Diciembre 3, 2024

Masacre en Orlando, primera prueba para Trump y Clinton

 

Con el trasfondo del fuego de las armas, dentro y fuera del país, arrancan en los hechos las elecciones generales encabezadas por los virtuales candidatos presidenciales que comparten en común la desaprobación de la mayoría del electorado y oposición interna dentro de sus propios partidos.

 

 

La virtual candidata presidencial del Partido Demócrata, Hillary Clinton, y su contraparte, el republicano Donald Trump, tuvieron su primera prueba como posibles ocupantes de la Casa Blanca al reaccionar a la matanza en Orlando.

El incidente fue hecho a la medida para Trump y su retórica de odio, temor y xenofobia. Cuando se reveló que el responsable de 49 muertes era hijo de inmigrantes afganos y que había jurado lealtad a Isis (también conocido con las siglas EI, de Estado Islámico), Trump afirmó que eso comprobaba que había tenido la razón desde hace casi un año, cuando propuso cerrar la puerta a inmigrantes de países musulmanes, y poner a esas comunidades aquí bajo vigilancia.

Reiteró e incluso amplió su propuesta de cerrar las puertas al ingreso de musulmanes al país, junto con otros que provienen de regiones del mundo, “donde hay una historia comprobada de terrorismo contra Estados Unidos…” A la vez, acusó a Clinton y al presidente Barack Obama de políticas que permitieron tal desastre, y hasta insinuó, una vez más, que Obama tiene intereses sospechosos (o sea, la vieja acusación de que Obama no es estadunidense y tiene simpatías musulmanas, si es que no es uno de ellos).

Clinton deploró estas declaraciones, las calificó de peligrosas y racistas, y afirmó que lo que dice Trump es vergonzoso.

Obama, en una feroz condena a las declaraciones de Trump, acusó que está promoviendo ideas peligrosas parecidas a las de los tiempos más oscuros de este país en que se atacó a inmigrantes y comunidades religiosas.

Lo que no se resaltó es que ambos candidatos coincidieron en cuál debería ser la respuesta estadunidense en el exterior: más muertes. Trump y Clinton hablaron de la necesidad de intensificar los bombardeos contra Isis en Irak y Siria (aun cuando no se ha demostrado un vínculo directo u operativo entre Isis y Omar Mateen, el responsable de la matanza en Orlando, más que su declaración de lealtad a esa organización).

Pero dentro de este país, todo esto reveló de nuevo las grietas internas del Partido Republicano, cuando sus líderes fueron obligados a lamentar públicamente las declaraciones de Trump sobre los musulmanes y el presidente. De hecho, el distanciamiento empezó la semana pasada con las declaraciones de Trump contra el juez Gonzalo Curiel –afirmó que no podía ser imparcial en el caso de una demanda por fraude en contra de la Universidad Trump porque era un mexicano (Curiel nació en Indiana de padres inmigrantes mexicanos)–, cuando varios líderes prominentes del partido, incluido el presidente de la cámara baja, Paul Ryan, habían sido obligados a denunciar esos comentarios como racistas.

Hoy, el gobernador republicano de Maryland declaró que no votará por Trump. El segundo en rango de la mayoría republicana del Senado, John Cornyn, declaró que no comentará más sobre Trump hasta después de la elección general en noviembre, mientras el líder del Senado, Mitch McConnell, dijo que no hablaría sobre Trump hoy, después de sus comentarios. Hay una lista creciente de legisladores republicanos que han indicado su renuencia y hasta su negativa a votar por el presunto candidato de sus partido.

Trump afirmó hoy que el liderazgo republicano debe quedarse en silencio si no apoyan sus posiciones políticas, y amenazó que tal vez tendrá que realizar su campaña presidencial sin ellos.

Todo esto después de que dos ciudades en Texas se negaran a autorizar mítines para Trump, y que el magnate haya expulsado al Washington Post del cuerpo de prensa que cubre sus actividades.

Por el lado demócrata, el aún precandidato insurgente Bernie Sanders sigue prometiendo que su revolución política continuará, que no suspenderá su campaña y aún se rehúsa a respaldar a Clinton. Afirma que su objetivo ya no es competir por la nominación, sino transformar profundamente al Partido Demócrata (algo sobre lo cual abundará en un discurso ante simpatizantes en vivo por Internet este jueves).

Esto, a pesar de que Clinton y Sanders sostuvieron una reunión privada el martes supuestamente para iniciar un diálogo sobre cómo enfrentar a Trump de manera conjunta. De hecho, más de 75 por ciento de los demócratas desea que Sanders tenga un papel mayor en formular las posiciones del partido, y casi dos tercios opina que Clinton lo debería elegir como su candidato para la vicepresidencia, según una encuesta de Reuters/Ipsos.

Por lo tanto, los demócratas tampoco han logrado superar sus divisiones, sobre todo entre una cúpula de corte neoliberal y la insurgencia socialdemócrata encabezada por el ahora precandidato progresista más exitoso de la historia moderna de la política electoral estadunidense.

Ni en su casa los quieren

Una nueva encuesta del Washington Post/ABC News registra que los virtuales candidatos de los dos partidos nacionales son los más impopulares en unas tres décadas en que se ha empleado esta medida: siete de cada 10 adultos estadunidenses tienen una opinión desfavorable de Trump, mientras 55 por ciento opina negativamente de Clinton.

 

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