Diciembre 14, 2024

La senadora de apellido Allende

 

Cuando apellidarse Allende no pasa de ser un gesto adjudicable al Registro Civil, no hay mucho más que hacer si se quiere pedir cierta coherencia que no es posible.

 

La senadora Isabel Allende, abusadora de su apellido en cuanta elección ha participado, se cree con el derecho de opinar sobre un fallo judicial de otro país, lo que no tendría nada de malo si no fuera porque, cuando le sirve posa de izquierdista consumada, como quien luce un traje hecho a la medida. Pero para manipular.

 

Ella detesta todo lo que huela a cosa moviéndose, a pueblo, a pobre y alzado. Prefiriera la gente bien vestida, rubia y de buenos modales. Le cae pésima esa floritura con que el presidente venezolano ejerce su magistratura. Y odia por picante su buzo multicolor. Prefiere lo sobrio, elegante, exclusivo y caro.

 

Isabel Allende es amiga íntima de los golpista venezolanos que han causado tanta muerte y destrozos y que no se detendrán hasta ver a Maduro acribillado por las hordas fascistas. Algo así como lo que le sucedió a su padre.

 

Y salta para condenar a los jueces que le han impuesto una dura condena al promotor de una asonada que dejó más de cuarenta muertos. Pero eso a la senadora no le importa

 

No importa si la viga en el ojo de Isabel Allende es tan grande como su desparpajo que le permite callar cuando en sus propias narices se han descubierto montajes judiciales y policiales que han afectado a mucha gente inocente, en donde la policía ha asesinado innumerables veces, en donde la represión es el pan de cada día contra los trabajadores, estudiantes y mapuches.

 

Me pregunto qué opinión tendrá esa señora respecto de gobierno de su padre, cuál habrá sido su rol en aquel tiempo, en el que ya estaba grandecita. Si alguna vez puso un poroto en esa gesta que no entiende, de la que abjura y que le queda demasiado grande.

 

Y me pregunto ¿qué hizo esa señora cuando no solo quemaban las papas sino que las balas y las parrillas de torturas y la represión generalizada en las poblaciones?

¿Levantó la voz desde su cómodo exilio? ¿Habrá lanzado algún panfleto, una piedra en su vida acomodada? ¿Habrá sabido lo que fue una barricada?

 

¿Habrá sido suficiente para ellas haber estado en La Moneda, como muchos otros que perdieron la vida porque se quedaron, hasta poco antes del bombardeo y a partir de eso pavonearse como una heroína que no es?

 

La senadora es parte de la nueva generación de aristócratas de la política. Una derechista de nuevo cuño, como casi toda la Nueva Mayoría.

 

Tratando de interpretar los cambios producidos en el mundo, algunos plantean la desaparición de las izquierdas y las derechas, para configurar una división distinta entre las ideas antagónicas, que ya no se explicaría por la partición del mundo en tiempos de la Guerra Fría

 

Pero la izquierda y la derecha siguen siendo las mismas. Lo que ha pasado es que algunos izquierdistas conversos, a caballo de ideas que no les pertenecen y esgrimidas solo para manipular a la gente crédula, se han hecho del poder y desde ahí, han seguido combatiendo al pueblo travestidos en derechistas encubiertos.

 

Por eso entregan migajas. Por eso decretan leyes abusivas e injustas. Por eso prefieren a los patrones. Por eso han privatizado hasta el aire que respiramos. Por eso aborrecen a la gente protestona, miserable, abusada, mentida y traqueteada.

 

¿Moral doble? No, moral múltiple, que se despliega según sea que haya elecciones o no, técnica que se perfeccionó a partir de momento en que se llegó a la conclusión que la gente, la perseguida, abusada, castigada, mancillada, no estaba en condiciones de levantar la cabeza, y en su orfandad, solo estaba en condiciones de aceptar cualquier mentira y a cualquier  mentirosa a la espera de algo que jamás va a llegar.

 

La impunidad es la madre de estas manilargas, frescos, mentirosos, caraduras que no se arrugan para recibir los estipendios que los empresarios, ultraderechistas, filo fascistas, les regalan para comprar sus votos y leyes. Sus almas.

 

Pero alguna vez la gente les pasará la cuenta. Por demasiado tiempo se ha vivido en el convencimiento falaz de que el sistema que domina es inmodificable, trampeando lo que dice la larga historia de la humanidad que ha avanzado a grandes trancos una vez que se junta la energía suficiente y los desposeídos pasan la cuenta.

 

De que nada es eterno hay pruebas en demasía y una vez que la gente hace saber su bronca, las cosas pasan de castaño a oscuro.

 

Para entonces veremos si los apellidos o las declamaciones servirán de algo.

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