Noviembre 20, 2024

El salmón está llorando

Ríen cuando se riega la noticia que dice que en breve podremos tener en nuestros platos lomos de salmón transgénico, puesto que este pasado mes de noviembre y por primera vez en la historia, la Administración de Medicinas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) ha concluido que desde el punto de vista nutricional el salmón AquAdvantage es un alimento idéntico al salmón atlántico convencional.

 

 

Ríen porque bien saben que transgénico o no, criado en granjas intensivas, en un monocultivo de salmón, estos animales engordan en condiciones ina­ceptables. En Chile, potencia destacada en el sector, con una producción anual de 800 mil toneladas brutas de salmónidos, usan unos siete kilos de antibióticos por cada 10 toneladas de producción.

 

 

Ríen cuando la noticia explica que la modificación transgénica permite que los salmones en cuestión alcancen su peso comercial, unos cinco kilos y medio, entre los 16 y 18 meses, a diferencia de los 30 meses que requiere un salmón convencional. Ríen porque bien saben que criado en granjas intensivas lo que aumentará será la capacidad de producir salmones: si crecen más rápido podrán conseguir más ciclos en un mismo periodo y, por lo tanto, mayor será la sobrexplotación de las principales pesquerías pelágicas del planeta con las que se abastecen estas granjas del mar. Como el jurel, cuyas capturas en aguas chilenas, por ejemplo, han caído entre 1994 y 2010 de 4.4 millones de toneladas anuales a menos de 800 mil toneladas.

Ríen y piensan en la ballena azul, el más emblemático de los afectados por la contaminación que genera la industria intensiva de engorde de salmones enjaulados. Saben que con un salmón de crecimiento más rápido la contaminación se acelerará y los acuerdos que las empresas del salmón han adoptado para favorecer modelos de producción responsables, social y ambientalmente serán, como ya lo son ahora, sólo palabras bonitas de un negocio muy sucio. Las playas del sur de Chile y sus fondos marinos son depósitos de residuos plásticos, cables metálicos, redes viejas y otros elementos provenientes de esta industria.

Ríen porque este animal transgénico avance de la ciencia no está pensado para mejorar las condiciones laborales y sanitarias de su trabajo, que no son nada buenas. De hecho según el gobierno chileno más de 80 por ciento de las empresas del sector incumplen las normativas más elementales y sólo entre septiembre y octubre tres trabajadores han muerto en su puesto laboral, por accidentes en las lanchas que los transportan a las jaulas de cautivo o en labores de buceo para control de las mismas. Ríen cuando oyen el discurso que repite que los avances transgénicos han venido para salvar al mundo.

Ríen porque la noticia presenta al salmón transgénico como al superman que ayudará al desarrollo de un sector económico convertido en un activo fundamental para la economía chilena. Un sector, el de la industria del monocultivo intensivo de salmónidos para la exportación, que, ríen, saben que si aún se tiene en pie es porque lo está subsidiando toda la población chilena con sus impuestos. Se estima que antes de finales de año en Chile se despedirá a un primer grupo de 400 personas trabajadoras como parte de procesos de ajuste. Y entre las muchas causas de una tormenta perfecta, como dicen allí, está un crecimiento acelerado y una sobreproducción, con caída de los precios internacionales, que el salmón transgénico tal vez sólo empujará más y más. Al día de hoy la gran mayoría de empresas chilenas de salmonicultura están en una situación muy delicada; de hecho, sus acciones en bolsa han registrado como promedio una caída de 93 por ciento desde que salieron al mercado.

Ríen porque se imaginan los océanos primero invadidos por salmones colosales que comen y engordan sin cesar. Después, un océano desértico. Porque digan lo que digan los señores de la empresa de salmones transgénicos, tomen las medidas que tomen, sean estériles o sean criados tierra adentro, no es imposible que estos especímenes se reproduzcan en el mar.

Y ríen, con una mueca que ya no disimulan, cuando explican que todo esto no es cosa de salmones. Aprobar un animal transgénico es el primer paso –en un mundo entretejido por tratados de libre comercio– para impulsar el consumo masivo de productos de origen frankenanimal que serán producidos industrialmente mediante un pequeño puñado de compañías trasnacionales y comercializados por otras pocas grandes cadenas de supermercados, controlando los patrones de consumo de las poblaciones urbanas, a la vez de constituir un demoledor impacto para quien produce alimentos en modelos de pequeña y mediana escala.

Ríen.

Pero ríen para no llorar.

* Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria

 

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