Diciembre 1, 2024

La rabieta de Peñailillo

Resulta tan falsa como la boletas que entregó para justificar sus primeros sueldos una vez retornado al país luego de haber cursado su Magíster en Europa.

 

 

 

Su intensión fue poner un rostro propio del que es sometido a una injusticia, pero le salió solo una mueca sobreactuada que lejos de convencer a sus atentos seguidores, no hizo más que convencer a medio mundo que en efecto, así fue: recibió dineros venidos directamente del pinochetismo.

 

Pero no solo es eso. Tras cartón se supo que en su propio entorno, sus asesores principales también fueron financiados de manera inmoral por parte de los operadores cuya función era precisamente esa: buscar financiamiento para las maquinarias partidarias y electorales.

 

Bastaría que Peñailillo mostrara sus papers para taparle la boca a los que andan por ahí sobrepasando los límites que escandalizan al brazo derecho de la presidenta.

 

Y resulta demasiado extraño que no lo haga. Tal como no lo ha hecho ninguno de los centenares de concentrados estudiosos que hicieron trabajos extrañísimos para empresas cuyos giros no siempre coinciden con esos trabajos. Lo cierto es que jamás existieron.

 

Es muy extraño que ministros y parlamentarios y otros políticos no asuman de una vez por todas sus negocios turbios, pidan perdón y eventualmente la baja y por esa vía logren salvar al sistema del descalabro total, cuyas dimensiones catastróficas podrán ser comprobadas en las siguientes elecciones.

 

La crisis institucional que azota al país tiene sus orígenes muy atrás en la historia. Las transacciones inmorales devienen de los tiempos de la dictadura desde el momento en que se privatizaron las empresas estatales para dejarlas en las manos de los que hasta hoy son sus manejadores.

 

Y ninguno de los gobiernos de la Concertación, hizo el menor intento por recuperar lo que se había robado a sus legítimos dueños.

 

En ese sentido y en otros varios más, cada uno de los gobiernos que sucedieron al tirano, inclusive el presente, no han sido sino cómplices de ese robo. Ese es el origen de las platas que hoy y desde hace mucho, financian la política.

 

Y entonces bastó que ese mecanismo que por años mostró una sólida salud, expusiera a la luz pública y a la justicia sus debilidades y chanchullos, para que el andamiaje que se levantaba mediante ingentes recursos que viajaban de aquí para allá con formas de boletas y facturas falsas, mostrara sus endebles soportes.

 

Cada uno de los participantes de esta repartija oscura y sucia, ha dicho exactamente lo mismo: corresponden a trabajos efectivamente hechos. Y quizás lo que digan sea literalmente cierto: si a un diputado una empresa pesquera le pagó para que legislara a favor de los intereses de sus factorías, y así lo hizo al extremo de dejar todo el producto del mar en manos de las empresas pesqueras de siete familias, entonces el trabajo por el cual pagó fue efectivamente hecho.

 

Que en la pasada pagaron muy caro los pescadores artesanales, sus familias y un modo de vida ancestral, es una externalidad que no tiene mucha importancia.

 

Por eso resulta falsa y poco creíble la pataleta de Peñailillo. Es un enojo calculado, entrenado frente al espejo de su walking closet, y que involucra una velada amenaza a quienes insisten en lo mal visto de su negativa a reconocer lo que es evidente.

 

Alguien debe poner el seso en palacio. Y discurrir que se necesita una operación de cirugía mayor, una amputación antes que la gangrena comprometa la vida. Con el dolor del corazón de la ex líder, deberá deshacerse de sus paladines del equipo de Ministros políticos, agradecerles lo que hicieron por la patria, y mandarlos un rato al refrigerador mientras pasa lo duro del chaparrón.

 

Creer que este escenario se resuelve mediante medidas superficiales es engañarse y alargar la agonía. Y quizás no sea descabellado que para salvar el sistema efectivamente se haga la faramalla de adelantar las elecciones de todo, para ver si la cosa se despeja, aunque sea por un rato.

 

Como sabe Peñailillo, lo que necesita para salvar su promisorio futuro político es algún movimiento que detenga la infección y tiempo para que la amnesia histórica haga lo suyo. Y por cierto, mejorar sus dotes de actor.

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