder de los bancos y de grandes empresas que, actualmente manipulan a su gusto a los políticos que los representan en los poderes del Estado.

El juicio de la historia es implacable: es muy difícil negar realidades y hechos que de por sí, son indiscutibles e indesmentibles. A pesar de los esfuerzos de los dirigentes democratacristianos actuales para negar el rol fundamental de la fracción freísta del Partido Democratacristiano en la gestación, proceso e instalación del gobierno militar en el poder, un cúmulo de documentos y testimonios de algunos dirigentes de primera línea de ese Partido prueban que el Golpe de Estado fue un proyecto gestado por la Democracia Cristiana, como actor principal del bloque derechista para acceder al poder del Estado que, según ellos estaba en peligro de caer en una dictadura marxista. Patricio Aylwin lo reconocía sin ambages: “si hubiera tenido que elegir entre una dictadura marxista o una militar, claramente optaría por la segunda”.

Cabe preguntarse si el Golpe Militar hubiese sido posible sin el apoyo decidido de la Democracia Cristiana. Como bien lo sostiene Radomiro Tomic, este Partido no sólo era el dueño del poder legislativo, sino también era mayoritario en las organizaciones civiles que protagonizaron las acciones que fueron creando el clima favorable para la intervención militar y el consecuente derrumbe de la democracia.

La Falange Nacional, un partido nacido en los años 30, estaba imbuido de un anti militarismo muy influenciado por el clima nacional, contrario a las intervenciones militares. Con la caída de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, el rechazo a los militares por parte de los civiles fue mayoritario y muy radical – muchos oficiales no se atrevían, ni siquiera, a usar sus uniformes en público debido al miedo de ser insultados por los ciudadanos -. Don Rafael Luis Gumucio Vergara, líder conservador, parlamentario y padre espiritual de los falangistas, era un antimilitarista rabioso. Se cuenta una anécdota cuando era director del Diario Ilustrado: presenció, en compañía del humorista y eximio periodista, Genero Prieto, el triunfo del golpe militar que exilió a don Arturo Alessandri, un tribuno del pueblo, muy odiado por los conservadores. Don Rafael Luis se mostraba feliz con la salida de este demagogo, pero Genaro Prieto le hizo ver que como no había hecho  la guardia (servicio militar) por ser cojo de nacimiento, ignoraba cómo eran en verdad los militares y cuando se tomaban el poder no querían abandonarlo nunca. Esta lección del humorista se mantuvo a fuego en la memoria de los fundadores de la Falange: jamás y bajo ningún motivo o pretexto sus militantes iban a apoyar una intervención militar. El día del golpe de Estado, Don Bernardo Leighton recordó este episodio y quiso acudir personalmente a La Moneda a defender el gobierno democrático de Salvador Allende, pero fue impedido, prácticamente a golpes, por Florencio Ceballos, según lo relata en sus recuerdos.

Leighton nunca pudo perdonar a Eduardo Frei Montalva, a Patricio Aylwin y a otros líderes derechistas democratacristianos de haber gestado y apoyado el golpe de Estado. El juicio de la historia ha sido certero para develar la infamia y traición de estos personajes políticos que, al apoyar a Pinochet y a sus secuaces, hundieron el ideal antimilitarista que dio nacimiento a la Falange y que además, se mantuvo como principio fundamento en la historia de la Democracia Cristiana, concepción que diferenciaba este Partido de los socialistas, bastante proclive a las dictaduras militares – base recordar que apoyaron el “tacnazo”, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva -.

El libro de Manuel Acuña aporta una serie de pruebas de indudable valor histórico para demostrar cómo desde el comienzo del gobierno del Presidente  Salvador Allende  el sector freísta de la Democracia Cristiana se empeñó en detener el avance del programa de la Unidad Popular. En efecto, el Presidente Eduardo Frei Montalva recibió con mucho el triunfo de Allende, en las elecciones presidenciales de 1970 pues, en su alma hubiera deseado un candidato del ala derecha de su Partido – un Edmundo Pérez Zujovic, por ejemplo -. Muchos testigos presenciales relatan el estado de desánimo en que se encontraba Frei, como también el rechazo que le provocaba la presencia de Allende – se sentía como Kerenski chileno, como lo había pintado el fascista Plinio Correa de Oliveira – y sólo el humor de Salvador Allende salvó la primera tensa entrevista mutua luego de  que Allende se sentara en el trono presidencial y le preguntara “cómo me veo”.

Existe una serie de documentos, algunos surgidos de las desclasificación por parte de Estados Unidos, en que retrata la zigzagueante actuación de Eduardo Frei Montalva en las diversas conspiraciones para evitar la asunción de Allende a la Primera Magistratura. Está probado que la directiva de la Democracia Cristiana consultó con los militares sobre las condiciones contenidas en el famoso “estatuto de garantías constitucionales”.

La Democracia Cristiana había elegido la estrategia de “los mariscales rusos”, como la definía Claudio Orrego Vicuña, es decir, permitir que Unidad Popular se gobierno se instalara en Moscú – como ocurrió con Napoleón y con Hitler – para posteriormente diezmarla  a causa del “invierno ruso”, Subyacía la idea de derrocar institucionalmente el gobierno de Allende por medio de obtención de una mayoría de dos tercios para acusar constitucionalmente el Presidente de la República.

En la Confederación de Partidos por la Democracia (CODE), la Democracia Cristiana era el partido mayoritario, por consiguiente, tenía el liderazgo de la oposición a Allende – baste recordar que Eduardo Frei obtuvo la primera mayoría senatorial por Santiago y ocupó en la  Cámara Alta, el segundo cargo de poder  en el  Estado.

  El líder democratacristiano, Radomiro Tomic, se convirtió en uno de los principales testigos de cargo en el juicio contra la derecha de su partido  respecto a su colaboración y cooperación en la preparación del golpe militar, y en la revista Chile-América escribía sobre la responsabilidad de la directiva en el golpe lo siguiente:

“En primer lugar, el 9 de agosto de 1973, de acuerdo a la petición de petición de Patricio Aylwin, el presidente Allende había formado un gabinete con participación  institucional de militares, a los pocos días, la DC se desligó del compromiso y empezó a exigir la renuncia de los uniformados. En segundo lugar, el apoyo frontal de la DC a la huelga de los camioneros y otros sectores de claro carácter ´ilegal´ y absolutamente inmoral a la luz de la moral cristiana. Tercero, la declaración de la Cámara de Diputados, controlada por la DC, ´ilegalizando´ al gobierno; finalmente, la declaración de la directiva del PDC, del 2 de septiembre de 1973 en apoyo al golpe militar. Y el silencio del Congreso Nacional, poder constitucional cuyas dos ramas estaban en poder de la Democracia Cristiana, que se negó a todo pronunciamiento de solidaridad  con el gobierno a raíz de la tentativa de golpe de Estado del 29 de junio y que aceptó sin protesta la clausura del 11 de septiembre”.

Hay que recordar que el presidente del Senado era Eduardo Frei Montalva, como lo señalábamos antes, y de la Cámara de Diputados, Luis Pareto, ambos democratacristianos, que permanecieron pasivos ante la persecución y prisión de sus colegas por parte de la Junta de Gobierno. Cuando Frei Montalva acudió a saludar a la Junta Militar su vehículo, como ex presidente del Senado, le fue confiscado para su vergüenza y humillación. Posteriormente participó, junto a  los ex  Presidentes Gabriel González Videla y Jorge Alessandri, en un Te Deum  (en  la iglesia gratitud nacional) en acción de gracias por la proeza militar de haber bombardeado la moneda y asesinado al presidente legítimo.    

Don Rafael Agustín Gumucio Vives, en su libro Apuntes de Medio Siglo, relata los esfuerzos de la Unidad popular con el fin de buscar un acuerdo con la Democracia Cristiana, que pudiera evitar el golpe de Estado en ciernes. Según Gumucio, cada vez que se llegaba a un posible acuerdo entre los representantes de la Unidad Popular y los de la  Democracia  Cristiana, un llamado de la directiva de este Partido anulaba todo el camino avanzado. Así ocurrió, por ejemplo,  con el caso de la Universidad de Chile  y las tres áreas de la economía – pública, mixta y privada – antes de votar en el Parlamento el proyecto de acuerdo ya se sabía que iba a ser rechazado por la directiva de la Democracia Cristiana.

La Democracia Cristiana en concomitancia con la derecha se negó a conceder facultades extraordinarias al gobierno para combatir la subversión y los atentados terroristas luego del golpe de Estado frustrado en “tanquetazo”. Como lo sostiene el dirigente democratacristiano Renán Fuentealba, más del 90% de los militantes de ese Partido ya estaban embarcados en la vía golpista y, además, competían con la derecha cuál de ambos conglomerados se mostraba más duro y decidido en la lucha contra el gobierno de la Unidad Popular.

Durante el mes de agosto de 1973, el enfrentamiento entre el gobierno y la oposición alcanzaba los más altos grados de conflictividad: la lucha por el poder estaba al rojo candente. El Presidente, Salvador Allende, buscaba denodadamente el diálogo con Eduardo Frei Montalva; Gabriel Valdés se ofreció de emisario, pero Frei Montalva, rabioso y amargado, se negó rotundamente a dialogar con el Presidente de la República. El prelado de la iglesia, el cardenal Raúl Silva Henríquez, también hizo el último intento, pero también fracaso, pues Frei Montalva le preguntó si se lo pedía como católico, y el cardenal respondió afirmativamente, sin embargo, Frei resolvió enviar a su segundo, Patricio Aylwin, quien oficiaba como presidente de la DC. El diálogo entre Aylwin y Allende dio escasos resultados, pues la decisión de Frei y la directiva democratacristiana ya estaba tomada en el sentido de apoyar el golpe de Estado, cuyos actores principales serían los cuatro comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas.

La obra de Manuel Acuña aporta antecedentes pormenorizados sobre las relaciones entre los ex edecanes de Eduardo Frei, Óscar Bonilla y Sergio Arellano Stark, y los delegados –  destacaban  los ex ministros de Defensa de su gobierno, Sergio Ossa Pretot, y Juan de Dios Carmona –  que Frei enviaba para dialogar y planificar el golpe de Estado junto con los militares.

El ex senador Renán Fuentealba, en una entrevista concedida a un medio de prensa, sostenía que el famoso diálogo fue un verdadero engaño, pues Frei y la directiva de su partido ya estaban embarcados en el golpe de Estado, y lo único que podían aceptar era la rendición incondicional del Presidente Allende y su gobierno.

Una  vez decidido el golpe de Estado, sólo restaba darle una imagen “institucionalidad”: seis diputados democratacristianos – José Monares, Baldemar Carrasco, Gustavo Ramírez, Eduardo Sepúlveda, Lautaro Vergara y Arturo Frei Bolívar – elaboraron un proyecto de acuerdo por el cual se acusaba al Presidente de la República de violar la Constitución y las leyes, que fue una decisión individual de algunos diputados, sino un acuerdo de la directiva de la DC, que según el general Carlos Prat, “fue un hachazo decisivo, con el que se cercenaba en dos partes el tronco de la comunidad nacional”.

El diputado Bernardo Leighton, inquieto y preocupado ante un proyecto de acuerdo que abalaba el golpe de Estado y lo justificaba institucionalmente,  pidió al presidente del partido, Patricio Aylwin, que aclarara que el voto de la Cámara de Diputados no significaba dar el pase al golpe de Estado. Ya en el exilio, Leighton reconoció haber sido engañado por la directiva de su partido.

Una vez producido el golpe de Estado, ya el 12 de septiembre la jefatura de la Democracia Cristiana  reconocía a la Junta Militar instalada en el poder, culpando al gobierno de la Unidad Popular de haber conducido a Chile al desastre económico, político y social, y que los militares no habían buscado el poder y que sólo habían actuado para enfrentar “los graves peligros que amenazaban a la nación chilena”, que los miembros de la Junta Militar “interpretan el sentimiento nacional y merecen la patriótica colaboración de todos los sectores”.

Eduardo Frei Montalva envió una carta al Secretario General de la Internacional Democratacristiana en la cual defiende el golpe militar, justificándolo como necesario debido a la situación de caos en que vivía el país.

La mayoría de los funcionarios civiles del régimen recién instalado pertenecían a la Democracia Cristiana previa autorización de la directiva para ocupar esos cargos. Por otra parte, Enrique Krauss, Juan Hamilton y Juan de Dios Carmona, fueron destinados a viajar por América Latina para justificar la instalación en el gobierno de la Junta Militar.

El partido democratacristiano, durante los primeros meses de la dictadura, actuaba como partido de gobierno representando a la civilidad, y confiaban en que la intervención militar sería de corta duración para dejar, posteriormente el poder a Eduardo Frei como Presidente de la República y la Democracia Cristiana como principal partido de gobierno, aduciendo que con este fin habían adherido al golpe y a la Junta de Gobierno, recién instalada.

No fue necesario mucho tiempo para que la DC se diera cuenta de que el sector duro de los militares, encabezados por Augusto Pinochet, no estaban dispuestos a fijarse plazos, sino metas, cuyo fin decían, “era la refundación del país” sobre la base de un corporativismo católico ultra reaccionario, tributario de las ideas de Francisco Franco, un ultra liberalismo en la economía, contenido en El ladrillo, de autoría de economistas de la Universidad Católica, becados en la Universidad de Chicago – los Chicago Boys -.

Los militares, simpatizantes de la Democracia Cristiana, y que habían sido los líderes del golpe militar, paulatinamente fueron desplazados del poder o bien, asesinados. Óscar Bonilla, por ejemplo, murió en un extraño accidente de aviación, al regreso de las Termas de Panimávida. El general Augusto Lutz fue asesinado en el Hospital Militar, posiblemente con una bacteria proporcionada eventualmente por  químicos de la Dina, entre ellos Eugenio Berríos – posteriormente asesinado en Uruguay – y el Sergio Arellano Stark, desprestigiado por conducir la “caravana de la muerte”, fue llamado a retiro por Pinochet.

El fin del matrimonio entre la Democracia Cristiana y los militares se produjo cuando la Junta decidió intervenir la Radio Balmaceda: el intercambio de cartas entre Patricio Aylwin y Óscar Bonilla – en ese entonces ministro del Interior – fue humillante para el presidente de la DC, pues “le recordó que sólo representaba   que sólo era autoridad administrativa de un Partido en receso y que debía dirigirse a las autoridades del gobierno con el debido respeto de su investidura”.

El libro de Manuel Acuña demuestra fehaciente la culpabilidad de la Democracia Cristiana, tanto en la planificación del proceso que llevó a la destrucción de la democracia en Chile. Este hecho rotundo no puede ser negado por ningún historiador que se precie de tal, y será una mácula permanente en la historia de este partido que no podrá ser borrada, ni siquiera por la firma de la carta de 13 democratacristianos consecuentes, que condenaron el golpe de Estado.

Rafael Luis Gumucio Rivas

11 de Septiembre 2016

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