No ha existido altercado, contubernio ni rastrojo político en Chile en el cual ‘don Patricio’ no haya estado presente. Para no olvidar, es bueno recordar estas cuestiones de tiempo en tiempo
Patricio Aylwin Azócar, ex–Presidente de la República, fue quien le correspondió dirigir los destinos de la nación en el período conocido como “transicional”. Respecto de este personaje es necesario puntualizar algunas cuestiones que, como es habitual en Chile, tienden a olvidarse con infame facilidad. Para ello, permítame amigo lector recurrir a algunos párrafos de una ya añosa aproximación a ensayo que titulé “El centrinaje, marca indeleble de la idiosincrasia chilena”.
Para efectos de estas líneas llamaremos “centrinos” a aquellas personas que son homogeneizadas por características, conductas y hábitos específicos que escapan, claramente, de las cualidades que se suponen esenciales en un ser humano, como la inclinación a la verdad, la coherencia y la consecuencia ideológica.
La idea-fuerza de esa aproximación a ensayo –“El Centrinaje”- poseía también aristas geográficas ya que las personas así caracterizadas por el concepto anterior, por lo general, vivían o se desarrollaban culturalmente en la zona central de Chile, por lo que el autor se vio impelido, a fuerza de coincidencias, al traslapo de ambas situaciones que están a escasos milímetros de conformar un todo orgánico. En este asunto, todos los políticos, sin excepción, dicen lo que no piensan, hacen lo que no dicen y piensan lo que callan.
A esos individuos les llamaremos centrinos. Patricio Aylwin Azócar es, sin duda alguna, uno de ellos, pues no ha existido altercado, contubernio ni rastrojo político en el cual no haya estado presente. A nombre de la democracia institucional y representativa, el señor Aylwin ha participado en cuanto ”chamullo legal” pueda encontrarse en los anales de la historia política de los últimos cincuenta años.
En 1970, luego del triunfo electoral de Salvador Allende, fue uno de los gestores del “Estatuto de Garantías”, medio por el cual su partido (Demócrata Cristiano) negoció los votos de sus parlamentarios para dirimir en el Congreso la elección del doctor socialista frente a su competidor derechista, el ingeniero y empresario Jorge Alessandri.
Como buen “centrino”, también de origen maulino, argumentó que lo hacía “en defensa de la democracia”, aunque la verdad desnuda era más bien una bofetada a los miembros de la derecha por haber negado apoyo al gobierno de Frei Montalva y al PDC en la campaña presidencial. Decía lo que no pensaba y hacía lo que no decía.
Fue uno de los pioneros en arrimarse a los cuarteles para empujar a los militares a un golpe de estado y negarse al acuerdo con Allende que propiciaba el cardenal Raúl Silva Henríquez, lo que habría evitado el baño de sangre y la brutalidad hipócrita que cayó sobre el país. Pero –centrino al fin y al cabo- primero, y durante un mes, simuló negociar para salvar su imagen futura y al mismo tiempo hacer patente el deterioro de la situación política en función de la “salida golpista” que íntimamente propiciaba.
Empujó sin pausas la resolución de la Cámara de Diputados que el año 1973 caratuló de “inconstitucional” al gobierno de Allende, entregando argumentos a los golpistas que aguardaban, armas en mano, en los pasillos aledaños.
Años después de haberse producido “el pronunciamiento militar” (como gustaba a Pinochet y Merino que la prensa dijese), al que había coadyuvado de manera sibilina y solapada, inició los ataques verbales contra la dictadura -al constatar que los militares no iban a traspasar el poder mediante un llamado a elecciones en las que el PDC confiaba obtener pingües dividendos políticos- insuflando aires de democracia a un territorio que la había perdido precisamente por la negativa a defenderla, propiciada por gente como él.
Cuando los trabajadores organizados en el Comando Nacional lograron que Pinochet y sus íntimos subiesen a un helicóptero para abandonar la ciudad de Santiago, en ese momento alterada y encendida, nuestro “príncipe” del centrinaje surgió desde las sombras para dirigir el equipo de políticos que arrinconó a los dirigentes sindicales demócrata cristianos en la reunión de Punta de Tralca (litoral de la V Región), obligándoles a entregar las riendas del movimiento de protesta a la llamada “Alianza Democrática”, organización política parida entre gallos y medianoche, cuyo único objetivo real era birlarle a los Bustos, Seguel, Mujica, Ríos, Flores y otros, el “poder de la calle y de convocatoria” y negociar, centrina, política y ladinamente, con el flamante Ministro del Interior del gobierno militar, Sergio Onofre Jarpa Reyes, un prócer de raíces políticas nazi-ibañistas-populistas-pratistas y, por añadidura, “huasas” de San Javier.
Ascendido a la Presidencia de la República, Aylwin borró con el codo lo escrito con su mano al afirmar que “procuraría justicia en la medida de lo posible”, echando agua sobre las brasas que comenzaban a consumir las podredumbres sitas en algunos cuarteles, salvando de esa manera el acuerdo alcanzado puertas adentro con los representantes pinochetistas en la reunión “secreta” que el PDC sostuvo con ellos en octubre de 1988, una vez que el pueblo concertacionista fue mandado a paseo a las pocas horas del triunfo del NO en el plebiscito del 5 de octubre de ese mismo año. En esa reunión estuvieron presentes, entre otros, René Cortázar y Juan Pablo Arellano, los juveniles nuevos “cerebros económicos” del régimen que iba reemplazar a los uniformados.
Fueron “centrinos” como él quienes pavimentaron los patios de fusilamiento y llenaron de gasolina el estanque del helicóptero “Puma”, permitieron una dulce y enriquecida sobrevida política a los responsables civiles de la masacre, defraudaron completamente a quienes escucharon sus peroratas demagógicas, esculpieron la democracia según sus intereses coyunturales y extendieron sus manos para recibir pecuniariamente la gratitud de sus antiguos adversarios, asociados hoy en la misma empresa, así como alzan los brazos en respuesta a las ovaciones de otros centrinos como ellos, entre quienes se encuentran distinguidos miembros de partidos ex –izquierdistas –ahora renovados y convertidos a la fe neoliberal- que demuestran cuán poco les importaron los miles de muertos y millones de decepcionados….total, piensan ellos, pertenecían al pueblo, a ese pueblo sumiso y abúlico que sobrevivió a otras masacres anteriores pero que se manifiesta dispuesto a apoyar con su voto y su esfuerzo a los mismos hombres que actuaron de verdugos morales.
Por ello, al final ya de sus días –como político y como ser humano- la pregunta cuya respuesta resulta de vital importancia no es otra que aquella que reza: “¿Luego de 60 años de actividad política, el señor Patricio Aylwin Azócar le hizo más bien o más mal a la democracia chilena?”.