Chile, víctima de la codicia, corrupción e incompetencia de la casta política(*), está sumido en una crisis profunda sin solución en el marco del modelo económico y de la Constitución impuestos por la dictadura. Esa camisa de fuerza reproduce al infinito los abusos y perversiones que han deslegitimado las instituciones, partidos y liderazgos. La corrupción que generan es una sombra viscosa que contamina todo lo que toca, incluyendo laIglesia y las FF.AA.
El fenómeno es conocido por otros países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, cuyos partidos tradicionales fueron barridos por corruptos y abusadores. Pero esas naciones fueron capaces de forjar movimientos populares que se dotaron de líderes revolucionarios. Esto les permitió convocar Asambleas Constituyentes que elaboraron Constituciones que iniciaron una nueva etapa histórica tras una sociedad más justa e igualitaria.
Un rasgo particular de nuestra crisis -que la agrava aún más- es que parece no inquietar a nadie. El pueblo está ausente del debate, quizás narcotizado por la televisión y la tarjeta de crédito; o tal vez con su indiferencia expresa una forma más profunda de repudio a la casta política. Los partidos, entretanto, están cocinando el habitual proyecto de ley para echar tierra a los escándalos y regular -como si esto fuera posible- la relación de los negocios con la política.
Ese blanqueo de chanchullos es una nueva demostración -como si faltara otra- de que la casta política no entiende lo que está sucediendo. Ignora el complejo proceso de formación de la condena pública que rodea sus actuaciones. Ha construido su propio mundo, ajeno a la vida real, a los sentimientos y aspiraciones del pueblo. Eso explica, por ejemplo, que para terminar con elbinominal resolviera aumentar los cupos de senadores y diputados en amistosa repartija, calculadora en mano. O que para aumentar en 15 mil pesos el salario mínimo de los trabajadores, se aumentaran en 500 mil pesos sus propios ingresos, que los hacen los parlamentarios mejor pagados de América Latina. No se han enterado que el Congreso es la institución más desprestigiada de la “democracia” chilena.
El repudio silencioso a la corrupción y abusos se expresan en forma estruendosa en la abstención electoral. En la última elección presidencial y parlamentaria alcanzó al 60% y la tendencia aumentará en próximas elecciones. Pero ningún partido escuchó el aldabonazo que les cerró las puertas de la confianza pública.
La situación actual hace recordar lo que sucedió con los gobiernosradicales (1938-1952). La corrupción del Partido Radical llegó a tal extremo, que abrió camino al general Carlos Ibáñez, ex dictador derrocado por los estudiantes en 1931. El “general de la esperanza”, como lo llamó su propaganda, levantó en 1952 una escoba como símbolo de su decisión de barrer la corrupción que carcomía al Estado. Por supuesto que Ibáñez no terminó con esas prácticas, porque el sistema que las produce continuó funcionando sin problemas.
Pero las condiciones de hoy son diferentes. El PDC, que en 1964 sembró la esperanza de una “revolución en libertad”, o el PS que en 1970 planteó un “socialismo con sabor a vino tinto y empanadas”, ya no son los mismos. Pertenecen a una coalición sobre la que llueven acusaciones de corrupción ynepotismo y que sufre los estragos de la abstención electoral. Los principios que animaron sus hazañas políticas fueron aventados por el neoliberalismo al que se vendieron por algo más sustancioso que un plato de lentejas.
La crisis de hoy guarda relación con lo ocurrido en los últimos 40años. Chile sufre el síndrome de pueblo golpeado y mil veces estafado. La dictadura de militares y empresarios -articulando terrorismo de Estado y economía de mercado-, consiguió borrar del imaginario popular los sueños defraternidad y dignidad que habían escalado hasta la cima de 1970. La rapacidad de Pinochet y sus generales, el robo de las empresas del Estado y la represión terrorista para imponer un modelo que aplasta y estruja al ser humano, marcaron a fuego la memoria del pueblo trabajador. El cuarto de siglo de la Concertación -incluido el paréntesis de Piñera-, terminó por convencer que política equivale a mentir y aprovechar el poder en beneficio personal. El ejemplo que la oligarquía financiera y política entregó al país fueron la desfachatez y elabuso que han hecho de la pillería una virtud. El transformismo de los actores políticos terminó por sepultar toda esperanza de cambio y justicia social con esos partidos y en el marco de esta institucionalidad.
Frente a la Nueva Mayoría, en rápida decadencia, sólo hay el vacío. No existe una oposición estructurada de derecha o de Izquierda. La primera porque está semidestruida y la Izquierda no es alternativa porque está lejos de engendrar una realidad orgánica. Eso se hahecho más difícil por la incorporación del Partido Comunista a la Nueva Mayoría, que ha producido más desilusión en las raleadas filas de una Izquierda que necesita un proyecto propio para levantar cabeza.
Es lo que proponemos desde esta tribuna: iniciar la construcción de un movimiento político-social que apunte al socialismo de nuestro tiempo. A lo que Hugo Chávez llamó “socialismo del siglo XXI” y que, sin duda, será muy diferente al absolutismo estatista y al monolitismo ideológico del pasado, y su pesada sombra burocrática.
Para salir del marasmo hay que intentar abrir camino a un movimiento que se inspire en los auténticos valores del socialismo. Vale decir: en la solidaridad que permite compartir el producto del trabajo de todos.
Socialismo es solidaridad entre iguales en derechos y deberes.
Si tuviéramos que proponer un nombre para un movimiento que plantee recuperar la dignidad del pensamiento y de la acción de Izquierda, sería ése: Compartir. Es lo que mejor define lo que Chile necesita después de medio siglo de egoísmo.
Ojalá este mensaje llegue a hombres y mujeres en condiciones de tomar la iniciativa. Serán escuchados por muchos que quieren participar en la construcción de un país más justo y decente. La revista Punto Final, desde luego, estará a disposición de un proyecto de esas características
(*) Término propuesto por el historiador Sergio Grez, más apropiado que “clase política”.