De siniestro operador político, a siniestro funcionario a cargo de la represión contra todo lo que se mueva y sea disonante con el orden, el subsecretario Aleuy se las arregla para contribuir con su granito de arena al proceso de desfonde del segundo e innecesario gobierno de Michelle Bachelet.
Diseñado casi solo para impulsar un relevo que debía considerarse histórico, el trampolín de Peñailillo y su banda terminó de la manera más vergonzosa en medio de fraudes, mentiras, escándalos y operaciones secretas al margen de toda moralidad y al límite de sus mismas leyes.
Todo se cae. La otrora celestial presidenta está al borde de la depresión, acorralada por mentiras y omisiones, las que como se sabe, son imposibles de revertir una vez descubiertas. Se cierra el apretado nudo que ella misma ayudó a atar.
En esas circunstancias históricas, aunque no en el sentido que buscaba la Mandataria, la gente continúa con sus deudas pendientes, sufriendo el maltrato y desprecio estructural que le prodiga con precisión y puntualidad el sistema, en intentando ser oídas por la antigua y ya casi estéril vía de salir a las calles y protestar.
Y como si fuera ayer, pero es hoy, la represión que intenta acallar esa rabia del habitante muestra una ferocidad solo debida al enemigo más enconado, lo que ha dejado una estela de muertos y lesionados que ya suman a varias decenas de casos.
Y en cada una de esas heroicas acciones del contingente policial ha debido estar la mano precisa y la orden exacta del Subsecretario de Interior, encargado de lo que la traición consuetudinaria que se comete contra las palabras, llama el orden público.
Y esa función esta vez le ha correspondido a un gris ex operador político, transfigurado en un gris funcionario a cargo del garrote, Mahmud Aleuy Peña y Lillo.
Desde ese cargo ha tenido la responsabilidad de la represión política que ha ejercido contra quienes se han visto en la necesidad de exigir sus derechos conculcados mediante la protesta callejera, la que hace recordar ya casi con indiferencia, que en este aspecto aún sigue la dictadura.
Sin tener consideración por el efecto de sus palabras, el Subsecretario agrega un pelito más a la ya contaminada leche del gobierno de Bachelet. Y sin esperar a que los tribunales digan su palabra, y peor aún, contradiciendo a centenares de testigos y a las numerosas imágenes que muestra el ataque criminal y cobarde que sufre la columna de estudiantes protegidos del infame chorro del carro policial, afirma que lo que abatió a Félix fue un hecho fortuito, es decir, una mera casualidad.
En este caso, como en tantos otros desatinos de las autoridades que ya han saturado a la ciudadanía, también sucedió que, según el Subsecretario, sus destempladas declaraciones fueron culpa de la prensa que, obvio, distorsionó sus palabras: Lo que dijo, en verdad no lo habría dicho.
La legítima rabia de la familia de Rodrigo, que aún se debate entre la vida y la muerte, representa la impotencia que hoy recorre el país. El largo y casi inextinguible brazo de la dictadura sigue hasta ahora definiendo el actuar policial y criminalizando a quienes ejercen un derecho que la gente común se ha ganado no con poco esfuerzo y pagando a veces un precio elevado en víctimas inocentes.
La casta que se apropió del poder, imbricada vergonzosamente con quienes decían aborrecer, ha sido eficiente en remedar las prácticas antidemocráticas en casi todos los aspectos fundados por la dictadura y que ya tienen la profundidad de una cultura de la que no hemos podido sacudirnos.
Y es esa cultura la responsable de la existencia de sujetos como el Subsecretario del Interior, como de una policía uniformada que parece estar en permanente guerra en contra de quienes ejercen su legítimo y bien ganado derecho a expresar su descontento usando las calles que se suponen de todos.
Dado el nivel de los escándalos que se han conocido, se podría anunciar el pronto repliegue de sujetos como estos y que están en sus centros de poder para desgracia de la gente común y castigada.
Pero en un país en el que es común ver muertos cargando adobes, esta gente que ha perfeccionado la técnica de caer siempre hacia arriba, o arrancar para adelante, podría darse maña para salir indemnes y protegidos por esa institución que lo ha permitido todo: la impunidad.
La práctica ha demostrado que el pesimismo es el mejor predictor.