Diciembre 26, 2024

Chile: un caso de país desgarrado

En estas líneas se pretende analizar los actuales problemas que Chile tiene, usando la teoría de los países desgarrados y elaborada por Samuel P. Huntington en su famoso libro titulado: The Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order (Simon & Schuster, New York, 1996).  En el capítulo seis de este libro, Huntington discute la teoría de los países desgarrados. Señala que un país desgarrado es aquel donde la elite decide salirse de su civilización originaria e incorporarse a otra civilización más avanzada.

 

 

En sus primeros años de cambio civilizacional, la elite con éxito, logra el apoyo de las masas y también el fuerte apoyo del país central o dominante de la civilización a la cual se aspira entrar. No obstante, pasadas algunas décadas, si el desarrollo no se produce, en la forma como se esperaba, las masas del país en transición, rechazan el cambio civilizacional y pretenden retornar a su antigua civilización.

 

Este crucial fenómeno, crea una profunda división entre elite y masas. La unidad cultural se pierde y el tejido social se rompe. De esta forma se crea una profunda división entre el pueblo y sus líderes. Esta pérdida de cohesión social destruye el espíritu de comunidad y la sociedad afectada por este cáncer social, empieza a tener todo tipo de graves problemas.  Entre ellos se puede mencionar, una profunda anomía social o tristeza colectiva que provoca un gran malestar y desesperación general. Este malestar social profundo es a la vez responsable por el crecimiento descontrolado de lacras sociales tales como la drogadicción, la criminalidad generalizada, los desfalcos empresariales, las huelgas ilegales, la destrucción de las familias, la falta de productividad y el eventual derrumbe socioeconómico.  La sociedad dividida entra así en crisis permanente y la probabilidad de una guerra civil aumenta en forma exponencial. Los conflictos producidos por los Estados desgarrados, con mucha frecuencia se transforman en conflictos mayores y en ocasiones extremas esto lleva al choque de civilizaciones.

 

A mediados de la década de los años 70 del siglo 20, la dictadura militar y la elite socioeconómica que la apoyaba, decidió que Chile debía salirse de la civilización latinoamericana y entrar en la civilización occidental. En esta transición, la elite gobernante tuvo el respaldo de una parte importante del pueblo chileno y también tuvo la entusiasta aceptación de los Estados Unidos, líder indiscutido de la civilización occidental. La elite chilena de la mitad de los años 70 y de toda la década de los años 80; deseaban fervientemente alcanzar el desarrollo integral (es decir, el desarrollo económico, político y social de toda la población). Todo esto mediante la implementación  de la ideología neoliberal. Parte importante de esta ideología es la creencia que el desarrollo económico debe lograrse mediante el eficiente desempeño del sector privado. En otras palabras, la libre empresa nacional y la iniciativa  de empresarios chilenos y extranjeros iban a constituirse en el motor fundamental del desarrollo chileno. El Estado se retiraba de las actividades económicas y se limitaba a un rol estrictamente subsidiario.  La palanca principal del desarrollo chileno, iba a estar constituida por la exportación de materias primas a todos los mercados del planeta. El modelo de industrialización acelerada y la sustitución de importaciones iban así a terminar definitivamente en el basurero de la historia.

 

Naturalmente que el modelo a seguir, era en términos generales, el modelo de los Estados Unidos y en particular, países anglosajones productores de materias primas tales como Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Todos estos países habían sido sociedades rurales, agrícolas y atrasadas a principios del siglo XIX. No obstante, gracias a la libertad individual y el capitalismo moderno, Estas sociedades se habían transformado en potencias económicas en algunas pocas décadas.  El milagro anglosajón ocurrido en el siglo XIX, ha sido profundamente analizado por muchos filósofos, sociólogos y economistas. No obstante el que más se destacó por su análisis al modelo liberal, es Max Weber. Weber escribió varios ensayos estudiando y discutiendo este peculiar fenómeno. Su principal trabajo se titula: La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Este libro fue escrito en alemán en el año de 1904 y traducido al inglés por Talcot Parsons en 1930.

 

Weber en 1904 describió convincentemente y con detalle cómo la reforma protestante produjo en la civilización occidental un nuevo tipo de carácter nacional que introdujo un espíritu más potente y vigoroso en las actitudes y motivaciones de empresarios y trabajadores. Este gigantesco cambio cultural, terminó por crear el moderno capitalismo industrial de la Europa del norte, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Weber señala con toda claridad que empresarios y trabajadores calvinistas, debido a sus creencias religiosas, no podían disfrutar de los resultados de su trabajo. Ellos no debían gastar su dinero en lujos, ya que ello significaba cometer indulgencias. Por lo tanto, los excedentes monetarios debían y eran reinvertidos en la empresa o negocio. Esta era la razón principal por la cual el capitalista invariablemente progresaba. El verdadero empresario calvinista se supone que no obtiene nada de sus riquezas para sí mismo, excepto el inmenso placer emocional de  haber hecho un buen y excelente trabajo. (Weber, 1904, pg. 71). Esta peculiar conducta es explicada por Weber usando el concepto del “llamado divino”. Esto significa que la principal responsabilidad de todo ser humano, era actuar de la forma mejor posible en aquel lugar o trabajo que Dios le había asignado. Otra causa de esta conducta excepcional se debía, según Weber a la racionalización de la vida introducida por el concepto protestante de la predestinación.  Los primeros protestantes se habían ofendido muchísimo por la venta de las indulgencias practicadas por los seguidores del Vaticano. Los protestantes eran contrarios a la idea de que las “buenas obras”  podían ayudar al ser humano a comprar la salvación.  En su sermón titulado “Libertad Cristiana” Lutero señalaba que el hombre puede hacer todas las buenas obras que desee, y aún así no poder entrar al cielo. Calvino argumentaba que la decisión sobre quiénes eran los elegidos para entrar al paraíso ya había sido hecha por Dios y no había posibilidad alguna de que una montaña de buenas obras pudiese cambiar esta decisión divina.  Según Weber, el calvinista creyente, estaba obligado a descubrir por si mismo si él estaba o no en la lista de los elegidos.  El calvinista creía fervientemente que sólo tratando de imitar en todo a los santos de la biblia, podía reducir su temor a estar en la lista de los condenados. De esta forma el protestante tenía la obligación de portarse bien siempre y en todo aspecto hasta el último minuto de su vida. Esta estricta conducta era necesaria, no para comprar la salvación, sino para reducir sustancialmente el temor de caer en el infierno.  En la práctica se suponía que Dios ayudaba a los que se ayudaban a sí mismos, de esta forma los calvinistas creaban su propia salvación. Pero esta salvación no podía ser la gradual acumulación de “buenas obras” que entraba en la contabilidad celestial, como creían los seguidores del Vaticano. Muy  por el contrario, es el auto control sistemático que en todo momento debe tenerse para sí poder tener la esperanza de entrar en el cielo.

 

Esta rígida racionalización de toda conducta humana, cuando combinada con el imperativo énfasis de cumplir con el sagrado deber en su puesto de trabajo; destruyó la vida despreocupada y licenciosa que los ricos y capitalistas habían tenido hasta la llegada de la reforma protestante. El verdadero empresario protestante trabaja duro, y en el hecho, se supone que no se puede relajar ni por un minuto. Por supuesto la fuerza de trabajo protestante, es decir, los obreros que este empresario contrataba, por fuerza debían trabajar igualmente duro y con alta productividad. Naturalmente que ningún trabajador podía dilapidar despreocupadamente los frutos de su labor y caer en el pecaminoso consumo superfluo.  Es necesario recalcar que todas estas estrictas limitaciones al consumo, se hacían a fin de poder  alcanzar la salvación. De esta forma, las ganancias y los ahorros sólo eran destinados para expandir la empresa o negocio y este era el destino ordenado por Dios. (Weber, pgs. 338-339)

 

Volviendo a Chile,  es preciso señalar que después de 40 años del experimento neoliberal, los resultados no son los esperados. El 19% de la población, tiene un estándar de vida relativamente confortable y comparado con el estándar de vida de las clases medias de los países desarrollados. El 1% de los chilenos dueños del capital, tiene el estándar de vida propio de los multimillonarios de los Estados Unidos, y finalmente el 80% del resto de los chilenos, tiene un estándar de vida miserable. La desigualdad e injusticia social es apabullante y demoledora de toda esperanza de un futuro mejor. La elite política tanto de derecha como de izquierda, pertenece al grupo de los privilegiados. Por lo tanto, conservadores, liberales y ex socialistas, disfrutan del poder y la riqueza y se aferran a estos privilegios con toda su energía. El 80% de los que sufren una brutal explotación, al parecer añoran los años donde el Estado protegía los derechos sociales y entregaba empleos permanentes. Esta enorme masa humana es la que desea reintegrarse a la civilización latinoamericana y ve con esperanza los avances que los pobres han hecho en países tales como Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia, Argentina y Uruguay.

 

Para concluir es necesario enfatizar que la principal causa del fracaso del modelo de desarrollo chileno radica en el hecho que la elite económica, política y social carece totalmente de los valores calvinistas; por lo tanto el capitalismo chileno es un capitalismo pre moderno y que lejos de aspirar al logro calvinista sólo busca el lucro inmediato y la gratificación hedonista. Estos valores culturales de los empresarios chilenos, en gran medida explican los desfalcos de La Polar, las farmacias, los pollos, caso Penta, Soquimich, Caval, y toda la interminable lista de irregularidades, que se suceden con catastrófica regularidad en la sociedad chilena. El nuevo escándalo empresarial de papeles y cartones, es sólo un peldaño más en la escalera hacia el vacío.

 

 

F. Duque Ph.D.

Cientista Político

Puerto Montt, octubre 2015

 

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