El mismo día en que el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva volvía a participar de un acto multitudinario, en el cual la consigna era ¡no habrá golpe!
, en Brasilia, Gilmar Mendes, del Supremo Tribunal Federal, dejaba claro que éste sigue en marcha.
Atendiendo una petición presentada por el PSP, pequeño partido de oposición, Mendes, quien se caracteriza por criticar duramente al gobierno de Dilma Rousseff y a Lula da Silva cada vez que se manifiesta en el pleno de la corte, suspendió el nombramiento de jefe de gabinete y remitió de vuelta al polémico juez de primera instancia, Sergio Moro, la causa judicial. Ahora toca al gobierno y a los abogados del ex presidente presentar un recurso para suspender esa medida.
Más de hora y media antes, Lula da Silva había hablado a la multitud, que cubrió la avenida Paulista, al anochecer de ayer. Ha sido el cierre de una jornada que llenó las calles de todo el país en defensa del mandato alcanzado por Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales de octubre de 2014, el cual, desde el primer día, es boicoteado por una oposición que no se resigna a la derrota, por un Congreso que confunde el quehacer político con un mostrador de negocios, por unos medios de comunicación que creen que ya basta de gobiernos populares y, finalmente, por un Poder Judicial que cree estar encima de las leyes y de la misma justicia.
Las manifestaciones de ayer, que transcurrieron de manera pacífica, seguramente llevaron a las calles multitudes incomparablemente menores que las del domingo pasado, cuando más de 3 millones de personas desfilaron exigiendo la inmediata renuncia de Dilma Rousseff. Un cálculo equilibrado indica que alrededor de un millón se manifestaron ayer.
Un detalle ayuda a explicar la diferencia: para los actos de ayer no hubo medios del Grupo Globo insuflando la presencia de inconformes. Para que se tenga una clara idea de la parcialidad del grupo, mientras Lula hablaba ni la emisora por cable Globo News y menos la emisora abierta transmitieron sus palabras. El domingo pasado la programación por cable se volcó directamente a cubrir las manifestaciones, que también ocuparon grandes partes del horario estelar de la emisora abierta.
De todas formas, comparar números es algo dispensable a estas alturas. Importa constatar que ayer, tanto Lula como el Partido del Trabajo, así como las organizaciones y movimientos sociales que respaldan al gobierno de Dilma Rousseff, dejaron claro que su poder de convocatoria, ampliamente puesto en duda por el complot mediático-jurídico, está lejos de agotarse. Al contrario. Llevar más de 100 mil personas a la avenida Paulista, epicentro del golpismo, para escuchar a un Lula cuya imagen es corroída diariamente por los medios hegemónicos de comunicación es toda una hazaña. Ha sido igualmente muy significativo el número de manifestantes reunidos en Recife, Salvador y Río de Janeiro bajo la consigna no habrá golpe
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Éste, sin embargo, está en marcha, como dejó claro Gilmar Mendes en el Supremo Tribunal Federal. Su voto no ha sido sorpresa. Mucho más que actuar como magistrado de la corte máxima del país, Mendes se presenta como opositor furibundo contra el gobierno. A propósito, en esa corte se tramitan otras siete medidas, interpuestas por partidos de oposición, que piden se anule el nombramiento del ex presidente.
Con la decisión individual de Mendes, no se sabe qué pasará con esas disposiciones. La semana que viene, por los feriados, no habrá sesiones. Si Sergio Moro decide, Lula podrá ser detenido en cualquier momento. El gobierno podrá en marcha medidas de urgencia, para intentar mantener el nombramiento del ex mandatario.
La otra pierna del golpe, los medios de comunicación, siguen impávidos en su caminata. Basta con leer los titulares, las columnas y los editoriales para preguntarse si no han sido todos escritos por una persona. La diversidad en los medios brasileños es algo tan raro como una nevera eléctrica en el polo Norte.
También está el Congreso, donde una comisión especial analiza el pedido de apertura de juicio contra Dilma Rousseff. Se supone que de los 65 integrantes, que representan proporcionalmente todos los partidos con asiento en la Cámara de Diputados, el gobierno cuenta con estrechísima mayoría (31 votos seguros, cinco dudosos; ocurre que en la legislatura actual, hasta los seguros son dudosos). Una de las misiones difíciles de Lula da Silva es precisamente asegurar un mínimo de lealtad entre los aliados. El principal de ellos, el PMDB, está claramente dividido. Y si antes estaba partido, ahora todo indica que los traidores son mayoría. Para tener idea del concepto de ética de esa formació política, pese a ocupar siete ministerios, inclusive el de mayor visibilidad y presupuesto, el de Salud, suele abandonar al gobierno en momentos clave o imponer un sobreprecio a su lealtad.
El PMDB prohibió a sus integrantes aceptar, durante los 30 días en que se decidirá permanecer o no en la alianza, cualquier nuevo nombramiento. Salir de los puestos y cargos que ocupa, ni pensarlo.
En ese complejo escenario, Lula da Silva se adentra a la cancha. Por lo que demostró ayer, viene con ganas de ser artillero y darle vuelta a un partido que parece perdido.