La filósofa y escritora Hannah Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén, desarrolló la teoría de la banalidad del mal. Eichmann, uno de los más connotados criminales nazis, raptado desde Buenos Aires por los servicios de inteligencia judíos y luego juzgado y condenado a la pena capital en Jerusalén que, según Hannah Arendt, era una persona común y corriente y no tenía nada de loco fanático o dogmático, incluso, un buen padre de familia. Según la autora de este libro, quienes llevan a cabo los más grandes males a la humanidad son, a veces, seres muy comunes en la cotidianidad.
La filósofa distingue tres tipologías de seres humanos que conforman el escenario de los regímenes totalitarios: los nihilistas, es decir, los oportunistas que se apegan a todo poder; los dogmáticos y fanáticos y, sobre todo, las personas comunes y corrientes – estos últimos, en momentos álgidos, por ejemplo, una crisis de poder, trasvasijan sus valores cambiando el “no matar” por el aplauso al asesinato, <según nuestra autora, fue lo que ocurrió con el pueblo alemán, el más culto de Europa, que aplaudió y adoró a Hitler> -.
Arendt distingue entre el conocer y el pensar: una persona puede ser muy docta y, a su vez, un criminal – en Chile, entre otros, Jaime Guzmán Errázuriz, “un genio del mal”, como decía mi amigo Agapito Santander; el pensar es algo muy distinto que el conocer que supone, como lo decía Sócrates, “un diálogo consigo con sus demonios”, es decir poseer una conciencia moral, que no es lo mismo que distinguir entre el bien y el mal.
En el caso de los jóvenes quemados en Chile se dan todos los elementos de análisis de Arendt sobre la banalidad del mal: el principal culpable, Julio Castañer, oficial del ejército se convierte, por “el pacto de silencio” y con el pasar de los años, en un académico de la Universidad de Magallanes, nada menos que en la cátedra de Ciencias Políticas y, aun cuando distingue entre el bien y el mal, como es un fanático y dogmático anticomunista, estará convencido de que obró bien al quemar a estos dos estudiantes e, incluso, proponer que los asesinaran, pues no quería dejar rastros.
Eichmann, durante el juicio en Jerusalén sostenía lo mismo: “yo no maté a nadie, sólo obedecí órdenes”. El ejército chileno, que durante más de veinticinco años – desde la transición a la democracia – han promovido el pacto de silencio premiando y apremiando a los entonces conscriptos para que declaren en falso ante los tribunales civiles y militares, obligándolos a memorizar un libreto redactado por abogados, incluso civiles, ha sido el protagonista culpable de que hasta ahora sus miembros estén protegidos por la impunidad.
Los “valientes soldados”, en doscientos años de historia, han matado más chilenos que a invasores extranjeros, incluso, la única guerra que ganaron – la del nitrato contra Perú y Bolivia – sólo sirvió para enriquecer al imperialismo inglés.
Sin seres nihilistas y fanáticos y, además, la complicidad de la oligarquía, es inexplicable quemar vivos y sin ninguna piedad a otros semejantes, hecho que sólo ocurrió en durante la inquisición, el estalinismo, el nazismo y todas las doctrinas de “seguridad nacional”, que hacen mucho más daño que los mismos regímenes totalitarios.
En la categoría de los fanáticos hay que incluir, en Chile, a los dirigentes de la Unión Demócrata Independiente (UDI), que aún siguen considerando el régimen de Pinochet como el que “eliminó la lacra marxista” y, aunque muchos cínicos no lo digan en público entre ellos, el secretario general de la UDI, Guillermo Ramírez, quien se refirió al caso “quemados” con frases como “se cuenta una parte de la historia, pero en el contexto; una persona, (Adolf Hitler), mató en campos de concentración a seis millones de judíos, y estamos hablando de un dictador en un país austral donde hubo 2.000 desaparecidos…” – “cuantitativamente es muy diferente”, los remito a Youtube y encontrarán miles de testimonios similares a los de Ramírez -. No falta quien sostenga que las cámaras de gas nunca existieron y que los nazis solamente mataron a dos mil judíos y que los demás murieron de tifus por falta de gas para combatir los piojos. Si analizamos a profundidad los argumentos de algunos dirigentes de la UDI, no son muy diferentes de los estos nazis tardíos – sólo los traidores de la Concertación han permitido la subsistencia de este partido político, cuya doctrina en defensa de actos criminales debiera estar fuera de la ley, como ocurre en Alemania en la actualidad.
La banalidad del mal también se ha consolidado en este país debido a los “cómplices pasivos”, entre los cuales se encuentran los ex Presidentes de la Concertación y Sebastián Piñera, además de José Miguel Insulza – ex secretario general de la OEA, ministerio de colonias de Estados Unidos – además de la corrupta casta política que quiere mantenerse en el poder a toda costa, aun cuando no represente a nadie.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
29/07/2015