Los expertos en la manipulación de lo que por un abuso del idioma se nombra como la opinión pública, como si tal excentricidad fuera posible, de vez en cuando instalan neologismos que a poco andar pasan a ser conceptos de los que nadie cuestiona su real significado, que es como decir, su falacia intrínseca, su falsedad absoluta.
Y se repiten con una soltura de cuerpo adjudicable al que dice la verdad más profunda e indesmentible.
Sucede que estos genios de la manipulación han descubierto que la cachaña comunicacional con las que el gobierno y sus distintas expresiones intentan controlar la sagrada, creciente y peligrosa bronca de la gente, se llama discusión pre legislativa.
En palabras simples, se trata de un proceso que parte con la redacción de un proyecto de ley que va a ser llevado a su tramitación en el Congreso por algunas de las vías institucionales, pero que antes de eso es puesto en conocimiento de los sujetos a los cuales se supone, y se anuncia con un desparpajo cada vez más asombroso, va beneficiar.
En esta etapa, los agradecidos destinatarios de lo que en breve será una ley de la república, son citados en distinta oportunidades y lugares para que den a conocer aspectos que les parezcan modificables o simplemente rechazables del texto, momento en el cual los funcionarios que ofician de contraparte del gremio o grupo interesado en el tema, toman notas, mueven la cabeza con gestos de anuencia y comprensión, hacen alguna consulta y al final de la sesión, propone otro día para seguir con la gestión pre legislativa, no sin antes aventurar que las cosas van por buen camino y, aunque esa instancia no sea vinculante, lo más probable es que se considerarán las ideas y propuestas de las que tomaron debida y puntillosa nota.
No vinculante. He ahí otra de las grandes expresiones que dice una verdad que intenta ser elegante pero que de galanura no tiene nada: digan lo que quieran, pero sepan que nada de eso será considerado.
Resulta de un desparpajo descomunal esa práctica que se ha esparcido desde los ministerios que en algún momento de su ejercicio han debido cumplir con el desagradable rito de dar a conocer sus proyectos de ley a quienes, más temprano que tarde, les va a modificar sus condiciones de trabajo, que es como decir sus vidas.
Y se desarrollan reuniones con un amplio despliegue de galletitas y café en las que los representantes del gobierno hacen un denodado esfuerzo por no aburrirse de escuchar un palabrerío que saben desde mucho antes que no servirá para nada. Que no vincula. Que no obliga. Que da lo mismo.
Así ha sucedido con todos los gremios. Así sucedió hace muy poco con las negociaciones, en realidad una serie de aburridas conversaciones, que llevó a cabo el Ministerio de Educación y el gremio de los profesores en las que los representantes oficiales reiteraron la maroma de las buenas formas para que al final, nada de lo propuesto por los decentes fuera siquiera considerado.
Recuerdo haber asistido a una exposición, por cierto no vinculante, en la que una abogada del Consejo Nacional del Arte y la Cultura, daba a conocer fragmentos desarticulados y casi fantasmales del proyecto que crearía el Ministerio de la Cultura.
Pocas cosas tan extrañas como intentar hacerse una idea de una ley sobre la base de leer a la rápida pedazos de artículos, trozos de incisos y girones de párrafos legales. Una estéril pérdida de tiempo si se considera que lo que se diga a favor o en contra no tendrá efecto alguno, no servirá de absolutamente nada porque ese ejercicio innecesario, que bien podría ahorrar galletas y café, no es vinculante.
Esa técnica de la manipulación, ese abuso del lenguaje, se ha venido incrustando como la puesta en escena preferente de un gobierno que dice escuchar a la gente pero que en verdad no solo no la escucha y la ignora de la manera más vergonzosa, sino que la desprecia de un modo que ya no se detiene en formalidades o buenas maneras.
La cerrazón de quienes dirigen el país respecto de quienes en sus discursos aparecen como el centro preferente de sus preocupaciones, la gente, los desposeídos, los vulnerables, se ha hecho cada día más evidente.
Y de las promesas no tan lejanas que prometían escuchar a la gente y hacerla participar para que fueran actores de una gestión que prometió de este mundo y del otro, ya no queda sino la incomodidad que genera el recuerdo de esas extravagantes mentiras.
El mecanismo de lo no vinculante como técnica de manipulación debería tener sus días contados en la medida en que los actores sociales dejen de creer. O más bien, hagan explícita su determinación de aceptar el abuso del idioma para encubrir aquello que finalmente termina por ser tal cual como se diseño y en donde nunca estuvo, ni por asomo, el interés de aquellos a quienes dice va a beneficiar.