Diciembre 11, 2024

El cuarto “Jinete del Apocalipsis”: Ignacio Walker, el “príncipe de las tinieblas”

Antes la Falange y ahora la Democracia Cristiana siempre han sido partidos políticos de centro y han pretendido representar a las capas medias. En “centro” era el pantano de la revolución francesa y, de ahí en adelante, ha sido difícil precisar qué representa en verdad: el centro izquierda, por ejemplo, dominó la III y IVRepública francesa, y lo unía el anticlericalismo y, con respecto a clase obrera, sus políticas eran bastante reaccionarias – el centro izquierda lo conformaban los radicales, el MRP  (similar a la Democracia Cristiana)  y los socialistas -. La política colonial de este conglomerado fue un verdadero desastre, razón por la cual posibilitó el triunfo de la V República.

 

 

                En Chile, el centro-izquierda fue hegemonizado por los radicales, que gobernaron durante tres períodos en que se mostraron bastante progresistas; esta alianza correspondía más bien a la idea del Frente Popular, que más tarde devino en el Frente Nacional, cuyos lineamientos políticos fueron diseñados en el V Congreso de la Internacional comunista.

                La Falange, posteriormente la Democracia Cristiana, representaban el progresismo católico, que tenía su acervo en la doctrina social de la iglesia, de León XIII, y de escritores como León Daudet, Charles Péguy y de filósofos, entre ellos Jacques Maritain y Emmanuel Mounier.  Los falangistas habían roto con la derecha y se acomodaban bien en el centro izquierda radical. Habíamos dicho que el centro-izquierda es una trampa, pues tiene poco de izquierdista y sí mucho de centrista – y esto, a nivel mundial < por favor, no confundirlo con reformismo> -.

                Respecto a la denominada “clase media”, sí que se presta para un sinnúmero de confusiones: podrían constituirla las personas que salieron de la pobreza, gracias a las políticas de reformas – como, a lo mejor, en Brasil, con el Presidente Lula Da Silva, o en Chile, a través de la Concertación de Partidos por la Democracia -. ¿Podría ser integrada por profesionales liberales venidos a menos?  ¿Podría estar formada por provincianos, despreciados pos Santiago? Según Benito Baranda, la clase media no existe; para Thomas Mann, el burgués de clase media es un acróbata, a punto de caer al hoyo de la pobreza.

                La Democracia siempre ha ambicionado representar a esta clase media que es imposible de definir y que, en el Chile neoliberal, está movida por el consumismo. Si llegamos a un acuerdo en que el centro y la clase media no sólo moderan el cambio, sino que también terminan por desvirtuarlo, la Democracia Cristiana, como entes el Partido Radical, son funestos para liderar cualquier combinación política, lo cual no obsta para reconocer que han dejado algunos legados importantes – el laicismo, en Francia y la Reforma Agraria, en Chile -.

                La Democracia Cristiana durante el período republicano era tanto o más progresista que la misma iglesia católica – estaba Juan XXIII y no Juan Pablo II -, pues fue capaz de poner en práctica una reforma agraria, postergada por los gobiernos radicales; respecto a algunas políticas públicas, entre ellas la contracepción, fueron mucho más avanzados que los obispos de entonces – para qué decir de los democratacristianos actuales y  la misma iglesia -.

                En la actualidad, la Democracia Cristiana ha perdido mucho de su capital político: no tiene ni intelectuales, ni pensadores, ninguna ideología que no sea asaltar el botín del Estado y colocar a camaradas en los mejores puestos del gobierno y, por supuesto, muy bien remunerados.

                Los que sueñan que los democratacristianos se alíen con derecha política, o son ilusos o con comprenden la realidad actual de ese partido: en primer lugar, no es ningún negocio juntarse con una derecha que no existe; en segundo lugar, cuando la DC se unió a la derecha, tuvo pésimos resultados – recordemos la CODE -; en tercer lugar, en la centro-izquierda – que no es de centro, ni de izquierda, sino una forma ce cazabobos – les ha ido muy bien pues, con la mayoría de los gobiernos terminan como sus dueños, con dos Presidentes y casi todos los ministros del Interior.

                La derecha no existe actualmente, por consiguiente, no es oposición, pues líderes – políticos y financieros – están con prisión domiciliaria, así, la única oposición reales la de los poderes fácticos – empresarios, iglesia y la lumpen clase media, y en el plano político, los democratacristianos – los muy pillos comen del Michelle Bachelet, pero siempre están destruyendo el nido que les da sustento.

                Ignacio Walker es el candidato presidencia de los “príncipes”, una mafia a la cual pertenece, además del trío Walker en el Parlamento, Gutenberg Martínez, Soledad Alvear, Mariana Aylwin y cuanto reaccionario democratacristiano existe.    

                La oposición dentro de la Nueva Mayoría, llevada a cabo por el “príncipe” Walker ha sido radical, con saña e hipócrita y, a no dudar, se convertido en una de los elementos fundamentales del derrumbe del gobierno de Michelle Bachelet y de la Nueva Mayoría, pegada sólo con mocos.

                La Democracia Cristiana es un partido en decadencia, pues ha abandonado sus principios y sobrevive gracias al balón de oxígeno de un Estado corrupto. De seguro, si Walker se enfrenta a una primera, va a salir de último, como con su camarada Claudio Orrego.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

22/08/2015              

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