Diciembre 4, 2024

Uber en la ciudad neoliberal

El espacio urbano se convierte en la mejor expresión del control que las grandes corporaciones tienen sobre prácticamente todas las actividades sociales y humanas. La ciudad, una construcción esencialmente humana, social, colectiva, pública, reproduce hoy todas las distorsiones y contradicciones del mercado y del capital.  La ciudad está entregada a los intereses del mercado, en tanto los ciudadanos pasan a ser consumidores. Los otrora derechos a la ciudad, lugar de encuentro y de libre circulación, pasan a ser hoy productos y servicios sujetos a las leyes del libre mercado.

 

 

La ciudad no está ya diseñada y construida por el destino de las personas. Y tampoco, podríamos decir, por las grandes corrientes sociales y políticas. La doctrina neoliberal ha reinventado el espacio urbano como espacio de negocios, modelado según las leyes del mercado. Si alguna vez pensamos que la ciudad, como territorio libre y espejo de los procesos humanos, era lugar público y expresión de los derechos humanos, ahora es expresión del mercado, con zonas exclusivas y zonas excluidas. La misma lógica neoliberal sobre la privatización de servicios y comercialización de productos adopta su faz más dura sobre el territorio urbano.

Desde que la ciudad ha sido entregada a las corporaciones mediante concesiones de todos los servicios públicos o con la entrega de grandes zonas para el desarrollo de proyectos inmobiliarios o de transporte, ha sido también víctima de una de las tantas contradicciones del neoliberalismo. Si las urbes ya sufrían y expresaban en su territorio la división de clases, éste fenómeno ha adquirido características inéditas. Carreteras privadas, áreas comerciales, condominios cerrados, resorts, campos de golf, se elevan como cotos cerrados exclusivos y acordonados entre amplios descampados y zonas de exclusión y sacrificios.

Todos estos espacios se han convertido en nichos de negocios, en un territorio desregulado y entregado a todo tipo de “emprendimientos” y espurias actividades que configuran la ciudad según sus intereses. Mientras más grande y poderoso es el inversionista y sus capacidades de influir en políticos, gobernantes y en los mismos ciudadanos alienados por el marketing y la publicidad, mayores serán sus consecuencias y huella en la ciudad. Un ejemplo muy reciente es el ingreso de UBER al mercado del transporte, que no sólo compite con una actividad regulada que contiene el crecimiento del contaminante parque automotriz, sino que agrega millares de automóviles a las calles, alterando y congestionando más la ciudad.

UBER esgrime el libre mercado para hacer sus negocios. Pero no se hace cargo de la congestión, del uso de las calles públicas para beneficio privado. Un servicio cómodo, está bien, se concede, pero principalmente un buen negocio, que en este caso no paga ni impuestos.

El acceso a la ciudad y sus beneficios está relacionado con la capacidad adquisitiva y de consumo. Pero ésta no es la única manera de relacionarse con nuestro entorno, con nuestro espacio colectivo. Bajo el fundamentalismo del libre mercado, lamentablemente inoculado a los chilenos como el más alto logro del capitalismo avanzado sin considerar sus consecuencias ni sociales y ambientales, la ciudad neoliberal reproduce en el espacio, en el diseño de su territorio, la concentración de la riqueza y también los abusos, discriminación y desigualdades. Viajas en un vehículo con cristales polarizados ajeno a tus efectos y a tu entorno.

Bajo estas premisas, con un ciudadano sin derechos sobre su ciudad porque sólo los tienes si los compra, el capital se mueve a sus anchas bajo el apoyo esbozado y también explícito de la clase política y los gobiernos. Es de esta forma como crecen y se expanden las ciudades, todas bajo el mismo diseño y estilo de los modos de vida promovidos y publicitados por el gran capital. En ese sentido, el crecimiento de la urbe se mueve de manera paralela a las inversiones privadas y la rentabilidad del capital, que convierten el territorio en un gran espacio de negocios.

Santiago sufre este fenómeno en las mismas proporciones que otras grandes urbes del mundo sometidas al libre juego del mercado y la especulación financiera. La diferencia es el grado y peso que tiene en Chile y en Santiago la doctrina neoliberal. Si la economía chilena es una de las más desreguladas del mundo, sus ciudades también las rigen el pleno mercado y las ambiciones de inversionistas y especuladores.

Paul Walder

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *