Diciembre 12, 2024

El terrorismo mediático

AMÉRICA LATINA FUE y es escenario privilegiado de ofensivas de la derecha pretendiendo restaurar el viejo orden neoliberal. No es casual: es la región donde la derecha quedó más desplazada, ya que viene perdiendo elección tras elección en los países con gobiernos progresistas. La ofensiva neoconservadora se basa en intentos de desestabilización política, desde la explotación de su arma más poderosa, el monopolio privado de los medios de comunicación.

 

 

 

Los intentos de restauración juegan todas sus fichas a ganar las elecciones, con candidatos jóvenes –que sugieren cambio–, con discursos tan vacíos como los de sus progenitores políticos, campañas de imagen a través de los principales medios audiovisuales, gráficos, cibernéticos y de calle y, cuando ven que no les alcanzan los votos, juegan a la desestabilización institucional, económica, política, usando todos los medios –incluyendo los menos éticos– para condicionar al gobierno progresista.

 

Los medios vociferan “fraude” desde meses antes de las elecciones, a sabiendas de que los votos no les alcanzan para desalojar constitucionalmente a los gobiernos que privilegiaron la equidad y la justicia social frente al pago de la deuda externa y la dependencia del capital financiero y los fondos buitre.

 

Como ejemplo, tenemos los recientes de Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay, Argentina y Venezuela. La derecha reacciona no solo con intentos de desestabilización de gobiernos que ponen en jaque a su frágil modelo neoliberal, sino también que pone en juego bloqueos a las nuevas posibilidades de construcción de alternativas. Lo más grave es que no presentan propuestas renovadoras y, por eso, la contraofensiva revela su corto aliento.

 

Emir Sader recuerda que la oposición brasileña intentó, hasta donde pudo, cuestionar la reelección de Dilma Rousseff, haciendo que el primer año de su segundo mandato sea un período de crisis, de amenazas de ingobernabilidad y de resistencia de parte del gobierno y del movimiento popular. Hasta que esa operación se agota, pero el gobierno sale de ella debilitado, presionado por las fuerzas de centroderecha hacia un pacto conservador a cambio de la recuperación de la gobernabilidad.

 

En Bolivia, los “cívicos” de Potosí, con una plataforma de reivindicaciones locales, hicieron una huelga regional y organizaron una marcha belicosa hacia la capital. En Ecuador, proyectos de impuestos a la herencia y al patrimonio, que recaen sobre el 2% más rico de la población, llevaron a que la oposición –sumándose, una vez más, sectores de la izquierda con la derecha– desatara una reacción amplia y violenta, que algunos llamaron un “levantamiento” en contra del gobierno.

 

En Uruguay, fue la central unitaria de trabajadores PIT-CNT, aliada a los gobiernos del Frente Amplio, la que organizó una huelga general para reflotar las reivindicaciones de los trabajadores y darle un parate al más cruento tratado de libre comercio (el TISA) que adelanta el gobierno supuestamente progresista de Tabaré Vázquez.

 

Pero esta ofensiva conservadora no se da solo por estos lares. Miremos si no a España y Grecia, dos países europeos donde surge una nueva izquierda ante el agotamiento de los partidos tradicionales y su cantinela permanente de sus planes de austeridad y ajuste (de los cinturones de las clases populares, claro), donde la derecha retomó su ofensiva. El delito de Syriza y Podemos fue, precisamente, cuestionar la austeridad y sumar el descontento generalizado de la población. Moraleja: la Unión Europea actuó con toda su brutalidad para derrotar y humillar al nuevo gobierno griego e intenta demostrar a toda Europa que fuera de la austeridad no habría vida posible.

 

Todo lo que se hace en Grecia y en España representa el capítulo europeo de la contraofensiva conservadora global, que tiene en América latina su epicentro, porque es en esa región donde el modelo neoliberal es más fuertemente cuestionado.

 

Hoy nadie duda de la creciente y orgánica participación de los medios de comunicación cartelizados –nacionales y extranjeros– en la preparación y el desarrollo de las guerras y planes desestabilizadores. Hoy, los medios comerciales –que tomaron como rehén a la libertad de expresión– se convirtieron en verdaderas unidades militares: ya no hace falta ningún Pinochet o Videla, para imponer modelos políticos, económicos y sociales. Hoy el escenario de guerra se traslada al espacio simbólico, a la batalla ideológica, a la guerra cultural.

 

Y las armas para luchar en esta batalla, por lo tanto, son otras: micrófonos, computadoras, teléfonos, cámaras de video. La guerra es por imponer imaginarios colectivos, a través de los medios cibernéticos, audiovisuales y gráficos, que se volvieron despóticos y despiadados, como nunca lo llegó a ser reyezuelo o dictadorzuelo alguno.

 

Un fenómeno con historia

 

Pero el terrorismo mediático no nace en el siglo XXI. El arte de la desinformación fue un elemento clave en todos los conflictos bélicos desde la antigüedad. Hablamos de hace tres mil años: ya entonces no se trataba de escribir la realidad de los hechos, la historia verdadera, sino la de conformar percepciones, imaginarios colectivos de la sociedad a favor, claro, de la cultura dominante, de los poderes fácticos, incluidas –en tiempos más recientes, hacia el siglo XVII– las diversas iglesias.

 

Es claro que las agencias internacionales de noticias surgieron para afianzar el poder colonial de las potencias europeas, sobre todo en África y Asia. Y también es claro que cada vez que surge un conflicto, la prensa del sistema es la encargada de silenciar cualquier opinión independiente, eliminar el debate y el disentimiento para orquestar las respuestas emocionales en masa a sus intereses.

 

Al inicio de la década de 1960, el terrorismo mediático cayó con todos sus misiles contra la Revolución Cubana, mucho antes de los atentados contra las torres gemelas de Nueva York (2001), lo que dio lugar a que Washington montara una típica acción de terrorismo de Estado a escala global.

 

En 1991, en ocasión de la primera Guerra del Golfo, el Pentágono había logrado convertir el conflicto en espectáculo para las grandes masas de televidentes a nivel global, difundiendo mentiras, medias verdades y tergiversaciones, que años después de consumarse los hechos, se vino a corroborar que eran falsedades (los bombardeos eran fuegos hollywoodenses de artificio) convertidas en verdad única, mensaje único, imagen única.

 

En 1982, los británicos habían aplicado la férrea censura de prensa y la verdad oficial durante el conflicto con la Argentina en el Atlántico Sur, experiencia que sirvió para su aplicación posterior en Granada, Somalia, Irak, Afganistán y muchas otras regiones. Hoy, este tipo de operaciones psicológicas acechan en la región a los gobiernos progresistas, con actos desestabilizadores y golpes de Estado, mediáticos para unos, suaves para otros. Duros para los pueblos.

 

Hoy, el frente de la derecha latinoamericana y mundial –incluyendo el gobierno de los Estados Unidos, algunos de sus incondicionales de la región y otros de la Unión Europea– tomó protagonismo activo desde febrero de 2014 en sus ataques mediáticos contra la Revolución Bolivariana. Las tres redes privadas más importantes de diarios de Latinoamérica se unieron para “difundir informaciones (léase manipulaciones, distorsiones, mentiras, difamaciones) sobre la situación en Venezuela”. Internamente, las campañas de prensa quieren provocar cansancio en los ciudadanos, en el exterior sembrar un imaginario colectivo de represión, autoritarismo, una sensación de caos e ingobernabilidad.

 

Pero esta historia vuelve a repetirse, por ejemplo, en el sur del sur. El conglomerado periodístico que encabezan el Grupo Clarín y La Nación, seguidos de un ejército de expresiones informativas dependientes de ellos y que apuntan a la desestabilización en torno del tópico económico y social, insisten en crear escenarios de temor e incertidumbre.

 

Se trata de una meditada estrategia desplegada por los grupos mediáticos concentrados y cartelizados para desacreditar al Gobierno y crear las condiciones de manipulación social necesarias para llevar adelante un golpe económico o de mercado, contra las instituciones y la Constitución. La advertencia es clara: la sociedad debe estar alerta ante hechos que podrían traducirse en una ofensiva de­sesperada y aventurera de los sectores más conservadores del privilegio, históricos violadores del Estado de derecho.

 

Ofensivas mediáticas

La Argentina afrontó en 2014 una extorsión financiera sin precedentes. Los especuladores que compraron bonos de la deuda por 48 millones de dólares lograron en Nueva York una sentencia de cobro por 1.500 millones. Este fraude retrata cómo funciona el capitalismo actual, sistema que empuja a nuestros países a más y más padecimiento. Los buitres se disponen a repetir el mismo despojo que ya realizaron en otros lugares, como Perú, y amenazan a toda la región.

 

Aunque el escenario afectara a la Argentina, deja bajo la garra de estos rapaces cualquier deuda soberana. En 2014, la deuda representaba el 104% del Producto Interno Bruto en los Estados Unidos, 93% en España, 132% en Italia, 129% en Portugal, 78% en Alemania, 175% en Grecia, 123% en Irlanda, 90% en Reino Unido. El precedente de este fallo judicial va mucho más allá del perjuicio contra la Argentina y pone en riesgo cualquier futura reestructuración de deuda con la mirada puesta en la periferia europea.

 

Paralelamente, en Brasil se desató desde el año pasado una furiosa ofensiva mediática contra la estatal petrolera Petrobras, apoyando las demandas del fondo buitre Aurelius. La crisis por la corrupción en la petrolera estatal, que involucró a políticos y grandes empresas, junto a un ajuste económico dispuesto por la presidenta Dilma Rousseff al comienzo de su segundo mandato, desataron una ofensiva mediática para lograr su destitución.

 

Existe, sin dudas, un intento de provocar un descalabro financiero en la región, con apoyo de sectores internos que colaboran con esos intereses sin cuestionar sus “prácticas mafiosas”. Hay una estrategia más generalizada que está utilizando la cuestión financiera como campo de batalla contra determinados procesos políticos. El año pasado, trataron de llevar a la Argentina al default y atacaron a Brasil y a Ecuador. Es una guerra sin armas, desde el terreno judicial y con objetivos políticos.

 

A nadie puede extrañar que los medios hegemónicos argentinos hayan manejado la información y opinión para cooptarse con la posición de los acreedores, denigrando y tratando de ridiculizar la posición de su país e invisibilizando o minimizando la información referida a los apoyos solidarios recibidos de todos los países latinoamericanos y caribeños, del Grupo de los 77 (más de 120 países en desarrollo más China), y de los Brics, entre otros. La apuesta de las transnacionales y de los fondos buitre, refrendada cartelizadamente por los grupos mediáticos hegemónicos a nivel regional, internacional e interno, fue la de crear zozobra en la población ante una “inminente” corrida bancaria y cambiaria, ante el embargo de activos petroleros nacionalizados. Y el libreto se repite en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil.

 

El concepto de terrorismo mediático está relacionado con un entramado de estrategias políticas, económicas, sociales y psicológicas que buscan crear realidades ficticias, miedos colectivos y convertir mentiras en verdades que permitan manipular a la sociedad de acuerdo con el conflicto y al enemigo en cuestión.

 

Si se parte de la idea de que para el poder todo sujeto que considere una amenaza a sus intereses se concibe como enemigo de guerra, entonces el terrorismo mediático parte de que la guerra psicológica utiliza una caracterización simplista y maniquea (bueno/malo, negro/blanco) para describir al enemigo.

 

“El propagandista debe utilizar las palabras clave capaces de estigmatizar al contrario y de activar reacciones populares. En realidad, de lo que se trata, al utilizar el mito de la guerra, es de satanizar al adversario, arrancarle todo viso de humanidad y cosificarlo, de tal modo que eliminarlo no equivalga a cometer un asesinato”, señala el escritor y periodista uruguayo Carlos Fazio.

 

Estos terroristas mediáticos de hoy son los traficantes de siempre: drogas, armas, desinformación y terrorismo mediático son productos vendidos en el mercado libre para el consumo de nuestras sociedades, muchas veces con la lamentable complicidad de seudocomunicadores sin ética ni conciencia social, convertidos en sicarios de sus patrones, que los desechan cuando ya no les son rentables para sus intereses y propósitos.

 

Es un Plan Cóndor simbólico. La pregunta es si la región está preparada para enfrentar esta restauración del viejo orden conservador o se conformará con la mera denuncia.

 

*Periodista, director de Telesur y en el pasado del mensual latinoamericano.

 

 

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *