Diciembre 9, 2024

Telescopio: acabar con el hábito de pensar

Esto de ver a Chile desde la distancia y de enterarme de sus vicisitudes por el Internet—a veces también por la señal internacional TV Chile—tiene dos efectos: por un lado el alivio de que cada calamidad que allí ocurre no me toca directamente, pero al mismo tiempo—solidaridad que la llaman, o quizás cierto sentimiento de pertenencia basada en un instinto territorial—también indignación por los abusos, atropellos y un sinnúmero de otras iniquidades que mis compatriotas en Chile deben soportar, por el sólo hecho de estar viviendo allá.

 

 

 

La más reciente causa de mi indignación viene por un reciente anuncio del Ministerio de Educación en el sentido que se eliminaría la asignatura de Filosofía del currículo de la enseñanza media, ya que se la dejaría como un ramo opcional. Obviamente los sostenedores educacionales y las corporaciones municipales ante la oportunidad de ahorrarse unos pesos no van a vacilar un minuto en deshacerse del curso en cuestión.

 

A esta altura debo hacer lo que en este país se llama un disclosure, un recurso normal cuando uno escribe sobre algo en lo cual puede tener un vínculo directo, esto para que no se diga que hay conflicto de intereses. En efecto, yo mismo soy profesor de Filosofía, ejercí esta profesión aquí en Montreal por 32 años (hace poco que me he jubilado) enseñando cursos de Teoría del Conocimiento, Visiones del Mundo y Ética a nivel de lo que aquí es el college  un nivel post-secundario de pre-grado. También, por un período de casi tres años, enseñé Filosofía en Chile, tanto como ayudante universitario como profesor a nivel secundario. Tengo pues una clara noción de porqué la enseñanza de la filosofía es algo importante, como también me doy cuenta de por qué se la quiere eliminar o dejar como cosa opcional, algo así como si se tratara de un curso de ikebana o de danzas escocesas.

 

Debo agregar que por lo que sé a través de antiguos colegas, la enseñanza de la filosofía ya sufrió y estuvo a punto de ser suprimida durante la dictadura, lo más penoso es que sea un gobierno surgido en democracia el que ahora intente darle su tiro de gracia. “Se trabajará Filosofía en Formación Ciudadana, que fue lo que recomendó la Comisión Engel. No es que se vaya a sacar completamente Filosofía como ramo”, detalló Alejandra Arratia, coordinadora de la Unidad de Currículum y Evaluaciones del Mineduc (UCE). Bueno, esa es la típica manera como se distorsiona algo para decir que lo que se quiere hacer no es exactamente eso que los “malpensados” están pensando…  Quienquiera que sea esta funcionaria Arratia, lo cierto es que no hace más que representar lo que parece que ha sido una maldición histórica en el área educacional por todos estos años, no sólo el presente gobierno de Michelle Bachelet. Me refiero a la mediocridad de sus funcionarios, desde ministros para abajo (con alguna que otra excepción, por ejemplo rescato a Yasna Provoste, destituida por la derecha). Para muestra basta ver la lista de los que alguna vez han dirigido el otrora respetable Ministerio de Educación: esa señora Jiménez en el anterior gobierno de Michelle Bachelet una católica fundamentalista que ahora es embajadora ante el Vaticano y cuyo único momento memorable fue (a pesar de ella) aquel en que una joven estudiante le arrojó un jarro de agua en una rueda de prensa; en este gobierno, Nicolás Eyzaguirre, detestado por estudiantes y profesores, y ahora esta señora Adriana Delpiano que no parece dar pie en bola y que compite en ineptitud con Javiera Blanco, eso para hacerse una idea de lo incompetente del personaje.

 

¿Por qué hacer opcional (o sea en los hechos eliminar) la asignatura de Filosofía? ¿O por qué—si hemos de creerle a la burócrata Arratia—fusionar los contenidos de Filosofía en ese cocimiento que se está tramando y que se llamará Educación Ciudadana? Claro, se me puede acusar de malpensado pero creo que hay algo más que simple ahorro de dinero o reacomodos de la malla curricular como algunos quieren hacer creer.

 

Desde tiempos inmemoriales la Filosofía como práctica ciudadana o como materia de enseñanza ha sido objeto de desconfianza y en algunos casos de odio mortal por parte de los que ejercen el poder. No por nada a Sócrates lo condenaron a muerte, el propio Santo Tomás de Aquino se salvó de la Inquisición gracias a sus vínculos familiares y Kant se llevó una reprimenda real y el peso de la censura cuando publicó un libro crítico de la religión. Eso sin contar a innumerables pensadores que en tiempos modernos han pagado con la vida su intento de hacer realidad lo que una vez Sócrates dijera: “una vida sin ser examinada no vale la pena vivirla”. Y aquí por cierto parte una objeción muy primaria respecto de la propuesta de fusionar la Filosofía en el nuevo  curso de Educación Ciudadana, por mucho que supuestamente haya sido la recomendación de la Comisión Engel (después de todo—y con todo respeto—pero ¿a quién le ganó este señor? Cómo dirían mis amigos allá por Buenos Aires). Un curso de Educación Ciudadana—en sí mismo una buena idea, eso no lo discuto—apunta a la formación cívica del estudiante, a interiorizarse con las instituciones de la sociedad y del estado, así como a examinar (críticamente espero) los diversos proyectos de organización social y política. Sin duda hay allí algunos puntos en que tangencialmente se toque con la Filosofía, pero igualmente con la Historia e incluso con la Literatura. Sin embargo el sentido de la Filosofía como materia de enseñanza tiene un objetivo más amplio, el ser social es un elemento de su discurso pero también lo son otros aspectos del desarrollo del individuo que a un curso de Educación Ciudadana no le correspondería cubrir: todo lo que dice relación con el pensamiento, incluyendo algunos básicos elementos de lógica y de cómo se adquiere y desarrolla el razonamiento; aspectos de desarrollo personal como las nociones de ética y de estética, y –muy importante—el desarrollo del pensamiento crítico, categorías todas que por su dimensión más individual no entrarían en el tratamiento de un curso como el de Educación Ciudadana.

 

Pero, para qué estamos con cosas, lo cierto es que como ya decía, la Filosofía como actividad humana es, en su esencia, subversiva, lleva a la gente a pensar por sí misma—algo imperdonable en estos días en Chile—y peor aun, lleva a cuestionar las verdades establecidas.

Podría ocurrir por ejemplo, que los estudiantes descubrieran que Aristóteles en su texto “Política” distingue entre dos tipos de actividad económica: oikonomikos que alude a lo economía a escala del hogar, incluyendo lo que uno hace para ganarse su propio sustento, lo que el filósofo griego aprueba y aun más, lo considera esencial para el funcionamiento de toda sociedad mediamente organizada; y chrematisike que se refiere a la actividad económica por el afán de lucro y que condena como “desprovista de toda virtud”,  Aristóteles incluso llama a quienes se dedican a tal actividad “parásitos”. ¿Luksic, Edwards, Ponce Leroux, los dueños del papel y de las farmacias una tropa de parásitos? Imagínense que influidos por esas ideas foráneas a los jóvenes se les ocurra hacer lo que uno normalmente hace con los parásitos. Ni pensarlo, mejor que no haya Filosofía. Demasiado peligrosa. Vaya, vaya, este Aristóteles debe ser un populista, mejor que sus escritos no caigan en manos de los jóvenes, deben decir en el Ministerio (sólo bromeando, no creo que los burócratas de la mentada Unidad de Currículum y Evaluaciones del Mineduc hayan leído a Aristóteles y lo único que sabrán de filosofía debe ser lo que habrán encontrado en Google).

 

Tampoco algunos en posiciones de poder político preferirán que no se enseñe Filosofía, imaginen si por ahí a los jóvenes les cae el texto de John Locke. Sí, el mismo considerado como un precursor del pensamiento liberal. En sus “Treatises on Government” establece lo que llama “Derechos Inalienables” en los que menciona en primer lugar el derecho a la vida, en seguida el derecho a la libertad, en tercer lugar el derecho a la propiedad (nada sorprendente, Locke es un fiel representante del pensamiento burgués de ese momento—finales del siglo 17—y quiere afirmar ese derecho como algo natural en contraposición a la práctica feudal en que el derecho de propiedad, principalmente la tierra, lo más importante entonces, no estaba del todo consagrado ya que dependía de la voluntad de rey, “el rey daba, el rey quitaba”. Recuérdese cómo al Cid Campeador el rey lo manda al exilio y expulsa de sus tierras, similares acciones se ven en algunas obras de Shakespeare en las que el rey—que adjudicaba las tierras—en otras ocasiones cuando uno de sus señores caía en desgracia lo despojaba de toda su propiedad. Al revés de los señores a quienes el rey frecuentemente les adjudicaba propiedades, muchas veces como botín de conquista, por ejemplo a los señores ingleses luego de la invasión de Irlanda, los tempranos mercaderes que forman la clase capitalista inicial en cambio no le deben nada al rey, de ahí la demanda burguesa de que la propiedad sea consagrada como derecho natural). Pero hay también un cuarto derecho inalienable que a los liberales de hoy—especialmente los conversos del marxismo como Roberto Ampuero o Fernando Mires—seguramente no les gusta mucho: el derecho a rebelarse contra gobernantes y leyes injustos. En efecto, aunque ahora pueda costar creerlo, en sus orígenes el pensamiento liberal fue revolucionario, la revolución que da nacimiento a Estados Unidos y luego la revolución francesa dan testimonio de esa connotación del liberalismo primigenio. Por cierto todo esto es material muy peligroso que puede ser enseñado en cursos de Filosofía. (Y nótese que no he mencionado a ningún filósofo marxista o siquiera cercano, a no ser que alguno pueda empezar a decir que Sócrates, Aristóteles y Locke eran “compañeros de ruta” o “tontos útiles” del marxismo).

 

No hay duda entonces, la estabilidad y permanencia del modelo económico y político en Chile exigen que una materia tan potencialmente peligrosa como la Filosofía sea desterrada. ¿Qué otra cosa se podría esperar?

 

 

 

 

 

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