Diciembre 5, 2024

Argentina y Venezuela: El año en que se hizo carne el aprendizaje de las derechas

 

Durante el mes de diciembre de 2015, las elecciones en dos países de nuestra región, Venezuela y Argentina, manifestaron el crecimiento de una tendencia asociada a la capacidad de las derechas para avanzar en la disputa política frente a los gobiernos progresistas que llegaron al poder en América Latina entre fines de los años ’90 y principios de los 2000.

 

 

 

Los casos de estos dos países son emblemáticos, en tanto las elecciones presidenciales que finalizaron con el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, así como las legislativas venezolanas que proporcionaron un amplio triunfo a la coalición opositora, revelaron los avances de estas propuestas en la disputa frente a los gobiernos chavista y kirchnerista.

Estos avances ya se habían atisbado con la afirmación de la figura de Henrique Capriles y su buen desempeño en las presidenciales venezolanas de 2013, donde estuvo a punto de triunfar sobre Nicolás Maduro, y la paridad del resultado obtenido condujo entonces a un proceso de profunda inestabilidad política en aquél país. También podemos mencionar el caso de Aécio Neves en Brasil, que logró en la contienda electoral de 2014 terminar a escasos puntos de Rousseff y casi produce la alternancia en el país vecino, dando lugar una coyuntura marcada por la polarización y la inestabilidad, que actualmente continúa en aquél país.

Ahora bien, ¿Qué tienen en común los nuevos frentes de Cambiemos (Argentina) y la Mesa de Unidad Democrática (Venezuela)? En primer lugar, ambas son fuerzas políticas que se caracterizan por una composición heterogénea que puede incluir dirigentes políticos de tradición de derecha o conservadora, nuevas figuras de perfil vinculado a la gestión y la técnica, ex oficialistas, así como muestran la capacidad de reformular con nuevas imágenes a líderes originarios de la derecha tradicional. Un caso emblemático de esto último es Henrique Capriles, quien logró reciclar su imagen, pasando de invadir la embajada de Cuba en el golpe de Estado perpetrado contra Chávez en 2002, a presentarse desde 2012 como el candidato “moderado” de la oposición, que incluso buscaría institucionalizar los logros sociales del chavismo.

Mauricio Macri también ha recorrido, con mayor astucia, una trayectoria similar. Qué un hombre perteneciente a una de las familias de mayor poder económico de la Argentina haya podido convencer al 51% del electorado de que representaba aspiraciones sociales mayoritarias, ha supuesto inevitablemente el paso de este candidato por una transformación. Esto ha implicado asumir al marketing como un instrumento central de su campaña, y de este modo Macri logró disipar su perfil de empresario adusto y los modales más refinados con los que era asociado, estableciendo un contacto corporal que le permitió ampliar su margen de aceptación en los sectores populares. ¿Qué mayor prueba de ello hay que el hecho de que Macri haya cerrado su campaña electoral de 2015 en la provincia de Jujuy, rodeado de las banderas de grupos indígenas?

Macri aspiró cada vez más a demostrar en el final de su campaña aquello que se estaba cuestionando desde la campaña negativa del Frente para la Victoria: su capacidad de “sentir” y vincularse con los sectores populares, dado su origen y pertenencia elitista. Daniel Scioli había dado en el clavo de la desconfianza de un sector importante de la población cuando declaró en uno de sus actos del cierre de campaña: “Acá se vota entre un creído de Barrio Parque y un trabajador del pueblo (…)  Un trabajador que se hizo de abajo, que luchó, que las pasó todas, que nació en Villa Crespo, vivió en el barrio Abasto y ahora vive en La Ñata, que vivió en la Matanza y que entiende mejor que nadie sus dolores y preocupaciones” (La Nación, 19/11/2015).

Así, estas nuevas fuerzas políticas se revelan como reformulaciones programáticas de la derecha clásica, neoliberal y ortodoxa a nivel económico, para asumir formas novedosas, que se vinculan con la capacidad de construir lazos fluidos con los sectores populares. Han logrado desplazar la inmediata asociación con el elitismo y el carácter oligárquico que impregnaba sus apariciones previas. La “popularización” de la política introducida por los gobiernos progresistas, con la creación de consensos sobre las políticas sociales introducidas, las ha obligado a salir a jugar en esa cancha, con estas nuevas reglas de juego.

En este sentido, la frase de Macri relativa a que “el círculo rojo no entiende de política” revela justamente esta búsqueda de autonomía política por sobre los reclamos corporativos, que ha sido condición para el triunfo por primera vez en la historia argentina por la vía electoral de un partido de centroderecha de vocación popular y mayoritaria. Las derechas han aprendido así a desligarse de las visiones que las vinculaban a intereses particulares y elitistas, para aprender a vincularse con las aspiraciones populares, logrando acercarse a sus deseos. Para ello, fue importante hacer política a través de los medios. Mientras los gobiernos progresistas basaron gran parte de su política comunicacional de los últimos años en luchar “contra los medios”, los nuevos partidos de derecha entendieron que residía una ventaja allí donde podían usar a los grandes medios para difundir su palabra y convencer a la población de la necesidad de una alternancia.

Lograron así también arrebatar la “promesa de futuro” a los gobiernos progresistas, quienes continuaron centrando su discurso más en los logros obtenidos y en la reverencia que se les debería rendir a sus elencos y líderes, que en las aspiraciones futuras, en las deudas existentes y en su transformación de éstas en promesa, que es un rasgo definitorio de una elección, la promesa que es capaz de entusiasmar y convencer.

 

@goldsariel

Doctor en Ciencias Sociales. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (Iealc).

 

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