Diciembre 9, 2024

Los carerrajas y el carerrajismo

El derrumbe ético que cursa en la Nueva Mayoría consigue cada día expresiones novedosas las que, de no ser parte de una tragedia de inconmensurables proyecciones, deberían mover a la risa más honesta.

 

 

Utilizando recursos rascas se firma un acuerdo para congelar los sueldos de las más altas autoridades y los parlamentarios. Esta vez, no recibirán el aumento que corresponde al sector público.

 

Recurso picante, rasca y carerraja que solo busca un efecto comunicacional.

 

La miseria que se ahorra el Estado en esas personas que han hecho fortuna con sueldos, bonos y prebendas, es una burla para los trabajadores del sector público, a quienes los mismos signatarios del acuerdo, regatean una chaucha cuando se sientan a negociar con los gremios.

 

Por estos días, y mientras no aparezca alguien que supere la marca,  la mejor y más risible demostración de la definitiva caída ética de la Nueva Mayoría, es lo hecho por el presidente del Partido Democratacristiano, el ex jugador de rugby y senador por Coquimbo, Jorge Pizarro.

 

Quizás afectado aún por las tensiones vividas con ocasión del caso que vincula a sus hijos con asesorías verbales hechas a empresas ligadas al pinochetismo, creyó necesario darse un relajo de fiestas patrias asistiendo el mundial de su deporte favorito en Inglaterra.

 

Lo que no previó el honorable, fue el remezón de 8,4 Richter que asoló la Región que lo eligió como senador.

 

¿Por qué no canceló su viaje si tuvo dos días para hacerlo? Porque simplemente la gente y sus dramas le importan un soberano pucho. No sólo por la desgracia emergente de fiestas patrias, sino desde siempre.

 

Este desprecio por todo lo que huela a populacho es un rasgo que adquirió tempranamente la Concertación y que heredó, faltaba más, la Nueva Mayoría.

 

Y esta auto concedida facultad de hacer y deshacer con la mayor desfachatez e impunidad tuvo su punto de mayor expresión cuando se descubre el negociado del hijo de la presidenta.

 

Esa frescura, por cierto ni la primera ni la única ni la última, tuvo el efecto de finiquitar las virtudes por las que Michelle Bachelet asumió como presidenta por segunda vez.

 

Lo que tiene por el suelo a la coalición gobernante es la corrupción que aún no termina de desplegarse del todo en los tribunales y que se relaciona con el entorno familiar directo de la presidenta.

 

Tramposamente, se ha querido adjudicar la banca rota de la Nueva Mayoría a su supuesto ánimo reformista. Ni reforma ni ánimo. Carerrajismo. Las leyes que se han negociado y que expresan lo ofrecido en el Programa de gobierno no han pasado de ser acomodos necesarios que flexibilizan aún más el modelo por la vía de agregarle más modelo.

 

Los desastres que de continuo vive la Nueva Mayoría son adjudicables a la naturaleza de sus componentes y a los rasgos que han adquirido en un cuarto de siglo de ejercicio del poder si contrapeso.

 

En ese lapso no solo se llegó a encontrar  bueno lo que antes era abominable. La reconversión de ex izquierdistas en avezados neoliberales vino de su íntimo convencimiento de que, visto de cerca, el capitalismo extremo no era del todo malo y que los enemigos de entonces, ya más cercanos y colegas del ejercicio chamullento de la política, eran sujetos bien intencionados, confiables y democráticos.

 

No importa si fueron cómplices de los crímenes de la tiranía, a la que gustosos dieron soporte político y comunicacional.  

 

Hoy, el neoliberalismo fundado por Pinochet y su pandilla es un modelo al que la Nueva Mayoría intenta hacer correcciones formales simplemente porque bajo ese dominio cultural han logrado hacerse de fortunas, posiciones y poder. Y no van a renunciar a esos privilegios.

 

Se ha demostrado que el poder es una droga de la cual es imposible zafarse. Una vez que se probó, no hay caso. Y se hará cualquier cosa con tal de mantenerse en la cúspide, y una de esas herramientas más eficaces es el convencimiento de que, hagan lo que hagan, jamás van a sufrir punición alguna.

 

Por eso el sistema político se pobló de zánganos caras de raja a los que les importa un soberano huevo lo que se diga, piense o haga en contra de sus conductas inmorales, sus volteretas, traiciones, arreglines, cohechos, transas, tráficos, negociados, renuncias, mentiras, las cuales, de tanto verlas por la tele, ya no parecen asombrar ni enojar a nadie.

 

Por eso el desparpajo del sinvergüenza del presidente de la Democracia Cristiana que no se arruga para decir Estoy en el rugby y qué. Total, el hecho de que la zona a la cual se supone representa esté en ruinas es algo que no es de su responsabilidad.

 

Por eso, cualquier pelafustán con fuero encumbrado como político hace, ofrece y dice  lo que se le da la gana contra los intereses precarios de la gente tonta que trabaja por un sueldo, convencido que jamás nadie nunca le va a pasar la cuenta.

 

La frescura de raja es una componente esencial de esta cultura. Y su aplicación más frecuente es hacer risa de la gente crédula y esperanzada. Recordemos no más el video de la presidenta Michelle Bachelet y su opinión respecto de la bata blanca de médico: En este país, dijo, es grito y plata. Debió agregar, Para los giles….

 

La lista es larga, aún cuando no aburrida. Si algo tiene este país nuestro de cada día, es que no falta de qué reírse. Y así como cualquier compatriota sabe que luego de incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis, avalanchas, algo grave va a pasar, del mismo modo sabe que de alguna manera hay que pararse para seguir.

 

Esa resilencia extrema fue descubierta por los sinvergüenzas que pueblan la política.

 

La gente abusada, mentida, maltratada, traicionada, tramitada, abandonada, sabe que cada dos años y medio le regalará su porción de soberanía a un mentiroso de capirote. Y lo hace prisionera de ese sentido común inexplicable y fatal: Mañana igual tengo que salir a trabajar.

 

A propósito. Sería bueno sincerar eso del voto. Cada uno debería cobrar por votar,  buscando hacerlo por el que más ofrezca. Sería lo mismo, pero algo se alcanzaría a ganar. Y por lo menos, se verían en la obligación de repartir lo que reciben de las empresas y los millonarios.

 

Sincerar el carerrajismo puede ser una de los mejores legados históricos de la Nueva Mayoría.

 

Algo en ese sentido tiene lo dicho por el Ministro del Interior, Jorge Burgos, respecto del vapuleado viaje deportivo del senador Jorge  Pizarro. Con una frescura fundacional dice que lo hecho por el parlamentario no tiene nada de malo y que todo el mundo sabe que la pasión de Pizarro por el rugby es solo comparable a la que siente por su circunscripción y que su viaje es un intento para integrar ambos amores.

 

Toda una loa al carerrajismo más profundo y honesto.

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