Diciembre 4, 2024

“El dinero piensa y el dinero dirige. Tal es el estado de las culturas decadentes”**

La Alemania de 1918 se había derrumbado sin que su territorio fuera penetrado por las tropas de las potencias enemigas, y tuvo que aceptar el armisticio y las duras condiciones impuestas por Clemenceau, en el Tratado de Versalles. De esta compleja situación para Alemania nació la tesis de la traición, tan bien explotada por los movimientos de ultraderecha, entre ellas el nacionalsocialismo.

 

 

O. Spengler, profesor secundario de historia, jubilado, que nunca pudo ejercer su profesión en la universidad publicó, en 1922, la obra monumental La decadencia de Occidente, que tuvo el mérito de no limitarse sólo a la civilización occidental, sino que también abordó el tema a nivel mundial. Spengler distinguía entre la civilización material y la cultura espiritual: la cultura occidental, como en Fausto, la obra de Goethe, quiso mantenerse en una eterna juventud, sin embargo, las culturas y civilizaciones están sometidas a un ciclo biológico: nacen, crecen y mueren, tienen una primavera, un verano, un otoño y un invierno.

Spengler fue el gran historiador del pesimismo y, a su vez, un maestro de la derecha alemana. Murió en 1936, tres años después de que A. Hitler asumiera la Cancillería de Alemania. A diferencia de la hermana de F. Nietzsche, Spengler se negó siempre a apoyar al naciente nacismo, siendo vanos los intentos de Hitler para atraerlo a su causa.

La crítica fundamental de Spengler a la cultura occidental se centraba en el rechazo al dominio del mundo del dinero por sobre los valores espirituales, es decir, la fuerza fáustica de la juventud, pues la civilización material del capitalismo había terminado por aniquilar la cultura. Poco restaba de Grecia y del renacimiento florentino, que tanto admirara Nietzsche.

Han transcurrido casi cien años, y desde una perspectiva muy distinta, vemos cumplirse el elemento central de la crítica spengleriana del dominio del dinero, que termina por corromper a la democracia, destruir el tejido social y colocar, de lleno, en una crisis sin precedentes a la llamada cultura occidental.

El maestro Ricardo Lagos, quizás uno de los pocos políticos que sabe leer y escribir correctamente, ha leído, sin duda, tanto a Spengler, como a Arnold Toynbee y, por qué no a Juan Bautista Vico y unos cuantos filósofos más de la historia mundial.

La versión “mapochina” de Spengler fue el historiador Alberto Edwards Vives, cuyo intérprete, en el siglo XXI, es el insigne y brillante profesor Ricardo Lagos Escobar, el “salvador” de la república de Chile. A lo mejor, la única diferencia entre Edwards y Lagos es que el primero deseaba que viniera un salvador munida de espada, a fin de poner fin a la revolución del “gorro frigio”, es decir, que prefería el sable de Carlos Ibáñez del Campo a la rebelión del proletariado intelectual, y que apoyándose en el sufragio universal, instalaría la dictadura del proletariado, mientras que el profesor Lagos, aunque autoritario y portaliano, aún no ha caído en la tentación de llamar a un militar para que resuelva “la crisis institucional”.

El ex Presidente Lagos, a lo mejor, no entiende algo tan evidente como que detrás de las crisis de las instituciones está la decadencia de la élite dominante. Alberto Edwards centró su análisis histórico en la morfología de la clase dominante, es nuestro caso, la aristocracia navarro-vasca, que actuaba como la “fronda” nobiliaria francesa en contra del poder monárquico que, en Chile, se encarnaba en Diego Portales y, posteriormente, en Carlos Ibáñez, reyes republicanos, como lo han sido los Presidentes de Chile.

Si intentáramos construir una morfología de la casta dominante, hoy  en cuestión, tendríamos que recurrir a los siguientes elementos definitorios: la codicia y el amor al dinero, la endogamia, el narcisismo y la concepción de que el poder les cae por derecho divino.   

Rafael  Luis  Gumucio Rivas (el viejo)

1 08 2016

 

**(O. Spengler).

 

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