Sin el pueblo en las calles, la depresión presidencial y la pudrición del sistema va encontrar una vía de escape que tendrá apariencia y pomposidad de solución, pero que no será. Los pasadizos y oficinas secretas, que es donde reside el verdadero poder, ya habrán visto incrementado su movimiento para salvar la situación.
Cuando se vive con la atención puesta en las encuestas que alimentan el ego, lo que suceda en el mundo real o es un momento que hay que celebrar o un escollo que hay que saber sortear. Las cosas que afectan real y duramente a las personas más pobres, pasan a ser no más que instrumentos para subir en las encuestas. O para bajar.
Por eso la orden del día para los intelectuales es dar con la fórmula que le permita salir de un atolladero que ya tiene perfiles peligrosos.
Se instala la idea de una presidenta incapaz para gobernar, de una coalición que no tiene respuestas y de un sistema político que debería irse a sus casas por corrupto.
En el caso de la presidenta, derruido su último bastión de persona creíble mediante la intervención de su desprolijo tanto como opaco hijo, solo un milagro podría endilgarla por el camino del éxito al que estaba tan acostumbrada.
Pero las malas noticias no limitan solo con la caída estrepitosa y de rasgos fatales del último bastión con apariencia de liderazgo.
Tiene que ver con toda la política. Nadie se salva. El uso abusivo y generalizado de las mismas martingalas que se utilizan sin modernizarse desde tanto tiempo, fatigó sus rodamientos, descuidó los controles y vació las aguas de sus relaves, supuradas por la avaricia y la sinvergüenzura.
Para la ultraderecha, sumida en la cloaca de la corrupción y el robo como lo ha estado en toda su historia, la oportunidad de haber lanzado su propio líder se le pasó enredada en sus andanzas de lanzazos y monras.
Y ante la necesidad de reaccionar, los expertos en navegar en mares encrespados ya están concluyendo que las diferencias solo de matices entre unos y otros, pueden quedar transferidas para cuando las aguas estén más calmas: lo de hoy es un problema de Estado, como gustan decir para advertir que le van a meter mano como buenos hermanos para salvarse todos apretaditos y tomados de la mano.
Con todo, el sistema tiene un punto, no desdeñable a su haber. El pueblo, su más encarnizado enemigo, está prácticamente inmovilizado. El pueblo, la gente, la chusma es el gran ausente en esta crisis en la que se le ofrecía, como nunca antes en el último cuarto de siglo, un rol de transcendida.
La crisis del sistema lo pilló a contrapié. Con sus organizaciones debidamente debilitadas, sometidas a esas garnachas del cálculo en las cuales la perspectiva de un sillón en la cámara o un buen negocio lo es todo.
Mientras el pueblo no desordene el estado de las cosas, es decir, mientras el sistema aún tenga el control de todo, los únicos cambios que son posibles esperar son los que dicte el acomodo de todo el sistema, un auto perdonazo generalizado, un borrón y una cuenta nueva que deje las cosas en cero, una magnífica amnesia horizontal.
Y eso va a ser posible solo porque la gente vive su orfandad, su despiste, su desorganización sin que se le ofrezca un horizonte que permita interferir con fuerza para cruzarse de manera definitiva al intento que ya cursa por superar el complejo estado de cosas por la vía del más feroz y descarado arreglín.