Diciembre 3, 2024

Izquierda latinoamericana sufre fractura en su columna vertebral

La campaña mundial del occidente neoliberal contra la República Bolivariana de Venezuela fue brutal, y es la mayor que se ha hecho contra un gobierno de América Latina

 

 

Poca duda cabe que el primer gran golpe dado a la izquierda latinoamericana por el sistema neoliberal, administrado desde EEU, fue en Chile, específicamente a través de un conglomerado político  llamado Concertación de Partidos por la Democracia, el cual se originó en plena dictadura –año 1983- ideado, propuesto y cobijado por el ministro del Interior de aquella época, el ultraderechista terrateniente Sergio Onofre Jarpa. Esta es la historia.

En 1983, tras diez años de violenta represión militar, los trabajadores organizados en Federaciones, Confederaciones y Comando Nacional, retoman la iniciativa, y en las jornadas más masivas y combativas de la historia reciente de Chile, pusieron en retirada a la dictadura, la cual, con la jerarquía católica y la embajada norteamericana como intermediarios, aceptará presentar al país la hoja de ruta para contener la explosión social e iniciar una salida negociada. 

Al iniciarse el mes de agosto de 1983, Pinochet decide nombrar como ministro del interior a un político ‘profesional’ (como gustaba llamar el tirano a todos aquellos civiles que se dedicaban a tales afanes). Es así que entrega la conducción del gobierno interior al ultraderechista terrateniente y ex parlamentario Sergio Onofre Jarpa, miembro activo del antiguo Partido Nacional (que era la unión de conservadores y liberales), quien se había destacado por su  virulencia en  la lucha frontal contra el gobierno de Salvador Allende una década antes.  

Jarpa era zorro vejo en esas lides y tenía claro que con los trabajadores organizados en el Comando Nacional poco y nada lograría; por el contrario, intentar negociaciones con ellos  sólo provocaría al gobierno militar el más  absoluto y sonoro de los fracasos y, peor aún, originaría el derrumbe de toda la argamasa fascista-empresarial estructurada en esos años de conducción “chicaguiana”.  También sabía que los dirigentes políticos de las tiendas partidistas opositoras (hasta ese momento declaradas “fuera de la ley” por la dictadura) coincidían con él en tales aprensiones, ya que ni los democristianos, ni los socialdemócratas, y tampoco un sector de los socialistas, aceptarían ser sobrepasados por el mundo sindical perdiendo no sólo las calles sino,  principalmente, el control y conducción de las masas.

Luego de varias reuniones en las que Onofre Jarpa tomó tecito y comió galletas con algunos dirigentes políticos opositores (seleccionados por La Moneda en un trabajo llevado a efecto por el propio Jarpa junto con su subsecretario Alberto Cardemil), y después de constatarse el éxito de la cuarta protesta social encabezada por el Comando Nacional de Trabajadores, el día 22 de agosto de 1983 nace la Alianza Democrática conformada por el partido Demócrata Cristiano, el Partido Republicano (de clara tendencia derechista), el Partido Radical, el Partido Socialista, el Partido Socialdemócrata y la Unión Socialista Popular, dispuestos todos a negociar con Pinochet una transición a la democracia. 

En ese intríngulis, la Alianza Democrática –por exigencia explícita del dictador y de su jefe de gabinete- llama  los dirigentes sindicales que pertenecían a sus tiendas partidistas y les ordena “entregar las banderas” de la conducción popular a los nuevos mandamases de ese ave fénix político (que de ‘nuevos’ nada tenían ya que eran los mismos actores que conjugaron la tragedia de los años 70, incluyendo por cierto a Jarpa, Cardemil, Pinochet y todos los demás). 

Fue así que los principales dirigentes del Comando Nacional de Trabajadores (Seguel, Bustos, Ríos, Martínez) bajaron sus banderas y se inclinaron servilmente ante las órdenes de sus respectivas tiendas políticas, cediéndoles la conducción de las masas y el control de las calles al nuevo esqueleto político que era del pleno gusto de Pinochet y que, pocos años después, se llamaría Concertación de Partidos por la Democracia, un bloque que se estructuró desgajándose de aquel huevo de la serpiente llamado Alianza Democrática que –en estricto rigor- había sido pensada, impulsada, orientada y creada por el ministro del interior, Sergio Onofre Jarpa, cual última y desesperada forma para detener lo que hasta ese momento surgía como irrefrenable: el avance de los trabajadores hacia una Asamblea Nacional y el derrumbe de la estructura de capitalismo salvaje impuesto por el régimen tiránico.  

Décadas más tarde, el segundo golpe acaeció en Argentina, país en el cual se dividió el peronismo permitiendo no sólo el triunfo de un empresario de oscuro pasado –Mauricio Macri- sino, principalmente, la puesta en práctica de un “neoliberalismo a la chilena”, eufemismo que reemplaza al término “capitalismo salvaje”.

El tercer golpe, fuerte y severo, ocurrió en las elecciones parlamentarias de Venezuela el pasado domingo 06 de diciembre de 2015, donde la revolución bolivariana y el gobierno del presidente Nicolás Maduro sufrieron un serio revés, una derrota contundente, a manos de la oposición derechista que administran empresarios y transnacionales, lo que generará una verdadera avalancha neoliberal –aprovechando lo sucedido en Argentina y lo que Chile ha venido haciendo desde hace dos décadas-  que amenaza asfixiar a Bolivia, Ecuador y Brasil, naciones que aún se mantienen intentando humanizar un sistema que en esencia es depredador y clasista.    

La derrota de la izquierda en Venezuela ha sido, sin lugar a dudas, un potente muro de contención levantado por la derecha del país llanero, la que no sólo impulsó sino también aprovechó el conjunto de errores en política económica que caracterizó los últimos dos años del gobierno del presidente Maduro, ya que –tal como lo señala nítidamente el investigador político Juan Pablo Moreno- “Todo se juntó para esta derrota: errores políticos del gobierno, corrupción dentro y fuera de las filas del PSV, clientelismo sin conciencia (lo que en Chile llamamos “familisterio” y “amiguismo”), falta de comunicación oportuna y masiva de los descubrimientos de artículos acaparados, mano blanda ante ese acaparamiento, cierre tardío de la frontera con Colombia… y como si ello no bastara, existió una brutal campaña mediática universal contra la RB de Venezuela, la cual cobijó la guerra económica y las estafas de la burguesía parasitaria importadora que estimuló el acaparamiento y el contrabando. Además, la baja en el precio del petróleo –provocada por USA y sus aliados árabes de las monarquías semi feudales del golfo-  permitió a los opositores al gobierno aprovechar muy bien todos esos errores y amplificar sus efectos”.

Convengamos además en un hecho irrefutable; la campaña mundial del occidente neoliberal contra la República Bolivariana de Venezuela fue brutal, y es la mayor que se ha hecho contra un gobierno de América Latina. Por ello, tanto el complejo militar-financiero de la OTAN como casi todas las burguesías gobernantes y empresariales de Latinoamérica, decidieron que el ‘enemigo principal’ del sistema capitalista en nuestra región era, sin duda, la revolución bolivariana, y esa decisión –convertida en ataques y maniobras de todo tipo- se acentuó a partir del fallecimiento de Hugo Chávez el año 2011.

Para Washington, para el FMI y para los consorcios predadores transnacionales, destrozar la revolución socialista venezolana equivale a “quebrarle la columna vertebral” a los intentos de emancipación política y económica de nuestro subcontinente.  Es la trascendencia de los resultados electorales del domingo 6 de diciembre pasado en la tierra de Bello, pues la oposición al gobierno del presidente Maduro, si logra obtener 112 de los 167 curules de la Asamblea Nacional, vale decir obtener los 2/3, podrá derribar legal y constitucionalmente al gobierno, a la vez que podrá tomarse todos los poderes públicos por la vía de la destitución directa y del nombramiento a voluntad.

Aquello que EEUU, el FMI, los ‘Chicago boys”, las transnacionales, la dictadura militar y el mega empresariado lograron instaurar en Chile el año 1983, tal cual se explicó en las primeras líneas de esta nota,  ha contado con dos nuevos pasos en su beneficio; uno en Argentina, y el otro, más decisivo y letal, en Venezuela. Para ello, para reconquistar terreno a nombre de los predadores transnacionales, los aliados de la OTAN y del FMI contaron en Chile con el decidido apoyo de ‘socialistas’ como Juan Pablo Letelier, Fulvio Rossi, Marcelo Díaz e Isabel Allende. 

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