Diciembre 12, 2024

La puerta giratoria de los delincuentes de cuello y corbata

Estamos acostumbrados a las puertas giratorias en la delincuencia llamada ”común”, es decir del carterista, ratero, asaltante de casas, ladrón de autos y estafadores de poca monta; pero como la vida nos da sorpresas, ahora empezamos a acostumbrarnos a la puerta giratoria de los ladrones, estafadores y pungas de cuello y corbata…Porque, aunque no lo crea a simple vista, el hábito no hace al monje, entonces esos que se visten de gala cada día, suben a autos de lujo e ingresan a oficinas “super-manhattan”, se dicen proceder de familias añejas y linajudas, no son unos caballeros de carta cabal (¿o Caval?).

 

 

 

Ahí viene el dicho de que detrás de cada millonario hay un cadáver oculto, es decir que nadie se hace millonario de la noche a la mañana sin dejar una huella sanguinolenta tras de esos “logros”. Es cierto, también, que nuestros ricos nunca fueron muy honrados. El Estado ha pagado sus cuentas por muchas generaciones y los “trabajadores” que les han servido de abuelos a nietos, han terminado pobres y enfermos, como siguen siéndolo hasta ahora.

Además que, eso de andar detrás del dinero como si fuera una super-hembra, con esa morbosidad exaltada, casi oriental, es de por sí algo patológico. El dinero es necesario para vivir, pero dedicar la vida a acumularlo es una locura, una insensatez, también un pecado, no por casualidad está la avaricia entre los pecados capitales.

 Es cierto que la sociedad de masas es una sociedad del mínimo minimorum, es decir, del mínimo moral, mínimo cultural y mínimo económico, lo que hace que esos pobres hombres, pertenecientes al tropel de las masas, sienta una especie de idolatría  por el dinero, pues es el medio más expedito de abandonar la cárcel de la mediocridad adocenada. La mediocridad cultural no se puede dejar atrás en el transcurso de una vida, requiere varias generaciones; la mediocridad moral requiere de una conversión casi paulista.

Por tanto, lo que le queda al “pobre hombre” es el dinero, obtenido de cualquier forma. Ya con la bolsa llena, se puede uno comprar abogados caros, coches caros, mujeres serviles al dinero y amigos patoteros y chuscos, al igual que el dinero mismo. Ese personaje, hijo de la mediocridad afortunada, usan esa riqueza para tratar de avergonzar al prójimo, que no ha podido superar la mediocridad de su condición de masa promedio.

El señorío verdadero no se doblega a esa divisa del diablo, como el mismo Dios que, hay quien dice, concede el dinero a quienes desprecia y a quienes da por perdidos. Claro que muchos dirán que desean que Dios los desprecie un poco, con tal que les bendiga-o maldiga-con algo de “guita”. Lo cierto es que el señorío se relaciona con el dinero como con el aire, no lo distingue, lo absorbe y lo expulsa con sutil naturalidad.

 

 Ya vemos que el dinero, como única divisa de ascenso, contamina nuestra sociedad de manera total; como decía una intelectual uruguaya: vivir en una sociedad en que se reúne gente fea, bruta y rica, es una conjunción que hace muy difícil la convivencia. Y algo así nos está pasando, porque la brutalidad humana es fea, de por sí, y combinada con la riqueza sin abolengo, estilo ni clase, se transforma en una fangosidad moral y estética; porque el dinero sin gusto es ofensivo: llena el espacio de bodrios y el lenguaje de insolencias. Cuando se pierde el sentido de dignidad de la vida superior, solo queda la corrupción de las costumbres, socavada por el interés depredador del billete y por la ramplonería de lo material y de los gustos deplorables.

Por eso, cuando los ricos se hacen del dinero con malas artes, estafando al Estado y a los pobres que dependen del erario fiscal, es porque sufren el mal de las masas avariciosas, con degradación moral y humana. Esos ricos carecen de nobleza, pues la nobleza siempre obliga…y esta gente, que ha robado al Estado y sigue robándole al fisco, es gente que se cree con todos los derechos  pero ningún deber, y esa es justamente la doctrina del hombre masa, del hombre vulgar.

Pueden educarse en universidades cristianas, nacer en hogares católicos, pertenecer a los círculos exclusivos, pero sus actos y sus costumbres son  tan bárbaros y ramplones como las del más malnacido de los humanos.

Por eso es enojoso que, ahora,  también comienzan a usufructuar de las mismas granjerías  que gozan los delincuentes comunes, es decir la justicia los premia con la “puerta giratoria”, que es el símbolo de la impunidad en una sociedad en que delinquir se transforma en la forma de triunfar, por excelencia.

Ya veremos que ninguno de estos ricos defraudadores pagará con cárcel sus fechorías.

Es la puerta giratoria, que cambió de clase.

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