En Chile, todos, sin excepción, dicen lo que no piensan, hacen lo que no dicen, y piensan lo que callan. A ello yo le llamo “centrinaje”. Aquí encontrará usted la explicación.
El ‘18’ se aproxima y ya es posible observar cierto cambio en el comportamiento de la gran mayoría de los chilenos. Pareciera que es tradición rescatar, temporalmente, algunos rasgos que se supone forman parte de nuestra identidad nacional. Sin embargo, creo necesario preguntar lo que muchos ya se han preguntado también. ¿Tenemos una ‘identidad nacional’?
Hace algunos años me atreví a circunscribir esa mentada ‘identidad’ en un rasgo que –según me parece- retrata mejor lo que somos, o el cómo somos. Lo bauticé, temerariamente, lo reconozco, con el nombre-idea-concepto de “centrinaje”, y aventuré que era una especie de marca indeleble de nuestra idiosincrasia. Han pasado los años desde entonces, y a decir verdad creo que no estaba equivocado.
Nuestra carencia de respeto por lo que es ‘identitario’ comenzó tempranamente con el arribo de los primeros conquistadores a esta franja llamada Chile, la cual no escapó a la saga de sangre y saqueos efectuados por tales conquistadores al comenzar el siglo XVI, quienes –en su mayoría- provenían también del centro y centro sur de la península ibérica (castellanos, andaluces, manchegos y algunos murcianos). Sin embargo, al constatarse que no había reservas auríferas importantes en el territorio, luego de la fracasada expedición de Almagro y las enormes dificultades bélicas experimentadas por Valdivia al sur del río Maule, la corona hispánica –ante el evidente desinterés popular por poblar la zona- se vio forzada al envío de funcionarios y militares para cautelarel ingreso oceánico del Estrecho de Magallanes, amenazado por las incursiones piratas que implementaba la muy británica reina Isabel I.
Estos funcionarios reales, hijos también del centro geográfico español, que encontraron un país ya caracterizado por el “centrinaje” de la tropa de vagabundos y aventureros que conformaron los primeros ejércitos -agregando a ello la lejanía y aislamiento del territorio que permitía una especie de auto gobierno-, fueron “domesticados” por la masa soldadesca que les servía de único cobijo ante posibles ataques indígenas y como respaldo a su propio enriquecimiento.
En una especie de acuerdo no escrito ni discutido, esas ‘autoridades’ se dejaron engullir por conveniencia y empinaron sus pelucas sobre la turba armada para dirigirla.
A partir de ese momento, todos, sin excepción, decían lo que no pensaban, hacían lo que no decían y pensaban lo que callaban. Había nacido el centrinaje.
Bien lo dijo Benjamín Subercaseaux Zañartu en su obra “Chile, o una loca geografía” (Editorial Ercilla, 1940), cuando hizo referencia a los chilenos que habitan el centro del país. Este distinguido ensayista -de ancestros franceses y castellano-vascos y Premio Nacional de Literatura 1963- hizo excelentes referencias en algunas de sus obras respecto del carácter de los habitantes del centro del país, especialmente en su libro “Chile, una loca geografía” llamando la atención del lector al dar a entender que los nacidos y criados en los territorios comprendidos entre los ríos Aconcagua y Bueno presentaban características negativas que diferían notoriamente de aquellas que destacaban en los habitantes de los extremos del país, especialmente de quienes vivían en la zona norte.
”Nuestro ‘roto’ norteño, tan superior al sureño, puede que sea un remanente mezclado de la vieja civilización atacameña y de los pescadores neolíticos del litoral”.
Luego, agrega este mismo autor: ”todo lo más fuerte y altivo que ha tenido Chile viene desde ese próximo norte y se va a la capital a interrumpir el sueño dorado del centralismo estéril. Los Recabarren, los León Gallo salen rugiendo de estas serranías para poner en jaque los problemas sociales del Chile medieval (….) por esto la enseñanza y la intelectualidad chilenas han recibido un sólido aporte de estas regiones (…) la región minera es de aquellas que colman de alegría a los que sabemos (muy calladamente, y casi con temor) hasta dónde llegan la entereza y la resistencia orgullosa del chileno nortino”.
Subercaseaux no lo dice explícitamente, pero el buen lector comprende de inmediato que la referencia apunta a la gente que vive en el desértico y minero Norte Grande y Norte Chico, aunque ese autor no especifica hasta qué punto o zona geográfica exacta del país las características anteriores se mantienen en lo que él llamó “lo mejor de la raza chilena”. No obstante, se encargó de fijar con evidente celo algunos aspectos particularmente menesterosos de los vecinos centrinos y sureños.
Y el ‘centrinaje’, por cierto, y con particular fuerza, está presente en la región comprendida entre los ríos Aconcagua y Bio-Bio. Es la zona considerada “corazón de la república”, allí donde se cocinan los grandes negociados que perjudican soterradamente a la gente de a pie, la zona donde se hace la ley y con ella se construye de inmediato la parición de la torcedura de nariz, siempre en beneficio del ladrón, preferentemente del encorbatado.
Y así estamos hoy, pues los años inmediatamente posteriores a la independencia de Chile se distinguieron por haber sido un enfrentamiento entre distintos sectores sociales para adueñarse de la naciente “cultura nacional”. Las chinganas del siglo XIX, por ejemplo, fueron espacios de celebración utilizados por el llamado “bajo pueblo”: huasos, peones, artesanos y pequeños comerciantes, pero mal vistos –e incluso perseguidos ‘legalmente- por la burguesía seudo aristocrática de aquellos años.
En aquellos tiempos (décadas de 1820 y 1830), el discurso nacional que fluye de labios de la elite pelucona y pipiola carece de una base cultural propia que identificase a la naciente república, pues las formas artísticas y culturales que esa elite adoptó, se desglosaba de una burda y permanente imitación de modelos europeos.
Sin embargo, cuando los dueños de la férula, de la tierra y de las cosas, hablaban o se referían a Chile –aún criticando las formas que usaba el bajo pueblo para divertirse- lo hacían reconociendo que ese pueblo sí tenía expresiones culturales propias que lo diferenciaban de las naciones hermanas y que, aun a pesar de los soberbios patrones, otorgaban al discurso de las clases dominantes la base cultural que estas requerían, aunque en estricto rigor la despreciaban.
Para salir airosa de alguna forma y no verse obligada a reconocer su absoluta dependencia de patrones extranjeros, la clase dominante decidió apoderarse de gran parte de la cultura popular, haciéndola suya luego de amoldarla según sus intereses de soberbios mandantes. Así, entonces, -y es sólo un ejemplo- “la chilena”, o “la clueca”, fue tomada en brazos por una burguesía que decidió vestirla de patrón de fundo con ropa cara, con elementos que para el pueblo resultaban imposible de adquirir… y la “filarmonizó” (si se me permite parafrasear a Diego Portales), transformándola en una especie de danza elegante cuajada en el caldo de la siutiquería conservadora decimonónica, pero muy distante del traqueteo bailarín lleno de jolgorio y libertad de expresión que usaba el pueblo en las chinganas al momento de salir a traquetear, pañuelo en mano, el recorrido de una zamacueca o ‘chilena’.
Si ella era casi la única expresión de la ‘cultura nacional’ y había sido creada y apadrinada por el pueblo, bien valía la pena entonces robársela a los ‘rotos’ y peones, pero adornándola con disfraces que le resultasen –a ese pueblo- imposibles de adquirir. “Centrinaje” a todo dar.
La ausencia de unidad de criterios en la sociedad local fue forjando, con el paso de los años, un andamiaje proclive a la imitación de cuestiones venidas (o impuestas) del extranjero, y fue así que cada clase social apostó por un modelo externo que se condecía con su propia esencia ‘centrina’. El pueblo, siguiendo las estelas dejadas por el concepto ya descrito en estas líneas, optó por amamantar otras expresiones, extranjeras también, que fueran representativas de sus intereses de clase. De ese modo, corrido, cumbia, salsa y reggaetón, recibieron la corona real de manos del Chile popular. Hoy, patrones y peones, o burgueses y trabajadores, aplican a destajo los requerimientos del más puro “centrinaje”, pues todos dicen lo que no piensan, hacen lo que no dicen, y piensan lo que callan.
Por ello, parece encandilarnos a nivel de encanto esa manida frasecilla que reza: “Chile, nación tricontinental”, ya que la sumatoria de nuestra larga y angosta franja, la Antártica y Rapa-Nui polinésico, forman una mixtura de folclor difícil de ‘acojonar, (como dirían mis huasos coltauquinos), lo que parece permitir no tener que casarnos con identidad alguna y creernos (amén de ‘sentirnos’) modernamente internacionales y muy poco –o nada- sudacas. Como se puede ver, más ‘centrinaje’.