Noviembre 19, 2024

El sistema es insostenible: ¿hay alternativa?

El pésimo desempeño de la economía china y la velocidad con que caen las reservas del banco central de ese país se suman al desastre provocado por la caída de los precios de exportación en Rusia y en Brasil, Argentina, Sudáfrica, Venezuela y los países de África, Asia o América Latina exportadores de petróleo y gas o de materias primas minerales o agrícolas. Para completar este panorama económico, la Unión Europea está estancada y en crisis política, al igual que Japón y Estados Unidos, cuyo crecimiento económico no alcanza a compensar siquiera el crecimiento demográfico y, por consiguiente, equivale a una caída del PIB per cápita.

 

 

 

La amenaza de una nueva larga recesión similar a la que comenzó en 2008 está acompañada por una gravísima crisis ecológica mundial (el calentamiento climático, el aumento de la temperatura de los mares, la aparición y desarrollo en los países otrora templados de enfermedades tropicales, el agravamiento de las sequías, inundaciones, huracanes, tornados y ciclones en todo el planeta). Aún más, la victoria de Rusia y del reanimado ejército sirio contra el Estado Islámico y contra la oposición sostenida por Arabia Saudita, los Emiratos, Estados Unidos y Francia que se perfila en el horizonte provocaría cambios tales en la relación de fuerzas en el Cercano Oriente que Israel y Estados Unidos podrían verse tentados a una aventura militar (un ataque contra Siria, Irán o incluso contra Rusia), desencadenando así un conflicto mundial de terribles proporciones (Corea del Norte acaba de lanzar exitosamente un cohete intercontinental que podría dejar caer bombas atómicas en Japón y en Estados Unidos).

El ya presente empeoramiento mundial de las ya graves condiciones económicas podría traer aparejado un aumento brutal de las tensiones sociales y de la lucha de clases que nos anuncia el crecimiento de los partidos racistas, xenófobos, de extrema derecha en Europa, por un lado, y por el otro, de tendencias radicales de izquierda en el Reino Unido, Portugal, España, o de centro izquierda, como la que expresa Bernie Sanders, en Estados Unidos, o de luchas que tienden a superar los frenos de los gobiernos progresistas latinoamericanos.

El capitalismo no es eterno. Es el resultado de un proceso histórico. Como sistema tiene apenas 600 años y se extendió mundialmente sin trabas recién a fines del siglo pasado. Como todo lo que existe morirá.

Pero no perecerá por sí mismo, ya que se reproduce mediante la dominación ideológica, reforzada por sus medios de información y también por todos los gobiernos y partidos de masas, sin excepción alguna, que nos presentan como natural y a veces hasta como socialista el sistema asalariado –o sea, la explotación capitalista–, e identifican el intercambio de mercancías y el mercado (que existen desde las primeras hordas errantes) con la producción de mercancías para el mercado y la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía, propios sólo del capitalismo.

Para enterrar un sistema insustentable y cada vez más dañino, por un lado es necesario desarrollar las formas de resistencia precapitalistas o anticapitalistas que surgen en las luchas (comunitarismos, solidaridades de todo tipo, experiencias de autogestión, defensa colectiva de los recursos naturales) y, por otro, ir más allá de la lucha defensiva contra los efectos del sistema capitalista (la corrupción, la represión, la rebaja de los ingresos reales, la delincuencia organizada, la guerra) para desarrollar conciencia de que el sistema no puede ser reformado. Es necesaria igualmente una organización conscientemente anticapitalista que se apoye en la comprensión de masas (hoy inexistente) de lo que es el sistema.

Estamos en la barbarie y en la perspectiva de que el sistema acabe con las bases materiales y sociales de la civilización y en una hecatombe humana mucho peor que las anteriores de 1914-1918 y 1938-1946. Si no construimos la superación del capitalismo, con la acción y con la difusión del conocimiento, las opciones podrían ser ambas terribles: una gran catástrofe ecológica que provocaría grandes hambrunas o una guerra atómica intercontinental, con consecuencias posteriores incalculables. Ambas destruirían inmensas riquezas y buena parte de la humanidad y alejarían brutalmente las posibilidades de la superación del capitalismo.

Porque ésta, llámese socialismo o no, sólo es posible si existe a escala mundial cultura, civilización avanzada, abundancia, riqueza. Ahí está el ejemplo de Vietnam para demostrar que no basta con la más firme y decidida lucha contra la opresión si no existe la base material, la cultura y la riqueza que permita restañar las heridas de la guerra antimperialista y producir un régimen democrático que no dependa ni de una minoría que sabe y comanda burocráticamente ni del imperio del mercado.

La opción está ahí: vivir y comer como y lo que determinen los amos capitalistas o romper las cadenas de la resignación, la sumisión, la ignorancia, la aceptación como natural de un sistema de explotación y dominación cuya fuerza principal consiste en que controla las cabezas de aquellos a los que oprime.

Levantarse, ponerse en pie, defender la dignidad humana es un deber político y moral si queremos evitar el fin de nuestra especie o un retroceso social de milenios. La solidaridad debe remplazar la búsqueda del lucro a costa de todos y de todo; la fraternidad debe sustituir al ciego egoísmo y el después de mí, el diluvio; la conciencia de pertenencia a una sola especie debe acabar con el chovinismo, el racismo, la xenofobia. Todos somos indios, mujeres, homosexuales, judíos, palestinos, negros, inmigrantes, porque nadie es libre mientras existan oprimidos.

Como dice el himno de lucha La Internacional: no hay salvadores supremos. La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos organizados independientemente de estados, patrones, partidos, capitalistas o iglesias.

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *