Tanto el tijereteo que ha experimentado la Reforma Tributaria tras su aprobación, mediante sendas modificaciones, como el resistido arribodel ex ministro Sergio Bitar al Consejo Consultivo de la Reforma a la Educación Superior, cuyo fin ulterior es relativizar –léase moderar– la Reforma Educacional, deben ser leídos como un logro de la elite que consigue cercenar los cambios prometidos por Michelle Bachelet.
No solo eso: esas acciones deben ser entendidas como parte del regreso de la vieja política de los acuerdos, en la que los poderosos de siempre –ese 0,1% más rico, dueño del 60% del PIB– y la elite política –desde la cultura concertacionistas hasta el PC, pasando por la derecha, inclusive– se reparten el protagonismo; donde moros y cristianos ponderan los daños y establecen el control de éstos. Así las cosas, queda claro que, con un gobierno que ya se da por acabado, no habrá Reforma Laboral, no al menos en los términos propuestos por los trabajadores. Tampoco habrá Asamblea Constituyente.
La vieja política reaparece una vez conseguido su objetivo: frenar los cambios sociales. No a las reformas, no a una nueva Constitución redactada desde la ciudadanía; si bien es cierto que se reconoce la necesidad de cambios, éstos solo tienen cabida en la medida que la iniciativa provenga de las altas esferas de influencia económica, jamás del pueblo. Chile no es Venezuela, ni Ecuador, ni menos, Colombia.
El primer consenso a tener presente es que Michelle Bachelet prometió reformas, las que una vez en el gobierno, se vio imposibilitada de cumplir a cabalidad; segundo: su gobierno expiró, murió, se terminó, feneció; hubo una conspiración llamada caso Caval, articulada con pinzas, estuvieron metidos los poderes fácticos; Bachelet tenía que caer, no a manos de un sangriento golpe de Estado, no, por favor, ¿qué es eso?, Chile no está para esos trotes, ahora pertenece a la Ocde, pero, dado que el régimen presidencialista no contempla la caída del jefe de Estado, no queda más que ‘bancarse’ el mal gobierno, ¿cómo?, fácil, haciéndole zancadillas, hasta que se traumatice, mientras el enfermo se muere a pausa, ¡qué siniestro!, no hay otra forma, ¿en serio?, en serio; tercero: las fuerzas oscuras, desde la izquierda a la derecha, asumen el control de daños, y se ponen como meta permitir que Bachelet concluya su período –no su mandato– en los plazos constitucionales, para cuyo propósito se juramentan preservar la dignidad del cargo sacrosanto, no haciendo más humillante y dolorosa la derrota de la ex ONU-Mujeres, la plaza ya está tomada e izada la bandera del adversario, ¿para qué sumarle mayores vejámenes?; cuarto; con esto el horizonte se traslada a noviembre de 2017, allí se avizora un nuevo gobierno de corte socialdemócrata, con el que todos saldrán beneficiados, un gobierno que apuntará a la transversalidad en materia de sensatez: crecimiento económico parejito, control de los movimientos sociales, monopolizando los grandes cambios en la institucionalidad vigente, nada de Asamblea Constituyente, ni mucho menos, un millón de personas protestando en las calles y paralizando el país.
Solo hay un problema: faltan dos años para ese noviembre, y un poquito más para su consiguiente marzo de 2018. El mito urbano es que ya se están efectuando juntas, reuniones de amiguis, clubes de Toby, el laguismo, los dueños del billete, los DC, una troika. ¿Conclusión del mentado contubernio? Esto (el mal gobierno de Bachelet) se acabó. Chile no puede convertirse en otro Brasil, otro México u otra Grecia. Aquí las crisis políticas deben ser frenadas antes que la sangre llegue al río. Nadie quiere que la crisis pierda la ‘virtud’ de hallarse encapsulada en la política, cuestión que hasta hoy ha sido mediada por una economía sana, donde el pueblo aún no se siente afectado: se pagan los sueldos, hay abastecimiento, en suma, consumo. Mientras la gente no sienta que le meten la mano al bolsillo, sin tanto descaro, la crisis podrá seguir teniendo como domicilio conocido esa cosa elitista llamada ethos político.
La entrevista de Eyzaguirre en El Mercurio marca un antes y un después en términos de la derrota moral de Michelle Bachelet. En la víspera el gobierno acusaba el golpe y aún luchaba por su vida, al día siguiente vino el ‘bueno, ya, reconocemos la derrota, qué tanto’. De esa actitud venerable con que la administración se arrima con suma entrega al precipicio, se agarra la vieja política para convenir una salida decorosa. La política de los acuerdos ha decidido que, dada la mala experiencia de un Bachelet 2.0, no es necesario correr el riesgo que implica un Piñera 2.0; no habrá una nueva versión del empresario, toda vez que su llegada a La Moneda permitiría tener un paro nacional con un millón de trabajadores con sus demandas en la calle, a lo que se suma, la inevitable irrupción de líderes sociales y estudiantiles que luego acaban sentado en el Parlamento. Los MEO, los Velasco, los Ossandón, para la casa. Sigan participando.
¿Cómo será la vida de Michelle hasta ese lejano noviembre? Simple: ella será como la alcaldesa de Viña: reinará, pero no gobernará; cortará cintas, viajará, reirá, se relajará, bailará, subirá un poco en las encuestas. La idea tampoco es trapear el piso con ella. Nunca es recomendable entregar devaluada la institución de la Presidencia de la República. ¿Qué necesita Chile, hoy día? Un pater familias. ¿No basta con una madre? Se necesita doctrina, disciplina, actitud. ¿Portales? Algo así. ¿Y la llegada del dúo Burgos-Valdés? No es una cuestión de nombres, antes de Valdés, el PDC tuvo la opción de poner a Cortázar, o De Gregorio, ¿qué pasó?, ninguno de los dos aceptó, ¿por qué?, porque el gobierno no tiene diseño, ¿relato?, algo así, ¿por qué cambió tanto el panorama desde la campaña a la cancha?, porque los poderosos siempre confiaron que MB sentaría cabeza y no persistiría con su gabela reformista, ¿por eso la bajaron?, por eso la bajaron.
Se habla de una reforma express que reponga el voto obligatorio. ¿Y la corrupción? Se necesita un gobierno garante, ¿para que aumente?, no, para que la contenga, no es necesario desatar la corrupción, hay que mantenerla a raya, ¿cómo?, mediante un binomio virtuoso: gobernabilidad/gobernanza, ¿qué es eso?, permitir que las instituciones funciones y que la people escrute al poder (bueno, que crea que ejerce ese control). ¿Quién liderará esa matemática? Esta vez sí que los nombres contarán. Es de suponer que sobrarán voluntarios. No, los elegidos ya están trabajando. ¿Ya están los 144 mil elegidos (de los Testigos de Jehová?. No, son mucho menos. ¿Estarán los Camilos, los galanes rurales, las Mich…?, no, esos, a las mazmorras, los convocados tendrán que saber tocar la guitarra; ¿qué está sucediendo hoy?, la vieja política está haciendo el control de daños.
Paga el café.
Shis, ¿de nuevo?
¡Voh invitaste!