Era difícil evitar la tentación de jugar con las palabras—en este caso el apellido del primer ministro griego Alexis Tsipras—y el vocablo castellano que en este caso estoy libremente interpretando a partir de la expresión coloquial inglesa “to have guts” (literalmente “tener tripas”). En inglés se usa este término para significar “tener coraje” o si uno quiere ser más explícito, lo que en español sería “tener cojones”. Simplemente que en inglés, más elegantemente, el coraje o valentía se ha trasladado a otra pieza de la anatomía.
En todo caso de lo que se trata aquí es de examinar críticamente lo ocurrido con el llamado rescate financiero a Grecia, que como ya todos sabemos ha sido impuesto por los rufianes que manejan las finanzas mundiales de un modo brutal y humillante. Es como si con ello hubieran querido dar una lección no sólo al pueblo griego, sino a cualquier otro que los desafíe.
Por cierto el tema de cómo estos personeros que manejan las finanzas han cometido este verdadero asalto y colonización del estado griego ha sido examinado en detalle, principalmente por la prensa progresista y de izquierda en el mundo. Los grandes medios comerciales ligados a poderosos intereses han enfatizado lo que llaman el “rescate”, como si le hubieran hecho un enorme favor a los griegos, y han caracterizado las draconianas condiciones impuestas sobre Grecia como “inevitables y necesarias”. Sin embargo si uno quisiera darle un enfoque existencial al dilema frente al cual el gobierno griego se enfrentó, habría que decir que siempre hubo otra opción. Desde esta perspectiva la excusa de Tsipras de que no tenía otra salida sino aceptar las sofocantes condiciones impuestas por la llamada Troika (Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y el grupo euro) no es cierta.
En efecto, si uno se maneja únicamente dentro del paradigma impuesto por los acreedores de Grecia (léase principalmente Alemania) aparentemente no había salida para Grecia: no aceptar las condiciones impuestas por la Troika podría haber significado la marginación de ese país del grupo de estados europeos que usa el euro como su divisa. Esto sin embargo no era tan claro tampoco ya que siguiendo estrictamente las reglas de la Unión Europea o las de la llamada zona euro, no existe ninguna cláusula para expulsar o siquiera suspender temporalmente a un país. Claro está, en tal caso si los otros países hubieran querido marginar a Grecia lo podrían hacer de hecho por el corte en los flujos de la divisa, por el propio traslado fuera del país de fondos en euros por parte de los griegos más ricos y de empresas, y por cierto por el corte de transferencias del Banco Central Europeo a Grecia así como por una reducción notable en las inversiones extranjeras.
Mientras no hay duda que tales movidas hubieran agravado en el corto plazo las condiciones económicas de Grecia, por otro lado también estas se han exagerado como parte de la estrategia de terror que la derecha griega y los gobernantes de la zona euro desarrollaron para hacer creer a la población helena que las consecuencias serían terribles. Lo cierto es que lo más probable es que tal escenario no hubiera sido particularmente más catastrófico que lo que ya era bajo las medidas de austeridad que estaban en vigencia desde los previos gobiernos.
Por lo demás aun en el “peor escenario” esto es, Grecia fuera de la zona euro, ello no hubiera significado que Grecia quedara sin dinero. Simplemente eso significaba que Grecia hubiera tenido que empezar a producir su propia moneda, es decir el retorno al dracma, su divisa histórica. No se puede saber cuál hubiera sido el valor de la hipotética nueva dracma, de cualquier modo se sospecha que inmediatamente de ser introducida hubiera perdido gran parte de su valor, algo parecido a lo que ocurrió con el peso argentino cuando el gobierno de ese país decidió terminar con la paridad de su divisa al dólar estadounidense luego de la crisis de 2001, sin embargo, lo más probable es que después de un cierto tiempo el valor de la nueva divisa hubiera tendido a estabilizarse. Mal que mal aunque Grecia es junto a España, Portugal, Irlanda y algunos de los recién llegados europeos del este, uno de los países menos desarrollados en la Unión Europea, tampoco es estrictamente un país pobre. En los hechos los principales rubros de su economía, el turismo y la exportación de productos agropecuarios, se beneficiarían altamente si Grecia tuviera una divisa más débil, ya que abarataría sus precios en relación al resto de Europa. Todo esto sin olvidar que el retorno de Grecia a su antigua moneda le hubiera permitido recuperar control sobre su política monetaria, algo que ahora no tiene ya que tal política es controlada por los tecnócratas del Banco Central Europeo que básicamente responden a los intereses de los países más fuertes, especialmente Alemania. La implementación por parte del gobierno griego de un sistema que redujera la evasión tributaria—algo en lo que la administración izquierdista estaba trabajando— también hubiera ayudado a una eventual recuperación.
En cuanto a los bancos griegos, no habría porqué derramar una lágrima si todos ellos se iban a la quiebra. Lo importante era resguardar los depósitos de los depositantes y ello podía hacerse a través de una entidad bancaria estatal que hubiera garantizado la integridad de los depósitos hasta una cierta suma (aquí en Canadá por ejemplo un sistema administrado por el estado garantiza hasta 100 mil dólares en depósitos de particulares en caso de colapso de un banco) y a su vez asegurado los depósitos y crédito para las pequeñas y medianas empresas.
En buenas cuentas, Tsipras y el partido Syriza bajo su conducción, se movieron dentro de un paradigma económico diseñado para beneficio de las potencias europeas, especialmente Alemania. Es cierto que él no era un revolucionario sino más bien alguien que pudiéramos caracterizar como un “socialdemócrata de izquierda” pero aun así, el hecho que su partido levantara grandes expectativas para después decepcionar a su propio pueblo, quedará ahora como una de las mayores derrotas de la izquierda europea de los últimos tiempos. De alguna manera la humillante “bajada de pantalones” de Tsipras ante los buitres de la Troika ha dañado a todos los movimientos alternativos que surgían en ese momento, especialmente Podemos en España (aunque una conducción inteligente en esos movimientos puede también sacar lecciones de esta derrota que puedan ayudarlos a sortear con éxito futuros escollos).
Mirando retrospectivamente ahora, uno bien se puede preguntar, recurriendo a analogías con el glorioso pasado helénico, si al final la histórica victoria del No del domingo 5 de julio terminó siendo una “victoria a lo Pirro”, esto en referencia a un personaje histórico, el general y monarca Pirro de Epiro quien comandó sus tropas en 279 y 280 en sendas batallas contra los romanos. Pirro venció en ellas pero al hacerlo perdió tantos soldados y oficiales que a la larga esas victorias tuvieron un efecto negativo para Pirro y su pueblo.
Pareciera—al menos en una primera impresión—que la victoria del No, una victoria heroica contra la campaña de terror que lanzó la derecha aliada con una desacreditada socialdemocracia, al final dejó exhausto y sin iniciativa al propio vencedor, en este caso el gobierno de Tsipras y su partido izquierdista Syriza. Como Pirro, Tsipras perdió después de esa batalla referendaria a uno de sus más importantes oficiales: el ministro de finanzas Yanis Varufakis quien entregó su cargo al otro día como un acto de auto-sacrificio para facilitar las conversaciones con los buitres de la Troika. En lugar de sentirse estimulado por el empoderamiento que el propio pueblo griego le brindara a su gobierno y a la digna postura que hasta entonces había asumido, parece que Tsipras y su partido súbitamente se sintieron prisioneros de su propio éxito y temerosos de seguir hasta las últimas consecuencias. Las vacilaciones, volteretas y mal argumentadas excusas no han hecho sino destruir la imagen de Tsipras y su partido. Es que cuando uno se plantea una posición de principios y con ella obtiene el apoyo mayoritario de su pueblo, ya no se tiene derecho a cambiar de rumbo y arrepentirse, y si lo hace el juicio histórico suele ser lapidario, como me imagino que va a pasar con Tsipras: el hombre del discurso audaz, cuyo partido entusiasmó a todo un pueblo que creyó que podía recuperar su dignidad, sólo para dejarlos caer a todos. Como en la antigua historia de Ícaro que voló muy cerca del sol lo que hizo que la cera de sus alas se fundiera, después de la victoria del No el pueblo griego creyó que tendría las alas para escapar de sus cautiverio, sólo para caer estrepitosamente, eso sí, al revés de Dédalo, Tsipras no advirtió a su pueblo de la mala jugada que el destino le tenía preparada y como en las antiguas tragedias ese será un fracaso que lo deberá acompañar por mucho tiempo.