Diciembre 5, 2024

Sacrificando Chiloé por la producción salmonera

La actual crisis que se está viviendo en Chiloé es el fiel reflejo de un modelo de desarrollo que se viene profundizando hace varias décadas, uno con una fuerte impronta economicista primario-exportadora que se repite con ciertos matices en todas las actividades extractivas que se desarrollan en nuestro territorio (minería, forestal, agroindustria, pesquera y salmonicultura).

 

 

Claramente este modelo de desarrollo no ha logrado un derrame positivo sobre toda la estructura social y mucho menos ha logrado transformar el orden político y cultural que permitiría viabilizar lo que para algunos es el anhelado pasaje de sociedades tradicionales a sociedades modernas, que en teoría posibilitan las mejoras en la calidad de vida de todos sus habitantes, al contrario, las desigualdades a nivel socioeconómico se han extremado. La catástrofe en Chiloé una vez más nos muestra que la economía del “chorreo”, que tanto les gusta a quienes promueven un modelo neoliberal, no funciona.

La problemática que se está viviendo en Chiloé marca un nuevo episodio negro para los habitantes de este archipiélago, que se suma a los ya recordados sucesos vividos el año 2007 y 2008 cuando se desató la peor crisis sanitaria en la industria del salmón con los brotes del virus ISA y que comenzó precisamente en esta provincia. Esta crisis provocó el cierre de numerosas plantas de proceso y centros de cultivo, lo cual tuvo consecuencias tanto en lo ambiental como en lo laboral, generando enormes costos sociales.

Actualmente muchos han discutido sobre la causa-efecto que pudiese existir entre el vertimiento “inocuo” de 4.655 toneladas de desechos de salmones a 75 millas náuticas de Punta Corona, Región de Los Lagos (según lo declarado por Sernapesca) y la varazón de moluscos/sardinas y la intensa marea roja que afecta al archipiélago (la mayor intensidad registrada desde que existe este fenómeno). Junto a lo anterior, existe otra evidente y discutible relación que ha estado presente ahora y cuando se desarrolló la crisis sanitaria y es que ambas ocurren cuando la industria salmonera alcanzaba cifras históricas de producción.

Los últimos episodios vividos en Chiloé son el reflejo de una actividad insustentable que tiene fecha de término, la ausencia de regulaciones que protejan el medio ambiente es parte de una política pública explícita, pues pese a las denuncias y propuestas que han venido de organizaciones de la sociedad civil y del mundo académico, el Gobierno y la industria salmonera han optado por usar el borde costero con las mínimas restricciones, sin considerar la capacidad de carga de los ecosistemas en donde se desarrollan.

 Los datos recopilados en el APP 59. 2002-2013 Industria del Salmón en Chile nos permiten observar cómo esta industria ha crecido casi sin ninguna regulación en un corto periodo de tiempo, concentrándose durante los últimos años en las regiones de Los Lagos (principalmente en el Archipiélago de Chiloé) y Aysén.

Las cosechas totales de salmónidos durante el periodo 2002-2013 muestran dos marcadas etapas de crecimiento. La primera durante el periodo 2002-2006, cuando pasan de un volumen de 482.392 toneladas el año 2002 a las 647.263 toneladas el 2006, el cual fue interrumpido por la crisis sanitaria vivida a partir del año 2007. Luego de esta crisis, que vio sus efectos hasta las cosechas del año 2010, debido al cierre de múltiples centros de cultivos y plantas productoras, las cosechas vuelven a su tendencia creciente, alcanzando para el año 2012 cifras históricas que ascendieron a 826.949 toneladas.

Si bien el año 2013 se registra una baja de un 5% con respecto al año anterior, el año 2014 –y según los últimos datos disponibles– las cosechas de salmónidos alcanzaron nuevas cifras históricas que ascendieron a 955.179 toneladas, producción un 22% mayor a la registrada el año anterior.

Por ahora no existen cifras oficiales para el año 2015, las cifras preliminares publicadas por Subpesca muestran que a diciembre del 2015 las cosechas acumuladas llegaron aproximadamente a las 755 mil toneladas.

Para el año 2016 se proyectaban cosechas similares a las del 2015, sin embargo, es evidente que esto no ocurrirá debido a la muerte de alrededor de 40.000 toneladas de salmones (94% de la especie de Salmón Atlántico), producto del Florecimiento Algal Nocivo (FAN) que el pasado 22 de febrero comenzó en el Seno de Reloncaví, Región de Los Lagos, episodio que contribuirá para que este año se registren cifras menores de cosechas.

Cabe destacar que el Gobierno estableció la moratoria para no incorporar nuevas concesiones en las regiones de Los Lagos y Aysén, lo cual rige desde el año 2010 y se extiende hasta el año 2020, por lo tanto, se puede deducir que los máximos de cosechas que hemos observado se han registrado manteniendo las mismas concesiones, es decir, solo ha aumentado la densidad de los centros de cultivo, lo cual está asociado a una mayor propensión de brotes y propagación de enfermedades, lo que obliga a un mayor uso de antibióticos por parte de la industria.

Estos hechos han sido afirmados por el mismo Presidente de Empresas AquaChile, Víctor Hugo Puchi, quien admite que “la realidad empírica ha demostrado que cuando superamos las 600.000 toneladas, el sistema comienza a tambalear”, lo que se termina traduciendo en un aumento en el uso de antibióticos y mayores costos. Este “tambaleo en el sistema” pudiese ser traducido como un colapso del ecosistema que se reflejaría en episodios como los que actualmente se viven en Chiloé.

Bajo este panorama no podemos exculpar de cualquier responsabilidad a la industria salmonera y tampoco podemos enfocarnos en analizar un solo hecho como la causa de lo ocurrido, considerando, además, que la lógica de la industria del salmón –desde su inicio– ha sido crecer indiscriminadamente considerando solo las variables de mercado, internalizando las ganancias para unos pocos y externalizando las pérdidas a todas las comunidades en donde se emplaza la industria, principalmente en Los Lagos y Aysén, donde se concentra la actividad. Lo que sí es evidente es que, en términos regulatorios, la crisis sanitaria por virus ISA del año 2007 no logró generar cambios efectivos y eficientes, que compatibilicen actividades en el borde costero. En ese momento la decisión del gobierno de Bachelet fue apoyar a la industria, sin importar el medio ambiente.

Los últimos episodios vividos en Chiloé son el reflejo de una actividad insustentable que tiene fecha de término, la ausencia de regulaciones que protejan el medio ambiente es parte de una política pública explícita, pues pese a las denuncias y propuestas que han venido de organizaciones de la sociedad civil y del mundo académico, el Gobierno y la industria salmonera han optado por usar el borde costero con las mínimas restricciones, sin considerar la capacidad de carga de los ecosistemas en donde se desarrollan.

Estamos en un momento clave, esta catástrofe ambiental debería dejar lecciones para las autoridades ambientales y sectoriales, para parlamentarios y sobre todo para los empresarios que empujan sin límites el desarrollo de actividades extractivas, sacrificando a los territorios y sus habitantes. La experiencia nos ha enseñado que los cambios son difíciles y por ello hay que estar muy atentos, ya que la avaricia de algunos empresarios por seguir creciendo llevará a que busquen nuevos territorios y así se vuelvan a repetir los mismos episodios que estamos lamentando actualmente, y al menos muchos de nosotros no estamos dispuestos a que esta historia se siga repitiendo.

Columna de Opinión de Cristopher Toledo, Economista de Fundación Terram aparecida en El Mostrador, 19 de mayo de 2016

 

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