Diciembre 4, 2024

Ahora es hora de nuestro color del cristal

Todo es según el color del cristal con que se mira.

 

Ese viejo adagio ha venido a coincidir con el resultado de “el punto de vista” o de “la subjetividad” descubierta en los últimos respiros.

 

El discurso de Bachelet el 21 de Mayo, al que se le ha dado una importancia exagerada e inmerecida, ha sido interpretado por políticos, columnistas y periodistas rasos, como la Biblia o la palabra de Dios, esto es confusa, polivalente, incomprendida, por momentos dicha o balbuceada en lenguas pronunciadas detrás de un vidrio oscuro.

 

Si la palabra de Dios fuera clara no habría gnósticos y agnósticos, espiritualistas, budistas, hindúes, musulmanes, cristianos, ateos, sunitas, chiítas, católicos, protestantes, testigos de jehová y hasta mormones, ni se necesitarían monjes, intelectuales ateos, padres de la iglesia y oficiales formados y uniformados en Utah por los discípulos de Joseph Smith.

 

Si la “palabra” existe (yo no creo que exista, porque, además debería repetirse y no escribirse, desde hace unos 3 ó 7 millones de años) ella ha sido atrasada, incomprendida para los pocos sabiondos que la leen y han leído y muda para los demás.

 

Veamos el caso de la referencia de Bachelet a la Nueva Constitución, que habrá según ella, y a la Asamblea Constituyente o no a la Asamblea Constituyente para la nueva Constitución, según ella.

 

Para los antisistémicos partidarios de una Asamblea Constituyente el discurso de Bachelet ha sido un fiasco porque la jefa de Estado y de gobierno de un estado en forma no anunció una política suicida de autodestrucción y de renuncia a su estado de derecho.

 

Para los opositores de la derecha extrema, la Presidenta no dijo nada nuevo, como si fuera obligación decir algo nuevo cuando se da cuenta al país de lo hecho en el primer año de gobierno y se habla, en breve, del plan del segundo.

 

Para los opositores de centro derecha, de dentro y fuera de la Nueva Mayoría, las palabras del Mensaje dejaron fuera irremediablemente a la Asamblea Constituyente.

 

Para los opositores y partidarios del centro, de la Nueva Mayoría, sigue la nebulosa, que es perjudicial cuando ya debería existir la luz encendida por la Presidenta.

 

Para los partidarios de izquierda está claro que la Presidenta dejó abierta o entreabierta la puerta para llamar a una Asamblea Constituyente, como si ella sola tuviera la manija o varita mágica para hacer ese llamado, imponerlo, y conseguir, además, que la nueva Constitución contenga los principios democráticos, populares y cuasi socialistas que a ellos aún los mueven.

 

En vez de quejarse estos últimos de la ausencia de claridad del Mensaje, deberían considerar la reciente votación nacional de 2013 y el hecho de que, por primera vez, desde fines de los años sesenta, se está hablando de este tema desde la máxima tribuna del Congreso Pleno, y entender que ahora es hora de empujar concienzudamente la constitución de un movimiento democrático, no fascista, partidario de abrir paso a una nueva Constitución, borroneada durante meses por múltiples instancias ciudadanas, y estudiada por representantes de la ciudadanía, elegidos en base a los listados del Servel, en una fecha conocida con una anticipación suficiente (por ejemplo en diciembre de 2017, dos años más), en elecciones de constituyentes con candidatos y candidatas que no puedan recibir platas de las empresas y que sean elegidos con un sistema proporcional con discriminación positiva a favor de las mujeres, las regiones extremas y las comunas con alta proporción de etnias indígenas, como algunas de Arica, Antofagasta, Valparaíso, Santiago y la llamada Araucanía. Y que, después, si hay alternativas, se plebiscite.

 

Hay que ciudadanizar la nueva Constitución.

 

Y darle a los elegidos constituyentes un nivel aún mayor que el de los actuales congresistas, con sus respectivos equipos de constitucionalistas.

 

Como no se hizo nunca en la historia de Chile, ni en 1833 y sus reformas posteriores, ni en 1925 ni en 1980 y sus reformas posteriores.

 

Que los ciudadanos opinen, que la mayoría ciudadana mande y que la minoría ciudadana, como corresponde, acate.

 

No existen las Constituciones de consenso. Esta no será la primera.

 

Esta proposición, por cierto, no es palabra de Dios ni de pastor ni de cura ni de “Padre” ni de oficial militar. Es sólo una palabra apenas humana fundada en la historia que podemos aún comprobar. Para discutir.

 

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