Diciembre 5, 2024

¿Por qué los plutócratas le temen a la Asamblea Constituyente?

 

Si analizamos la crisis de dominación oligárquica con un mínimo de realismo, llegaríamos a la conclusión de “perogrullo” de que devolver el poder a sus verdaderos detentores, los ciudadanos, es la salida más democrática, más pacífica y más justa. La mayoría de las Constituciones legítimas, en la historia de la humanidad, han emanado de Asambleas o Cortes Constituyentes y, además, han sido refrendadas por sendos plebiscitos.

 

 

Las Asambleas Constituyentes son la más moderna expresión de la democracia, a partir de las Revoluciones francesa y estadounidense. En este país de “bárbaros” llamado Chile, ninguna Constitución, a partir de 1833, ha participado el pueblo. Lo cual señala que siempre hemos tenido una democracia precaria, y que la oligarquía ha hecho lo que quiere con la ciudadanía a su real gusto, siempre y con mucho habilidad, protegiendo sus intereses.

 

Es dable pensar que la plutocracia – hoy en crisis – va a recurrir a los mismos métodos de siempre para seguir engañando a los ciudadanos y, de esta manera, evitar que el pueblo logre convertirse en constituyente y que, por primera vez en nuestra historia, determine sus propias reglas de convivencia.

 

Para la plutocracia reinante no le ha sido difícil conquistar a hijos de proletarios y de clase media que, por medio del halago, los convierte en sus mejores aliados. Esta y no otra es la triste historia del Partido Demócrata, a fines del siglo XIX y comienzos del XX; del Partido Radical, en los años 30 que, de bomberos y masones se convirtieron en siúticos y forrados en abrigos de piel de camello; posteriormente, el Partido Socialista, en 1933; la Democracia Cristiana, en los años 60, y los partidos Mapu e Izquierda Cristiana, a partir de 1970. Nada más fácil para la oligarquía chilena que lograr que estos partidos, antes revolucionarios y populares, hoy terminen siendo los mejores defensores del statu quo.

 

El que los “tribunos del pueblo” sean, a la larga, amigos de los señorones de esta aristocracia santiaguina beata y mala – como diría Diego Portales – no es ninguna novedad: que el hijo de panadero, hoy ostente el tristemente célebre título del enemigo acérrimo de la Constituyente – un roto metido a gente defiende mejor los intereses de los patrones, pues capta y defiende con más ahinco la bolsa de sus patrones logrando, tal vez, algunas prebendas. No muy diferentes son las historias de vida de beatos mapucistas – Oscar Guillermo Garretón, jefe de los empresarios, Jaime Estévez, empresario, Enrique Correa y Eugenio Tironi, lobistas de tomo y lomo – que cuando llaman a robar, ya convertidos en socialistas, lo hacen mejor que los antiguos derechistas, y se convierten en los pillines del siglo XXI.

 

En la anterior crisis de dominación oligárquica, de los años 20, quien jugó el papel de encantador de serpientes fue “el tribuno de la plebe”, el León de Tarapacá, que engañó todos – pueblo y ejército – con una oratoria florida y demagógica, prometiendo el paraíso a su “querida chusma”. La famosa Constituyente, prometida por los militares revolucionarios del mes de enero de 1925, terminó en una mascarada de Constitución, redactada por Arturo Alessandri y su asesor refrendada por un plebiscito – fraudulento como el de 1980 -.

 

Quienes creen que en Chile impera “el caiga quien caiga”, que las instituciones funcionen y que la justicia se aplica para todos, o se tragan la estupidez de “la igualdad ante la ley, se van a dar cuenta, más temprano que tarde, que en la actual crisis de dominación plutocrática los poderes fácticos se saben defender bastante bien. Veamos la realidad: el caso Caval va a terminar en un acuerdo extrajudicial y la familia Dávalos-Compagnon disfrutarán de mil millones de pesos, en vez de dos; los Carlos Eugenio y Alberto habrán pasado un poco más de un mes en la cárcel, pero hoy gozan de en sus ricas mansiones de opíparos manjares, sin haber perdido ni un centavo de sus millones o billones – salvo algunas propinas que regalaron al Servicio de Impuestos Internos -. En el próximo mes, Martelli y la Nueva Mayoría estarán en la palestra, pero de seguro, sólo seguirá siendo pan y circo, una forma tan genial para mantener al pueblo feliz, mientras le meten la mano en el bolsillo.

 

La plutocracia sigue siendo genial para seguir engañando a los ciudadanos: dirán que lo único legal es una Constitución aprobada por el Congreso, pues saben muy que seguirán las mismas trampas; una de las personas engañadas fue el “pavo inflado” de Ricardo Lagos, quien hizo creer a los tontos que el reencauchaje de 2005 convertía la Constitución dictatorial de 1980 en democrática. Hoy personajes como Camilo Escalona y Andrés Zaldívar están vendiendo la idea de una comisión bicameral para que redacte una nueva Constitución y que la apruebe un Parlamento, rechazado por un 90% de los ciudadanos, además de partidos políticos, que sólo cuentan con el 3% de apoyo – tal vez los ingenuos puedan creer que esta institución es legítima, cuando no es más que una pantomima, que reúne a viejos gotosos y gagá -.

 

Hay que aprovechar el “proceso constituyente”, a partir del mes de septiembre próximo, anunciado por la Presidenta, para seguir algunos cursos de acción: en primer lugar, una urgente campaña contra el analfabetismo político, con una pedagogía ciudadana; en segundo lugar, aprovechar los cabildos, seminarios, talleres, foros y otras actividades, en elementos constitutivos de un tejido social ciudadano – una versión siglo XXI de la democracia de los pueblos; en tercer lugar, si se convocara una Corte Constituyen – a imitación de las españolas, 1812 y 1931 – podría utilizarse este instrumento si tuviera el carácter fundacional, lo cual vendría a ser algo parecido a la una Asamblea Constituyente; en cuarto lugar, en la lucha por la convocatoria de la Asamblea Constituyente debe predominar el gradualismo, abandonando todo maximalismo – lo que interesa es que la totalidad de los ciudadanos participe de la Asamblea -; en quinto lugar, los movimientos sociales debe aprovechar el proceso para presionar a las autoridades, obligándolas a reformar la Constitución vigente para llamar a un plebiscito.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

14/05/2015

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