Sabemos que en Chile reina una monarquía absoluta y los ciudadanos creen que los jefes de Estado descienden de Dios. A mediados de su mandato los zarandean con un 30% de apoyo, para aumentarlo, al final, entre un 50% y un 80%. ¡Atrévase a decir que Chile ha tenido presidentes corruptos! Seguro que lo gritonean y lo tratan de pésimo historiador. ¿Acaso, Juan Luis Sanfuentes, (1915-1920), no era un pillín de siete suelas, o Augusto Pinochet, “un probo e inmaculado angelito”? José Joaquín Prieto – el primer presidente de los decenios – por su parte, era un milico tarado y criminal, y a algunos historiadores de derecha les encanta decir que el ministro Diego Portales era de tal honradez que carecía de dinero para comprar rapé, cuando en la realidad, era un mercachifles que, incluso, arruinó el país con el estanco tabaco. También hay que hacer justicia a algunos presidentes que no hicieron negocios no se enriquecieron a costa del fisco – Aníbal Pinto, Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva, Salvador Allende y muchos otros -.
Si los ex presidentes fueran inteligentes y humildes, una vez dejado su cargo guardarían silencio. No crearían un “consejo de ancianos” anquilosado y obsoleto después de haberse desempañado mal, reguleque o bien durante su mandato. No guardan la prudencia de no intervenir en político, de tratar de aconsejar a sus sucesores y, para más remate, luego de cuatro años de desempeño en La Moneda, reciben una jubilación cuarenta veces mayor que la de cualquier anciano, estafado por las AFP. Como les sobra el tiempo, se dedican a formar clubes donde plantean políticas que nunca llevaron a cabo cuando se desempeñaban en su cargo – por ejemplo, legalizar las drogas para evitar males mayores, como el narcotráfico, <el único valiente fue el presidente uruguayo, José Mujica> -.
En Chile, sólo Patricio Aylwin ha guardado discreto silencio, sólo interrumpido cuando profiere frases contra su antecesor, Salvador Allende, acusándolo de haber sido el peor presidente de Chile. En el caso de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, bastante pasmado e inculto en contraste con su letrado padre, hizo un gobierno marcado por el neoliberalismo que, en el plano económico, llevó a Chile a un crecimiento negativo; en el plano de los derechos humanos fue un gobierno catastrófico – ni siquiera se dignó conceder audiencia a las directivas de los familiares de Detenidos Desaparecidos -. Ricardo Lagos, “el pavo real”, de quien se esperaba fuera el digno sucesor de Salvador Allende, terminó lamiéndole los calcetines a los empresarios, convirtiéndose en su “San Expedito” – cuando los socialistas, convertidos al neoliberalismo los llamen a robar, son más duchos que los antiguos derechistas -. Entre Sebastián Piñera y Juan Luis Sanfuentes hay pocas diferencias, pues ambos están convencidos de que el Estado es su parcela privada, así, sus gobiernos se han caracterizado por ser una verdadera bacanal de mezcla entre política y negocios.
Para agravar el ridículo papel de estos personajes ociosos ahora se han convertido en los “grandes demócratas” al recibir con pleno regocijo, a las señoras Lilian Tintori y Mitzi Capriles, cónyugues de los dos principales dirigentes de la oposición venezolana, – la gente olvida fácilmente que, en 2002, en cruento golpe de Estado se intentó instalar un régimen como el pinochetista, dirigido por “el patrón de patrones”, Pedro Carmona que, afortunadamente fracasó -. Enrique Capriles es un militante de la Democracia Cristiana venezolana, el COPEI, que desapareció junto a los socialistas por ladrones y corruptos.
Para rematar las insensateces de nuestros ex gobernantes, “el pavo real”, Ricardo Lagos, quiere volver a ocupar el sillón de O´Higgins y, como la mayoría de los chilenos seguimos siendo una caterva de vencejos, capaz que nos vuelvan a meter el dedo en la boca.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
14/04/2015