Entre todas las palabras, frases y términos siúticos, que usa majaderamente nuestra clase política, se destacó por lo cursi el calificativo: “en situación de calle”, usado para denominar a las personas que carecen de hogar. A los que los gringos, más directos, llaman, lisa y llanamente, “homeless”. Sin hogar, porque no solo carecen de un techo donde guarecerse, sino porque no tienen familia, ni amigos que los acojan. No tienen la parte que haría de una casa un hogar.
Los “sin hogar” existen en todo el mundo, no solo en Chile. En EEUU, en los 80, se decía que eran veteranos de la guerra de Vietnam, que por su locura se negaban a vivir normalmente, no porque lo necesitaran. Como EEUU es un país democrático, les permitían que hicieran su voluntad y que durmieran allegados a grandes edificios corporativos, plazas o monumentos. En Chile, hasta el año 2000, me informaba una sicóloga que trabajaba con los más pobres, que los sin hogar eran más que nada familias que pululaban por el centro de Santiago en las noches.
Ahora, en el mundo entero, estos ciudadanos están conformados por: desempleados que no tienen cómo financiar una vivienda; personas que perdieron sus casas, porque no pudieron pagarlas; locos y alcohólicos que carecen de todo por sus vicios; ancianos, enfermos y discapacitados abandonados; veteranos de distintas guerras; niños maltratados en sus hogares; y adictos, que quieren destinar lo que reciben en limosnas a la droga. Los más pobres del mundo, que, hasta hace poco, constituían una minoría.
Actualmente sin embargo, la tendencia es que el sector aumente, por diversos conceptos que pasaré a explicar.
El desempleo va en aumento, especialmente en los países de mayores ingresos. Porque la tecnología moderna, especialmente la digital es expulsora de mano de obra, y porque la manufactura se ha exportado a los países que proporcionan mano de obra masiva y barata.
El endeudamiento familiar es creciente. En Chile ha llegado a límites indescriptibles, puesto que las familias no alcanzan a solventar ni sus gastos corrientes mensuales con los ingresos que perciben por su trabajo. Al mismo tiempo, los comerciantes llaman a comprar y comprar, especialmente a los más jóvenes. No hay joven que se sostenga con un par de zapatos para la semana y otro para pasear, como en los años 60. El sueño de la casa propia ya es sagrado y los precios de las propiedades aumentan exponencialmente sin explicación, pese a que se podría sospechar que el lavado de dinero desarrolla a la industria inmobiliaria.
Para compensar la disminución de las fuentes de empleo, los Gobiernos, en todo el mundo y también en Chile, han estimulado el desarrollo de la industria de la entretención, lo que, en nuestro país, significó la instalación de Casinos de Juego en cada Región y la proliferación de máquinas tragamonedas en todos los barrios populares del país, importadas por los mismos Casinos. Los pocos almacenes “de la esquina”, que han dejado los malls, venden dos o tres baratijas y el recargue del celular, pero cuentan con las maquinitas donde muchas amas de casa desahogan sus tristezas y frustraciones. El Congreso en Valparaíso está rodeado de locales concentrados solo en este tipo de máquinas.
El dinero ilegal. La industria de los casinos de juego impulsa a su alrededor, la prostitución, cuya oferta principal es de niñas y niños, de entre 12 y 18 años, ya que las preferencias de los consumidores han ido cambiando. Ello da paso a la trata de personas y, posteriormente, al tráfico de órganos. También al alcoholismo y al narco tráfico. La industria produce dinero y empleo, pero luego a personas que desecha, con vicios y adicciones no fáciles de satisfacer, ni de sanar, que serán personas “sin hogar”. La salud pública chilena carece de siquiatras, casas de rehabilitación para alcohólicos y drogadictos. En Chile no hay protección en general, pero especialmente es inexistente para la posible locura en el 90% de la población.
La longevidad ha aumentado. La esperanza de vida al nacer, en Chile en 1960, era de 57 años, ahora de 79 años y en el 2050 será de 82. Todos sabemos, que las pensiones de las AFP son mínimas y que van disminuyendo con el tiempo. Es decir, la tendencia es que un pensionado, aunque haya trabajado con altos salarios, si es longevo, carezca de medios de subsistencia al final de su vida. Es casi cruel, obligar a los hijos a que carguen con sus padres y abuelos ancianos, cuando ellos mismos, apenas pueden dar abasto, en la mantención de sus familias, la hiper competitividad de sus trabajos, los desplazamientos, de mínimo dos horas, entre hogares y empleos. Además hay ancianos que no tienen hijos ni familia. Por otra parte, la salud carece de formas de atención y protección gratuitas a ancianos inválidos o discapacitados.
En Chile no tenemos veteranos de guerra, pero como la guerra se ha privatizado, no sería imposible que jóvenes chilenos se enrolaran para recibir salarios de las infinitas guerras que sistemáticamente crea la industria, llegando incluso ahora a inventarse una eterna: la guerra contra el Islam.
Es largo enumerar los resultados del micro tráfico en jóvenes, familias y niños en nuestro país, que inunda las poblaciones y colegios de los barrios más pobres. Nadie ha considerado, ni se ha preocupado, de lo informado por el Subsecretario del Interior de Piñera, Rodrigo Ubilla, en la Cámara de Diputados en 2012. Expresaba que tenemos 947 Km de frontera con Perú y Bolivia, los que producen el 54% de la coca que se comercializa a nivel mundial. Entre el año 2000 y 2009, en Perú, el cultivo de coca aumentó en un 38% y en Bolivia un 112%. Agregaba que hay, además, 400 Km de frontera con la Argentina en el sector que contiene las vías naturales de comunicación con Paraguay y Brasil. Desde Paraguay viene la marihuana prensada. En suma, tenemos 1.350 Km de frontera con países de alta vulnerabilidad. A su vez, informaba Ubilla, en puertos de África, Asia y Europa se incautó entre 2009 y 2011 más de siete toneladas de coca provenientes de puertos chilenos, principalmente de Arica. Terminaba informando que en 2011 el Gobierno había decomisado 20 toneladas de coca y que según estimaciones internacionales, un país con las fiscalizaciones y controles que posee Chile, es capaz de decomisar un 25% de la droga que ingresa. En otras palabras, si Chile decomisa 20 tons significa que ingresaron 60 tons, que pasaron y fueron al exterior o se consumieron, total o en parte, en Chile.
Los ingresos provenientes de la droga no son sustentables y a la larga solo aumentarán la drogadicción y el número de personas “sin hogar”, cuando se les acabe el negocio. Así ocurre en todas las áreas en que no se respeta la sustentabilidad. Como, por ejemplo, la extracción a mansalva de nuestros recursos naturales no renovables, especialmente los minerales, que producen desastres como el que actualmente nos afecta en Copiapó, en donde la prensa no informa ni un 10% de la desgracia que están viviendo esas familias, con infecciones, calles llenas de ratones, gases tóxicos que se emanan en toda la ciudad, porque han reventado las alcantarillas. No hay estadísticas de las personas que allí quedarán sin un lugar donde vivir y trabajar.
La solución no es que mandemos ropa, sino que los que han extraído los minerales de la región, y culpables de la reacción de la naturaleza, se hagan cargo de los gastos que requieren las soluciones de fondo, donde el Gobierno proteja a la población y, por lo menos se haga cargo de los que quedarán como él los llama “en situación de calle”.
Alicia Gariazzo
Directora de Conadecus