Diciembre 6, 2024

La repugnante colusión entre SQM y la Concertación

Llama poderosamente la atención el que en la arista SQM aparezcan 50 parlamentarios y tres de los ministros actuales, presumiblemente implicados, personalmente y/o sus familiares, en facturas o boletas ideológicamente falsas, que de comprobarse estos delitos, ya no sólo estaríamos viviendo una crisis institucional sino, lo que es aún más grave, una corrupción estructural, es decir que los cimientos de la república han sufrido tal deterioro, que estarían muy cerca a lo que podríamos llamar “un Estado inviable”.

 

 

Es cierto que todavía no llegamos a la época en que Colombia, por ejemplo, era dominada por Pablo Escobar, que compraba fácilmente a muchos políticos, y a quien se oponía, era vilmente asesinado; tampoco al México actual de Enrique Peña Nieto, dominado por el narcotráfico y los escándalos económicos de la pareja presidencial; no puede decirse que la destrucción de los partidos históricos – democratacristianos y socialistas – haya surgido aún en Chile una especie de Berlusconi -, pues la corrupción de la mafia pinochetista, dueña de SQM, no es comparable con los casos de otros países, incluso de América Latina, pero si no se le pone coto de inmediato, vamos derecho al abismo.

 

Cómo se puede explicar el enorme poder corruptor de personajes, cuya riqueza se ha acumulado gracias a las privatizaciones de Augusto Pinochet, que les permitió haber comprado a dirigentes de las dos castas en el poder, el 25% del Congreso (según la denuncia de Radio Bío Bío), y a tres ministros del gobierno actual, todos presumiblemente implicados en la confección de boletas falsas.

 

Hay que reconoce, en el fondo, que quien triunfó en el plebiscito de 1988 fue el mismo Pinochet, pues lo sólo legó sus trampas constitucionales, sino que, además, logró y muy exitosamente, que los dueños de las empresas privatizadas – la mayoría sus discípulos – puedan comprarse, con toda facilidad, a aquellos dirigentes políticos, que antes posaban como enemigos de la dictadura. El proceso de conversión de los concertacionistas en pinochetistas fue muy rápido, como lo veíamos a diario en las páginas sociales de El Mercurio y de La Segunda – un buen brindis hermanaba a Óscar Guillermo Garretón con Hernán Büchi, a Enrique Correa con Julio Ponce Lerou, al ex Presidente Ricardo Lagos con Sebastián Piñera…-.

 

A este primer estadio le siguió la mutua admiración y comunidad de intereses, cuyos tentáculos llegaron hasta el parlamento. ¿Quién puede negar que, incluso hoy, el ex Presidente Lagos podría convertirse en el candidato ideal de los empresarios y de los concertacionistas. Paulatinamente, La Moneda dejó de ser el lugar propio donde se toman decisiones para todos los ciudadanos, al ser desplazada por la Casa Piedra, donde se celebran los seminarios de ICARE en el cual el Presidente de turno rinde la cuenta anual de su mandato – hay ingenuos que todavía creen que se lleva a cabo el 21 de Mayo, ante el Congreso Pleno -.

 

 

 

Si entendiéramos que en Chile la soberanía no reside en la nación, menos en los ciudadanos, y que el pueblo sólo cuenta para dar su voto a los designados por Penta, SQM y Banco de Chile, sería comprensible que en una democracia, que defino como “bancaria”, el 25% de los parlamentarios fuera financiado en sus campañas por los dueños de Chile y que ese parlamento votara por los intereses de quienes los financian – quien pone la plata, pone la música -.

Los delitos que presumiblemente se imputan a algunos miembros de las dos castas políticas – para burlar la ley no existen ni derecha ni izquierda, sino la búsqueda ilimitada de la rentabilidad personal o familiar – no sólo tributarios sino, sobre todo, de soborno y cohecho, que en nuestro Código tiene muy bajas penas a los infractores.

Esta simbiosis entre Concertación y pinochetistas fue tan perfecta que los seguidores del ex general Pinochet no tuvieran ningún problema en integrar a ex marxistas, incluso a democratacristianos, a sus empresas – el mismo Pinochet afirmaba que si hubiera conocido antes a Enrique Correa lo hubiera nombrado como su asesor principal; Hernán Büchi encontró genial al DC Alejandro Ferreira y lo incorporó a SQM; Délano hizo tan buenas migas con el concertacionista Andrés Velasco, que no tuvo ningún remordimiento al desembolsar $20.000.000 para un almuerzo bastante “reguleque” – y la única regla no escrita consistía en desarrollar el máximo de inteligencia y sagacidad para burlar al “papá” fisco.

En la democracia bancaria, pasar de superintendente a trabajar luego en las mismas empresas fiscalizadas era una situación “normal” que, ni siquiera, mereciera ninguna condenación moral. Ser incorporados, por ejemplo, a los directorios de las AFP o de las Isapres, era u “justo premio de consuelo, a quienes habían servido a Chile “con dedicación y eficiencia”.

Distinguir lo público de lo privado es una soberana tontería, por ejemplo, para el ex Presidente Sebastián Piñera, pues ambos ámbitos son parte de su mismo negocio, por consiguiente, su ideal sería que el Estado fuera administrado como una empresa privada, y un postulante a ministro de Estado tendría que cumplir con el requisito de haber sido antes exitoso empresario.

El tema no es sólo la mezcla de los negocios con la política, sino que los negociantes, movidos por la codicia, se han apropiado enteramente de ella, y que esta noble actividad de antaño, se convirtió en una actividad para que una persona mediocre e ignorante se transformara de “pobrete en riquete” de la noche a la mañana.

Podemos concluir que la única manera de salir de este marasmo moral es declarar caduca, de una vez por todas, la democracia bancaria, y construir, a partir de una Asamblea Constituyente, una república virtuosa.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El viejo) 4 4 2015

 

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