El 11 de septiembre de 1973 una banda de militares chilenos bombardearon e incendiaron el Palacio de La Moneda, sede del Gobierno de Chile, donde se hallaba el Presidente Constitucional, Salvador Allende G. y sus colaboradores inmediatos.
El general Augusto Pinochet, nombrado Comandante en Jefe del Ejército por el Presidente Allende dos semanas antes, utilizaba los medios más mortíferos de los que disponía para matar a Allende y a los integrantes de su Gobierno.
El General del Aire, Gustavo Leigh, había agradecido a Allende, días antes, con ojos humedecidos por la emoción, el nombramiento que éste le hiciera de Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile, encargándose ese 11 de septiembre de ordenar bombardear lugares sin ningún poder de fuego, sin capacidad de resistencia ni de defensa.
En los primeros bandos dictados por la Junta de Gobierno que asumió el poder, se garantizó a los trabajadores chilenos que no perderían ninguno de los derechos sociales, laboriosamente alcanzados por ellos, de los que, tras el golpe de Estado, no quedó ninguno. Ni el derecho a la vida.
El 11 de septiembre de 1973 no había en las cárceles chilenas ni un solo preso político. Durante el gobierno de Allende no se fusiló a nadie. La libertad de expresión y de crítica fueron totales.
Hoy, el pueblo chileno recordará al Presidente Allende, que entregó su vida en holocausto a los trabajadores de su país. Hoy, los catalanes recordarán a su Presidente mártir, Lluís Companys, fusilado por Franco en el Castillo de Montjuich, en Barcelona y al Primer Conseller Rafael de Casanova, alma de la resistencia ante Felipe V, que mantuvieron viva la llama de la libertad y de la continuidad jurídica de Catalunya.
El 11 de septiembre de 1714 el ejército catalán fue derrotado en Barcelona, capital del Principado Catalán, tras haber resistido 42 días de un feroz asedio de la plaza, sometida a los ataques de las tropas de Felipe V, monarca absolutista de España. Los catalanes, con cinco mil hombres luchando a las ordenes del Primer Conseller de la Generalitat de Catalunya, Rafael de Casanova, resistieron hasta el heroísmo los asaltos de un ejército inmensamente superior en hombres y en armas; y, ese día, el 11 de septiembre de 1714, las libertades catalanas cayeron ante las fuerzas del rey Borbón.
Las disposiciones que debían regular la capitulación de Barcelona, redactadas de puño y letra por el secretario del Mariscal Duque de Berwick, Comandante de las fuerzas de Felipe V, garantizaban la vida de todos los que defendieron Barcelona “impidiendo que la ciudad sea librada al pillaje y que todos puedan vivir en sus casas como antes, sin ser molestados en razón de lo que han hecho ahora contra el Rey”. Lo que en realidad ocurrió después fue la pérdida de la libertad del pueblo catalán, la persecución generalizada, la cárcel, la muerte. El general catalán José Moragues, su compañero Jaume Roca y el Teniente Coronel de Fusileros Josep Macip fueron ferozmente torturados y ejecutados a garrote vil, descalzos y vistiendo camisas de reclusos y sus cadáveres fueron descuartizados. A guisa de escarmiento, la cabeza del General Moragues fue exhibida en una plaza pública, dentro de una jaula. Su mujer suplicó la entrega de aquel despojo del cuerpo de su marido, gracia que le fue concedida doce años después.
Hoy los catalanes, en su Diada, recordarán a su Presidente mártir, Lluís Companys, fusilado por Franco en el Castillo de Motjuich, en Barcelona, el 15 de octubre de 1940, y al Primer Conseller Rafael de Casanova, alma de la resistencia ante Felipe V .