Diciembre 14, 2024

Corea del Norte: una revolución sin el pueblo

En los primeros días del mes de enero, la República Popular Democrática de Corea (más conocida como Corea del Norte) ha entrado en el debate mundial debido a la supuesta prueba atómica de bomba de hidrógeno, causando preocupación en la comunidad internacional por el terrible impacto que podría tener una detonación de estas armas de destrucción masiva. A pesar de que los analistas internacionales consideran que tal prueba no pudo haber ocurrido ya que no posee una tecnología lo suficientemente desarrollada1, lo cierto es que el régimen norcoreano ha sido siempre un misterio por la escasa información existente de este país asiático de aproximadamente unos 24 millones de habitantes, de pobre desarrollo económico y social. Tenemos acceso a algunos documentales bajo la óptica anticomunista occidental que muestra un aspecto de la sociedad norcoreana, y a las imágenes emitidas por la televisión oficial del joven Kim Jong-un (el “Brillante Camarada”), educado en Berna, Suiza, guiando a su país “en guerra permanente” contra sus dos enemigos acérrimos: la capitalista Corea del Sur y su aliada imperialista, Estados Unidos. Estos dos enemigos son la excusa perfecta para justificar un estado policial donde ocupa la totalidad del espacio de la población que sólo debe obedecer y rendir culto a la familia de este joven líder como si fueran verdaderos dioses en un país supuestamente ateo.

 

 

Más allá del pleonasmo que resulta denominar (al igual que lo hicieran en su momento los ideólogos marxistas) a Corea del Norte como una “democracia popular”, su régimen político constituye una inédita dinastía marxista de la familia Kim, omnipresentes en cada lugar de la capital Pyongyang, mezclando variables provenientes del estalinismo (que justifica el poder ilimitado del Secretario General del Partido), del maoísmo (enfatizando, entre otras cosas, la idea de autosuficiencia económica) y del confucionismo (subrayando la abnegación ante el emperador dándole el carácter dinástico).2 No está demás decir que si el objetivo último del marxismo –en teoría- para la consecución de una sociedad comunista es la extinción del Estado, eso está lejos de desaparecer en Corea del Norte por los elementos arriba mencionados. En ese sentido, por ejemplo, cuando escuchamos por televisión refiriéndose a Corea del Norte como un país “comunista”, habría que preguntarse si efectivamente el régimen norcoreano lo es. A mi parecer no. Desde una óptica marxista, si se quiere, hay una evidente explotación del líder y su burocracia hacia su propio pueblo en razón de sus beneficios personales. Sin ir más lejos, el propio Kim Jong-un estudió en Suiza, algo que difícilmente podría realizar un norcoreano promedio. Sobre este punto llama la atención que el líder norcoreano sostenga un discurso anti-occidental y sobre todo anti-Estados Unidos siendo educado en el propio occidente. Sin lugar a dudas que su postura anti-norteamericana genera más de alguna simpatía en algún lugar del mundo. Y con razón: Estados Unidos es aliado y protector de Corea del Sur.

Por su parte, quiero aclarar algunos conceptos arriba señalados al lector. Podríamos decir que, desde el momento en que Lenin, líder de la Revolución Bolchevique de 1917, falleciera en 1924, la disputa por el poder en la URSS provocó una profunda división dentro del marxismo, a saber: por un lado, el trotskismo, que sostenía la tesis de que la revolución debía extender hacia otros países para acabar con el capitalismo; y por otro lado, el estalinismo, con su tesis del socialismo en un sólo país. Esta última tesis triunfó en la mayoría de los países de Europa del Este y Asia, surgiendo una nueva clase dominante (la nomenklatura) en la que se sacralizaba la imagen del líder (culto a la personalidad), y además manifestando una confrontación permanente con los enemigos reales o imaginarios dándole un carácter pragmático y profundamente autoritario, en el que “todo vale” para derrotar al enemigo tanto en el interior como en el exterior.3 En esa misma línea, el maoísmo, por su parte, -surgido de la lectura de Mao Tsé Tung a la realidad subdesarrollada y agrícola de la China de su tiempo-, ejerció una importante influencia en la década del sesenta sobre todo en los países del Tercer Mundo (que veían en el modelo soviético algo inalcanzable), aportando a la teoría marxista-leninista, entre otras cosas, el potencial revolucionario del campesinado (dejando de lado al sujeto revolucionario proletario propuesto por Marx y Engels) como también la idea de autarquía económica. Luego de la caída del “socialismo real” en la URSS y Europa del Este, algunos regímenes comunistas de este tipo sobrevivieron al nuevo orden mundial neoliberal liderado por los Estados Unidos, entre los que se encuentra, Corea del Norte, con armamento nuclear y un ejército de 1,2 millones de efectivos, uno de los mayores del mundo.4

Al respecto, ¿qué podemos decir acerca de este país aislado por completo del resto del mundo? ¿Cómo podríamos entender a Corea del Norte que a simple vista nos parece un sistema de extrema irracionalidad y de una insoportable megalomanía a su líder Kim Jong-un? En primer lugar, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la península de Corea quedó libre del imperio japonés, y como consecuencia de los acuerdos de la Conferencia de Postdam (1945), la URSS ocupó el norte, mientras que Estados Unidos, el sur, ocupando como frontera el paralelo 38. En el norte, la URSS apoyaron a los comunistas y a Kim il-Sung conformando un estado socialista de corte estalinista en 1948 (no sin antes ir a una guerra con su vecina sur entre los años 1950 a 1953) realizando varios cambios: colectivización de tierras; la nacionalización de las industrias; la organización de la sociedad mediante sistemas de producción para conseguir planes económicos; e instauración de un partido único. Cabe señalar que la década del setenta se convierte en un giro importante dentro de la historia norcoreana, puesto que Kim il-Sung (Padre de la Patria, Presidente Eterno de la República y denominado posteriormente como “Gran Líder de la Humanidad” cuando asumió su hijo Kim Jong Il en 1994 hasta el 2011) fomentó el culto a la personalidad, al igual que Stalin en la Unión Soviética y Mao Tsé Tung en China, ejerciendo un enorme poder sobre su pueblo. Tal culto a la personalidad, en efecto, se vio fortalecido cuando Kim il-Sung fundara la ideología juche en 1965, -que es una adaptación del marxismo-leninismo a la realidad norcoreana-, respondiendo al interés del líder norcoreano de contrarrestar las tendencias pro-soviéticas dentro de la cúpula dirigente, pero al mismo tiempo estableciendo su propia ruta de construcción al socialismo. A este respecto es necesario destacar que la ideología juche es profundamente nacionalista, aunque de alguna otra forma es coherente con la idea sostenida por Eric Hobsbawm (citado por Benedict Anderson en la introducción de su libro Comunidades Imaginadas) que señala que los Estados marxistas terminaron por volverse nacionalistas.5 En ese sentido los “socialismos reales” siguieron las tesis estalinistas del socialismo en un solo país contradiciendo al marxismo clásico que condenaba al nacionalismo por ser una ideología burguesa.6

En fin, las principales características que posee la ideología juche es que converge, por un lado, un evidente paternalismo ideológico; burocratismo y voluntarismo extremo; una economía autosostenible; nacionalismo cultural; y por último aislacionismo para consolidar su particular sistema político. En relación a estas características es que la ideología juche ha desencadenado una “verdadera religión” en tanto que se reverencia a los líderes norcoreanos (partiendo por el presidente eterno, el mencionado Kim il-Sung) convertidos en dioses. De hecho, cada norcoreano lleva su imagen en su ropaje y colocar el retrato del líder eterno en casas y departamentos.7 En ese sentido es interesante destacar que el líder estableció un rígido código de conducta que moldea a la sociedad norcoreana en la actualidad como una unidad perfecta e independiente del exterior. Código que, por cierto, establece una cultura del terror que explica, en parte, la desconfianza y el “alejamiento del mundo” de la población norcoreana. En cierto modo la unidad es una fachada de una revolución que se dice “democrática” y “popular”, pero que obliga a los habitantes de la península a una sumisión total al líder Kim Jong-un y a la nomenklatura del Partido del Trabajo de Corea, violando brutalmente los derechos humanos. 

 

 

Fabián Bustamante Olguín

Instituto de Estudios Internacionales (INTE) – Universidad Arturo Prat.

1 Así lo señala el Diario El País de España: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/01/06/actualidad/1452048572_058208.html

2 En este punto extraigo algunas ideas sostenidas por Seong-Chang Cheong en: “Stalinism and Kilmilsungism: a comparative analysis of ideology and power”. Asian Perspective, Vol. 24, Nº1 2000, p.149.

3 Joan Anton Mellón (coord), Las ideas políticas del siglo XXI. Editorial Ariel, Madrid, 2002, p.29.

4 Es interesante considerar los planteamientos del intelectual marxista esloveno Slavoj Zizek, con respecto a Corea del Norte. Desde ya el autor esloveno no lo considera un país comunista, ni siquiera en el sentido estalinista, ya que ha cortado todo vínculo con la Ilustración del siglo XVIII, en donde la idea de universalidad en la que se expone a todos los ciudadanos del régimen a servicio de la propaganda oficial queda trunco con la información de campos de concentración de trabajo forzado donde los prisioneros no salen jamás. Véase Slavoj Zizek, En defensa de las causas perdidas, Editorial AKAL, Madrid, 2011, p.226-227.

5 Benedict Anderon, Comunidades imaginadas, FCE, 1995, p.19.

6 Joan Antón Mellón, Op.cit. p.49.

7 Mateo Megevand, “Le culte a Kim, “religión” d´Etat de la Coreé du Nord”. Extraído desde www.lemondereligions.fr. [en línea] (20/11/2012).

 

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