Solo un par de semanas después de haber reventado el llamado Caso Caval, el Ministro Peñailillo aseguraba que todo estaba superado.
Sin embargo sería el agujero por donde todo se le fue al carajo.
Para muchos, esa extraña declaración auguraba lo que vino: su erróneo consejo a la presidenta y la seguidilla de errores de rango básico, cuya culminación fueron sus mentiras enfrentando la tragedia de sus boletas.
Resulta extraño que haya sido Rodrigo el que pagó el mayor precio por el uso de una costumbre tan chilena como la cordillera.
Desde el momento de su afirmación infantil y fuera de lugar, hasta el de su salida, el hijo político de la presidenta, ahora un huérfano más, no dio pie con bola en el manejo de la crisis que, a pesar del cambio de gabinete, dista mucho por terminar.
Y su salida, más allá de los pucheritos, las caras acongojadas y las ojeras extremas, darán un respiro a la presidenta que ya no puede ocultar su penar.
Es que el ingreso de nuevos rostros y el enroque en el gabinete se relaciona con la necesidad imperiosa de la presidenta de deshacerse de quien fuera por diez años su principal asesor, su escudero, su guardia de corps, que en un dos por tres se le transformó en su más extenso y agudo dolor de cabeza. Descontado por cierto, su retoño sanguíneo.
De lo que se trata de ahora en más, no es sino de administrar un fracaso.
E intentar remontar en la única variable que parece importar: sus números. Los nuevos operativos de los ministerios políticos saben que este país adolece de una enfermante facilidad para olvidar, de manera que en esa amnesia crónica pondrán los huevos y la acción política.
Salir lo mejor parados, aislar lo sucedido desde febrero hasta la fecha mediante algún artefacto escénico, e intentar el cumplimiento del programa, es lo que viene. Por cierto, dados los rasgos del nuevo Jefe de Gabinete quienes apuestan por una Asamblea Constituyente o algún delirio parecido, vayan haciéndose moñitos.
Quizás nadie recuerde un cambio de gabinete con el ambiente trémulo de la fatídica mañana de este 11 de mayo (¡¡otra vez 11!!), en el cual no se vio ni por asomo algún resto del optimismo propio de los segundos tiempos. Y puede ser que la cara triste y ausente de la primera mandataria sea lo que quede para la historia.
Porque hasta aquí no más llegó el segundo intento presidencial de Michelle Bachelet que a esta hora deberá estar pensando en qué estuvo para decidir dejar New York.
Para lo que viene, más vale no agudizar las cosas y buscar superar estos momentos grises y amargos por la vía de hacer como, pero sin hacer mucho. Lo mejor sería recular, pero la presidenta que ha hecho sus cursos en temas de defensa, sabe que ante la emboscada, nada como el fuego y la maniobra.
Y va a comenzar por distender las relaciones con la oposición mediante algún acuerdo que selle los recientes escándalos bajo una severa capa de olvido.
Ya estarán los poderosos frotándose las manos y afilando su discurso: eso pasa cuando se confunden los delirios con la realidad. Y lo más probable es que las cifras con las que los empresarios venían amenazando, como por milagro vuelvan a ser auspiciosas ahora que hay gente amiga y juiciosa en los cargos de importancia.
Y en la penumbra de su autocrítica la presidenta estará royendo su rabia por haber creído que los poderosos se hacen en un dos por tres. Y por no haber escuchado a su intuición, que ya sabemos, es mucho mejor predictor que lo que le susurraron sus asesores, entre ellos su Ministro del Interior.
En fin. Vuela alto, Rodrigo. Pero ni tanto. Por lo menos habrás aprendido en tu corta carrera lo importante que es la amnesia de la gente para los efectos correctivos y para los futuros en ciernes.
Tranquilo. Vendrán tiempos mejores.