Diciembre 5, 2024

Telescopio: a propósito de un dicho desafortunado

 

El diputado DC Jorge Sabag no era de los parlamentarios más conocidos, ahora lo es gracias a su referencia de que a Chile “le ha ido mejor con las armas que con la diplomacia”. Más allá de lo poco feliz de su comentario, lo que habría que subrayar a partir de él no es tanto que a Chile “le haya ido bien con las armas”, después de todo el país no ha estado envuelto en demasiados conflictos bélicos, sino lo patéticamente incompetente que la diplomacia chilena históricamente ha sido. Y lamentablemente en la actualidad se mantiene ese sello.

 

 

Por cierto la afirmación de Sabag puede tener varias lecturas, más allá de la “velada amenaza” como se la ha interpretado en Bolivia, o de ser una “soberana estupidez” como la mayoría la ha caracterizado en Chile. En efecto, una de esas lecturas—nada halagadora para nuestro país—es que Chile sería un estado de carácter bárbaro y pendenciero que como buen matón de barrio se halla bien en medio de una pelea, pero se pierde cuando hay que sentarse a dialogar y lidiar con las sutilezas de la política exterior. Un estado de brutos, en otras palabras. La otra lectura y que se relaciona tangencialmente con la anterior es que pareciera que la diplomacia chilena, tradicionalmente se ha mostrado como francamente inepta. Y lo peor, a propósito de esto, es que con la excusa que las relaciones internacionales son un “tema de Estado” rara vez se la somete al escrutinio crítico que requiere.

 

Curiosamente la crítica al funcionamiento de la diplomacia chilena se ha hecho principalmente desde posiciones de derecha o del nacionalismo (que por definición al final siempre termina más afín a posiciones de derecha de todos modos). Desde la izquierda en cambio no ha habido un análisis crítico muy a fondo, no porque no hubiese que hacer una crítica desde esta perspectiva sino más bien porque el tema de las relaciones internacionales no ha sido prioritario excepto por aspectos puntuales como reclamar la apertura de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y demás países socialistas (abruptamente cortadas por González Videla en 1948), o el restablecimiento de relaciones con Cuba, China y otros estados socialistas con los que la administración de Eduardo Frei M. no las había abierto, lo que se hace en el gobierno de Salvador Allende.

 

En los análisis críticos nacionalistas y de derecha sin embargo abundan los exámenes demoledores de lo actuado por la diplomacia chilena especialmente desde fines de la Guerra del Pacífico hasta nuestros días, y aunque se diga de modo “más diplomático” esos análisis abundan más o menos en la misma tónica: “las ganancias en el campo de batalla se perdían en los salones de conferencia de la diplomacia”. ¿Es que Chile es un país de calificados militares pero de incompetentes diplomáticos? Quizás no tanto. Si vamos más atrás en la historia es sabido que el llamado desastre de Rancagua fue obra de una pésima decisión de O’Higgins y más de algún argentino nos habrá dicho un poco en sorna que si no hubiera sido por el genio militar de San Martín no se hubiera ganado la batalla de Maipú. El almirante Banco Encalada en realidad era argentino y la naciente marina chilena fue formada por el británico Lord Cochrane. No tanta brillantez por el lado uniformado entonces.

 

Claro está, los críticos nacionalistas podrán argumentar que aun con todos los errores que se cometían (y en la Guerra del Pacífico también hubo unos cuantos) al final la guerra se ganó. En cambio apuntan a que por parte de la diplomacia chilena no se puede destacar ni siquiera un momento brillante. Los nacionalistas apuntan a que por ejemplo la resolución del conflicto de Tacna y Arica en 1929 favoreció a Perú, aunque poco se dice que en verdad esas dos ciudades, al revés del resto del territorio que Chile adquirió por efecto de la guerra, no tenían abundantes recursos minerales y—posiblemente lo más significativo—sus poblaciones, más numerosas que las de Tarapacá, se sentían profundamente ligadas a Perú. Desde la perspectiva de esas poblaciones esos eran “territorios ocupados”, por lo demás tampoco se menciona las muchas triquiñuelas que se utilizó para “chilenizar” esas dos ciudades y así influir en el resultado de un plebiscito que según el tratado de 1883 tenía que hacerse en esos territorios (y que por lo demás nunca se realizó). Quizás el mayor ejemplo de cómo los diplomáticos chilenos mostraron su ineptitud fue en aceptar una cláusula en ese tratado por lo que se estipula que cualquier cesión de territorio en Arica (como de Tacna en el caso peruano) requeriría de la autorización del otro país. En los hechos eso dio a Perú un derecho a veto sobre cualquier intento de resolver la demanda boliviana de salida al mar mediante un corredor al norte de Arica, la hipótesis más probable de contar con apoyo ciudadano en Chile ya que un corredor boliviano que cortara territorio chileno sería prácticamente imposible que fuera aceptable a la población chilena y por tanto ni el gobierno más solidario y latinoamericanista que hubiera en La Moneda podría siquiera proponerlo. (Se sabe, aunque sin mucho detalle, que durante el gobierno de Allende, dado que en Perú gobernaba Juan Velasco Alvarado y en Bolivia Juan José Torres, ambos militares de izquierda, se habría examinado la posibilidad de ese corredor al norte de Arica, cubriendo diez kilómetros de ancho y siguiendo el trazado de la línea ferroviaria que va de Arica a La Paz, si había buena voluntad de parte de Velasco Alvarado el veto peruano se saldaba, pero los hechos quisieron otra cosa, Torres fue derrocado, luego ocurrió lo mismo con Velasco Alvarado y por cierto con Allende. Curiosamente la idea fue reflotada por Pinochet y Banzer, esta vez la conjunción ideológica venía por el lado “gorila” sin embargo Perú hizo efectivo su veto al solicitar que Arica se convirtiera en una ciudad internacional bajo soberanía conjunta algo que ni siquiera Pinochet podía aceptar ya que el nacionalismo militar no lo hubiera permitido).

 

Y llegamos a nuestros días con Chile demandado por Bolivia ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya y su diplomacia encerrada en un esquema dogmático que si la Corte rechaza o debilita, no tendrá de que aferrarse. Me refiero por cierto a la noción de la intangibilidad de los tratados internacionales, en otras palabras, que estos son irrevocables, absolutamente obligatorios y sólo pueden ser revisados por acuerdo de las partes que lo contrajeron. Un argumento que suena muy racional desde una perspectiva estrictamente jurídica pero que no considera para nada otras variables, incluyendo por cierto las aristas de política internacional en juego e incluso lo que los filósofos del derecho llaman los principios generales de la justicia y el derecho.

 

Lo curioso es que aun cuando la Corte le diera la razón a Chile y se declarara incompetente para conocer el caso, o si se declara competente pero luego dijera que habiendo un tratado vigente este sólo puede revisarse por los signatarios, es decir aceptara la tesis chilena, ello de ninguna manera va a hacer que Bolivia desista de su reclamo por una salida soberana al mar. Por cierto desde una perspectiva de izquierda solidaria y latinoamericanista uno podría decir que eso simplemente porque esa aspiración marítima es justa. Pero además porque hay otros casos en que un tratado ha aparentemente sellado una situación pero no por ello ha hecho desistir de su reclamo a la parte insatisfecha. El ejemplo más típico lo constituye Gibraltar cuya soberanía España cedió a Gran Bretaña en virtud del Tratado de Utrecht de 1713. Por espacio de los tres siglos desde esa fecha en diversos momentos el gobierno español ha reclamado el retorno de ese territorio a lo que Londres ha respondido invariablemente con la referencia al tratado todavía vigente por el que Gibraltar pasó a manos británicas (por cierto el caso tiene también otras complejidades, Gran Bretaña desarrolló su poder naval intentando controlar los pasos marítimos estratégicos en el mundo: Gibraltar, del Mediterráneo al Atlántico; Malvinas o Falklands, del Atlántico al Pacífico; Hong Kong en el mar de China; después de la Primera Guerra Mundial el paso de los Dardanelos, etc. Hoy Gibraltar ya no tiene valor estratégico sino un más bien modesto valor comercial, pero hay un nuevo factor: la población gibraltareña—alrededor de 30 mil personas—se opone firmemente a ser transferida a soberanía española).

 

Cabe hacer notar que este esquema dogmático de la intangibilidad de los tratados ha tenido además un costo político alto para Chile a nivel latinoamericano. No es un misterio que la mayoría de los países de la región siente más simpatías por la posición boliviana que por la chilena. Chile se cerró a conversar el tema marítimo con Bolivia refugiándose una vez más en la noción que tratado firmado es tratado finalizado y que sobre eso no hay más que hablar. Pero esa es una posición políticamente insostenible en un contexto de solidaridad o al menos de integración continental. Tampoco se ha aludido a aquella cláusula del tratado de 1929 que da a Perú ese derecho a veto sobre cualquier cesión de territorio por el norte de Arica que sería el lugar más adecuado para un corredor soberano boliviano, de haberlo hecho el gobierno de Santiago en vez de ponerse en posición de contradicción con La Paz pudo haber trabajado en conjunto con el gobierno boliviano presionando a Perú para que diera visto bueno a ese corredor sin poner condiciones que se sabe de antemano que ningún gobierno chileno podría realistamente aceptar, como el extemporáneo pedido de internacionalizar Arica cuando se planteó la posibilidad de un corredor a fines de los 70.

 

Los alegatos en la Corte Internacional de Justicia de La Haya se aproximan y lamentablemente con ello, los arranques chauvinistas que pueden agregar más odiosidad a un tema en el cual la diplomacia chilena parece seguir actuando con su tradicional ineptitud. Lo cual no debe ser excusa para exabruptos belicistas tampoco, al fin de cuentas cuando digo ineptitud no me refiero a que sus abogados en La Haya vayan a ser malos, sino a que el fundamento mismo de toda la posición chilena de no negociar y aferrarse a esa concepción dogmática de los tratados llevando al país a ser demandado internacionalmente, es lo que debe modificarse. Definitivamente se necesita también una visión renovadora en lo que son las relaciones internacionales de Chile, y así contribuir a que no se siga diciendo que en el continente Chile es el mejor alumno, pero muy mal compañero.

 

 

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