Diciembre 11, 2024

Son todos choros

La palabra choro, incorporada al Coa chileno, tiene su origen en el caló, lenguaje de los gitanos españoles, y significa Ladrón.  

 

De ahí que Chorear signifique robar y Choreo, sea el producto de ese robo.

 

 

La palabra Coa, que en Chile nombra a la jerga de los ladrones, tiene su origen en la expresión Dar coba, la que se origina a su vez en la germanía, lenguaje antiguo de los ladrones españoles y que significa Entretener a alguna persona mediante elogios o halagos mientras se le roba.

 

Algo así como Engrupir.

 

No está demás tener en cuenta estos conceptos a la hora de escribir de política, actividad que se ha transformado en un permanente ir y venir de sinvergüenzas pillados en falta, llevándose para sus respectivas casas o partidos, importantes montos del erario nacional.

 

No resulta una irresponsabilidad aseverar que de aquellos que se dicen servidores públicos que no han sido descubiertos robando, es solo porque han hecho bien las cosas o porque se encargaron de borrar sus huellas.

 

Sospechar que los políticos son un hato de ladrones resulta confirmado en las noticias  de las nueve luego que, de común, revientan primero en los  medios de comunicación vía internet.

 

Son todos choros. O, para ser justos, casi todos.

 

En rigor, habrá quienes no han metido las manos y que resultan esas notables excepciones que hacen aún más nítido el cometido fraudulento y francamente delictual de diputados, senadores, ministros, altos funcionarios del Estado, además de los sempiternos y omnipresentes asesores y operadores, que sí han incorporado la práctica del robo como una arista cultural de la política contemporánea. 

 

Y para qué decir de esos familiares excelsos y distinguidos que se afirman en sus parientes con poder para optar a créditos y arreglines.

 

Algunos creíamos que luego de los milicos que saquearon al Estado en su cometido restaurador del orden, la honradez y la decencia, era difícil alcanzar esa valla.

 

Recuérdese no más al líder de esa banda cuyo alias, uno de tantos, fue Daniel López, y los millones de dólares que se llevó al hombro y el vulgar saqueo que hizo su mujer, (a) doña Lucía, con bienes del Estado.

 

El caso es que no hay día en que no nos enteremos de algún robo a gran escala perpetrado por algún ilustre con fuero parlamentario o ministerial. Y no dejamos de sorprendernos  por la imaginación que se despliega por esos choros para perfeccionar sus golpes.

 

El saqueo del que han sido víctimas todos los chilenos que tienen que trabajar por exiguos salarios, en ciudades atiborradas, contaminadas y asoladas por políticas urbanas inhumanas, ha sido hecho de las formas más variadas.

 

Quizás uno de los más monumentales y trágicos por los montos involucrados y por sus efectos en la gente más desprovista, es la que hacen cada día las AFP. Un cogoteo masivo y cotidiano que le quita parte de su salario a la gente para atiborrar de millones a sus gestores, cogoteros, y para condenar a esa gente a una vejez de espanto.

 

Y ese delito, curiosamente, es el pilar de todo lo que conocemos. Chile se organiza sobre la base de un robo de rasgo colosal.

 

De ahí en adelante, roban casi todos. O muchos. O demasiados.

 

La palabra Gil o Jil, es una palabra del Coa que viene del caló jilí y que nomina al cándido, al inocente. Los giles o jiles son aquellos que optan por vivir del producto honrado de su trabajo, especímenes que entre los servidores públicos parecen estar en franca extinción. Los ladrones también se nombran como Vivos.

 

Las cárceles chilenas están abarrotadas de personas que han cometido un delito contra la propiedad, es decir, algún tipo de robo. Y de esa gran mayoría, han sido robos de tres chauchas. La nada misma si se compara con lo que han robado quienes se han llevado el Estado para sus casas o partidos.

 

Estamos en manos de ladrones con carné y Tifa.

 

Desde las exacciones y coimas en los negociados de material militar, hasta el robo de los dineros del cobre, el nombrado Milicogate, pasando por  la corrupción generalizada de los Penta, Caval y Soquimich, los nuevos políticos de la G-90 que resultaron no más que frescos de raja con ternos caros, llegando a los coludidos del papel higiénico, los pollos y las farmacias, y aterrizando finalmente en el diputado  yanacona Iván Fuentes, vendido o arrendando por algunos platos de lentejas, y a los compañeros socialistas, que estrujaron al Estado mediante milagrosas pensiones de gendarmería, ni más ni menos las más altas del mundo,  nos demuestra que estamos en manos de una banda de forajidos.

 

Los Polleros vendrían siendo niños de pecho al lado de estos patos malos.

 

El Por la razón o la fuerza del escudo nacional debería cambiarse por algo más contemporáneo.

 

Manos arriba andaría bastante bien.

 

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